López, José Luis

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               Como otros miembros de su generación, José Luis López quedó marcado por dos historias, ocurridas en 1957, que resultaron claves en la segunda mitad del siglo XX en México: el movimiento telúrico que puso a temblar al mismísimo Ángel de la Independencia, y la muerte de Pedro Infante.

               A decir verdad, Pedro Infante siempre le provocó vómitos y el terremoto del 85 redujo casi a simple anécdota el sismo del 57. Como sea, aquellas historias estuvieron presentes en el ambiente por años y acabaron por descubrirle otro mundo, ese en que cuanto ocurre puede ser diseccionado, reinterpretado y reinventado al pasar por el filtro de la escritura.

               Su primera ficción, sin duda, fue aquella en que se imaginaba fuera de casa, a los seis años de edad, en protesta a las arbitrariedades que ocurren hasta en las mejores familias.

               La carta en que agradecía la hospitalidad a sus padres fue descubierta antes de huir, así es que la rebelión abortó, pero no dejó de convertir en historias cuanto sucedía a su alrededor.

               En aquellos años, simplemente, se dedicó a ejercer la escritura sin importarle si hacía periodismo o ficción, pues las barreras de la realidad se derrumbaban o se construían a placer gracias al poder de la palabra. Pero, lector de las páginas deportivas del diario Excélsior, descubrió ahí que un duelo tenístico, en la arcilla del Club Chapultepec, tenía también un entramado digno de ser contado, ese que llenaba de sentido la fracción de segundo que duraba el saque de Raúl Ramírez o el revés de Jimmy Connors.

               Entonces, al tiempo que imaginaba un fabulario existencialista en el que los mosquitos encarnaban la conciencia divina y ni el suicidio podía acabar con la inmortalidad del cangrejo, fue cayendo en las redes del periodismo, cuyas herramientas le permitían zambullirse en las entrañas de historias de poder, de ambición, de muerte.

               No en balde, su primer cuento publicado apareció en un diario, el desaparecido Fígaro, y se trataba de un relato de Navidad en el que el Ayatola Jomeini o Ronald Reagan tenían un papel protagónico. Poco después, fue finalista en el concurso Juan Rulfo de primera novela con la obra perdida Cadáveres de préstamo.

               Como su Nidana corresponde al de un hombre que cruza los mares en una barca sin remos, el destino lo condujo a la revista Proceso, donde descubrió, bajo la dirección de Francisco Ponce (+), que las fronteras entre el periodismo y la literatura existen sólo en la mente de los periodistas. Una mujer, una película y un taller literario fueron, en su caso, los cimientos en que levantó un muro que lo alejó por años de la ficción.

               Fue hasta 1999 en que un amigo de la juventud, el escritor estadunidense Craig McDonald (+), lo puso de nueva cuenta frente a la página en blanco con que inicia el proceso de creación y, al morir en forma misteriosa en el Río Hudson, le cedió los remos para dar rumbo a su barca en los océanos.

 

 Sus cuentos en Ficticia:
  Agón 28, los juegos de Teresa K.
Estadio/Atletismo

 


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Publica por primera vez en Ficticia el: 06/Nov/00