Melini, Nicolás

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               (Santa Cruz de La Palma, 1969)

               Escribe cine y literatura. Es co-guionista del cortometraje "La Raya", que ha obtenido numerosos premios, entre ellos el Primer Premio y el Premio al Mejor Guión en el Festival de Cine de Alcalá de Henares. Recientemente ha publicado el libro de cuentos Historia sin cariño de Remedios Quiero Besarte, y su primera novela, El futbolista asesino (Ediciones La Palma, Madrid, 2000).

               Es crítico cinematográfico de varias publicaciones.

               A continuación, el texto que presenta la novela El futbolista asesino:

               ¿¡Pero qué pensará la gente de mí cuando lea esta novela!? ¿Acaso debo intentar advertirles, de una forma muy convincente, desesperadamente convincente, de que yo no soy él? ¿O lo que procede es que se lo tomen en serio, porque se lo pasarán mejor y porque entre las obligaciones del narrador figura una que reza la importancia de que el lector se crea lo que lee? "Y vos que me leés creerás que invento -decía Cortázar-; poco importa, hace mucho tiempo que la gente pone en la cuenta de mi imaginación lo que de veras he vivido, y viceversa..." En mi descargo diré, por ejemplo, que tengo una secreta pasión por los sustos. No por recibirlos, sino por infligirlos. Cuando niño, dormía la siesta en la cama donde mi abuela depositaba la ropa limpia, me cubría con ésta y podía esperar horas -toda la tarde si hacía falta- hasta que ella venía dispuesta a doblarla, cogía una prenda y, de pronto, se apercibía de que allí debajo había un cuerpo quieto, muy quieto. El futbolista asesino debería funcionar como un susto. Primero pegas un brinco, te estremeces, y luego te ríes, porque te das cuenta de que en realidad no ha sido para tanto.

               Soy consciente de que mi novela es, en cierta medida, un ejercicio de irresponsabilidad. Sin embargo, poco a poco, reflexionando sobre todo lo que escribo, incluidos otros libros que son ejercicios de absoluta responsabilidad, me he ido dando cuenta -y soy el máximo sorprendido- de que soy un escritor moral. Y he llegado a la conclusión de que la inmoralidad de El futbolista asesino abunda, aunque no lo parezca, en esta idea, aunque sólo sea porque la ausencia de moral, la soberana incorrección que se desprende de todos los actos de este personaje, sitúa lo moral en un primer término, como sucedía precisamente con las Novelas Ejemplares de Cervantes, cuyos personajes eran todo menos ejemplares. De hecho, hace poco he descubierto algo que dota a este ejercicio de irresponsabilidad mío de una carga moral mucho mayor aún. A muchas personas mi novela les resulta extremadamente violenta, pero no se trata de una violencia sólo física, sino eminentemente moral, derivada de una decisión narrativa que debí tomar cuando la estaba escribiendo: amar a los personajes, incluso a éste, porque acaso esa es una obligación insoslayable para cualquier narrador. De ese modo, este personaje reprobable queda redimido de antemano, en mi escritura, y ello provoca en el lector un sentimiento curioso, próximo a la perturbación.

               Pero en El futbolista asesino no hay ni más ni menos violencia física que en una de esas peliculitas de televisión que nos emiten en la sobremesa -como para hacer bien la digestión-, en las que un violador o un psicópata hace de las suyas. Lo que sucede es que en esas peliculitas queda todo muy claro desde el principio: el malo es el malo, y la víctima, en cuanto que víctima, es el personaje bueno. El maniqueísmo resulta muy tranquilizador. Nos identificamos con la víctima, y el malo es castigado. Sin embargo, mi novela propone al lector que se identifique con el futbolista, que se apiade de él, acaso que comprenda su drama existencial. De este modo, la novela se convierte en la escenificación, la ejemplificación, la puesta en marcha de un tema moral: el sentimiento de piedad cristiana. Sin embargo algunos lectores se sienten incómodos, desasosegados, porque no entienden cómo se puede sentir piedad por un ser como este, y eso es lo que parece proponerles la novela. En realidad somos unos cristianos mucho más propensos a la culpa y el castigo que a la piedad.

