La línea de sombra

Para Alicia Quintana

Arsenio Rodríguez Quintana

La leche en los senos de mi madre tuvo su aliento único de suave privilegio entre mis dientes: senos sobre mis labios gruesos femeninos como la saliva que va cayendo entre el vientre y su pecho y recojo con mi lengua una y otra vez...

Las aves que vuelan en una línea curva me recuerdan siempre sus caderas saliendo del agua con los pies muy húmedos y cubiertos por una neblina de arena también húmeda.

De niña todos intentaban, al menos una vez, acariciarme el cabello, eso se convirtió en asumir una actitud, en tratar de reconocerse a sí mismos o reconocer el cariño que sentían por mí, a través del espejo que le ofrecían mis cabellos guiados por el tacto de sus dedos.

Nunca imaginé por qué la práctica de esta costumbre me creó barreras en la comunicación. Ahora quizá pueda entender apenas sus bordes.

Ellos no pensaban que acariciándome el cabello, también me rozaban la frente, convirtiéndola enVictor Manuel: Dos Mujeres una libre zona de elementos libidos, tan ajena a la inocencia propia de mi niñez, y condicionada por el hecho de que en las niñas, cuya sensibilidad sexual se instaura el mismo día de su nacimiento, no pueden amar de otra manera que no sea corporalmente. Por eso, todo esto tuvo su encanto.

Solo el tiempo me educó para saber diferenciar la profundidad de una caricia. Por más de una década, más que una duda, ha sido el elemento necesario para que yo tratara de encontrar un lugar del silencio que me permitiese pulsar las vibraciones que ataban mi cuerpo con estas escenas que no alcanzaba a comprender.

Ocultarme pasó a ser mi desnudez mayor, ocupando grandes espacios de mi cuerpo.

Corriendo riesgos continuamente, ya que mi madre, cuando me sorprendía en estos aislamientos inofensivos - como los califiqué después - se asombraba tanto como si sorprendiera en un baile de máscaras una palabra tratando de imitar en el aire el difícil gesto de una mariposa: se ponía inquieta, anterior, distinta, quizá porque se veía reflejada en las mismas reflexiones de su niñez.

Ella sentía cómo todo esto ayudaba a separarme del cangrejito de la felicidad que me aguardaba, creyendo además que me aislaba por sentirme inferior. Nunca pude explicarle que el esfuerzo que hacía por estar sola no era por sentirme inferior, sino distinta.

En la tranquila soledad del closet de mi cuarto, yo hacía con la tenue luz que penetraba entre la irregularidad filosa del marco, lo que ellos no podían con toda la luz que caía en el balcón y las conversaciones que sostenían. Además, era una forma de recuperar a mi padre, que ya se había marchado de casa, pero no de mis recuerdos.

Sola, reconocía mi independencia en la línea de sombra que me separaba de las cosas materiales, de las cuales ahora no puedo apartarme.

Sola, era una vez más. Una conversación privada. El desdoblamiento de una niña que intentaba hallar sitios adultos en su mente para, desde allí, hacer añicos los cristales formados por mi timidez: encerrada en un círculo donde imperaba la desconfianza contra la jerarquía familiar ejercida con la fuerza del cariño.

La costumbre de refugiarme desarrolló una sensibilidad en mi carácter, que revelaba nítidamente los menores índices de hipocresía en cualquier persona que intentase falsamente demostrar cierta afección. Sola, con mis fantasmas espirituales, llegué a ser una confesión, una libertad escondida en algún sitio del pasado junte a una niña, que ahora me ayuda a salir sin temor ante la responsabilidad que tengo de elegir un camino sobre mis reflexiones.

 

El cuento forma parte del libro La Caida y Otros Deseos.


Otro cuento de: Hotel    Otro cuento de: Templo del Amor Virtuoso  
Otro cuento del Mismo Autor   
 Sobre Arsenio Rodríguez Quintana    Envíale e-mail
 Índice de temasÍndice por autoresEl PortalLo Nuevo
 MapaÍndices AntologíaComunidadParticipa

 

 

* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 07/Jul/05