               En cuanto a las premisas literarias, ya sé que muchos querrán encontrar a El futbolista asesino un inmediato parentesco con, por ejemplo, American Psycho, de Bret Easton Ellis, una obra sin duda importante dentro de algo que ya parece haberse convertido en todo un género, aquel en el que se narra la historia desde el punto de vista de un psicópata. No seré yo quien renuncie ni reniegue de este parentesco, aunque creo que se trata de una familiaridad mucho más anecdótica que certera, pues acaso mi novela tenga tanto que ver con American Psycho como con Justino, un asesino de la tercera edad, película de La Cuadrilla, Asesinos natos, de Oliver Stone, Jenry, retrato de un asesino, y otros relatos de psicópatas que en el cine y la literatura han sido. Pero familiaridad más anecdótica que certera, sobre todo, porque me gusta pensar que la escritura de mi novela tiene algo que ver con novelas presentes en la memoria del lector de un modo tal vez menos inmediato, pero de forma mucho más indeleble: novelas como El extranjero, de Albert Camus, al menos en "el raro existencialismo inherente a nuestro tiempo" que un amigo muy académico ha querido ver en mi libro, o novelas como El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger, probablemente el escritor por el que siento una mayor devoción. A la violencia física que queda descrita aquí me gusta emparentarla con la exhibida por Cela en La familia de Pascual Duarte, aunque a alguien pueda parecerle todo esto una boutade algo lacónica, más propia del razonamiento del futbolista que de su autor. Otros han querido encontrar en "El futbolista asesino" parentescos con los escritores caníbales Italianos, jóvenes que han surgido esta década, pero en España sólo se ha editado un volumen antológico de estos autores, y he de confesar que no ha caído en mis manos ni antes ni después de escribir mi novela. Si bien sí es cierto que, dando un giro de 180 grados en pos de otras geografías literarias, aunque no he podido leer nunca una verdadera narración pulp americana, sí he tenido acceso a dos ejemplos de arte mayor -de arte que pretende convertir lo menor en mayor- embebido de esas fuentes: la película Pulp Fiction, de Tarantino, y Pulp, la novela póstuma de Bukowski.

               Por desgracia, la realidad es infinitamente más cruel que la realidad de mi novela, y algunas personas mucho más despiadadas que mi futbolista, baste como muestra un caso que nos ha sobrecogido en los últimos tiempos: un joven de diecisiete años asesinaba a sus padres, y a su hermana aquejada de síndrome de Down, con una espada de samurai. Ni el personaje de Camus pudo superarlo: cuando le preguntaban que por qué lo había hecho, el personaje de Camus respondía que "hacía calor", cuando preguntaron al joven que por qué había matado a sus padres, respondió, sin dar la menor muestra de locura, que quería "cambiar de vida". "¿Y a tu hermana?", le preguntaron, "¿por qué la mataste a ella?" "Qué iba a hacer ella sola en el mundo". Mi personaje, sin embargo, nada tiene que ver con este joven, nada que ver con el protagonista de la novela de Ellis, pues más que un psicópata es un suicida, y, más que destruir a los otros, lo que persigue es la autodestrucción. Es como esos hombres que asesinan a su mujer, y luego se tiran por el balcón. Lo que persiguen es matarse, pero antes tienen que llevarse a los seres queridos por delante. Creo que incluso hay un término policial para este tipo de crímenes, una expresión que significa "asesinato por amor", o algo parecido, una versión técnica, muy poética, del clásico "la maté porque era mía". Recuerdo un caso de hace algunos años. Fue en Portugal: un hombre asesinó a su mujer, asesinó a sus dos hijas pequeñas, y, luego, como si no fuese suficiente, fue a la habitación donde dormía la au-peir (la joven au-peir francesa que llevaba en la casa apenas unas semanas), y la mató también. Sólo después de asesinarlos a todos se quitó la vida. Así de inexplicable es el comportamiento tumultuoso de los asesinos como nuestro futbolista, que matan en amor, enamorados como él lo está de Silvia. Porque en El futbolista asesino hay, sobre todo, una gran historia de amor, no les quepa la menor duda. Queda demostrado al final. Yo los invito a adentrarse en esta pesadilla, no exenta de humor, narrada por una mente delirante, que se extingue.

               Mi aventura ha sido la de hacer que todo sea convincente.

               (Texto recogido parcialmente en la revista Leer, agosto del 2000).

               El futbolista asesino, Nicolás Melini, La caja literaria, ediciones La Palma, Madrid, 2000, 146 páginas, 1.800 ptas. www.edicioneslapalma.cjb.net

 

 Sus cuentos en Ficticia:
  Anoche Me Corté Tus Venas
Bar/Comisaria
  La Misma Habitación
Metrópoli/Entre Paredes

 


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Publica por primera vez en Ficticia el: 02/Sep/00