Premoniciones
Benhur Sánchez Suárez
El hombre entró en el restaurante y su ademán me indicó que venía en dirección a la mesa donde la Mona Cha y yo almorzábamos con un pollo asado, unas papas a la francesa, una ensalada al estilo de la casa y dos vasos de cerveza.
O eso me pareció.
Tal vez fue por su talante, su caminar recio y su mirada, que no se desviaba de mi cara, o la manera decidida como entró y tomó sin vacilaciones el rumbo de nuestra mesa. Yo me había sentado de frente a la entrada y pude detallar, no sólo su estampa sino sus movimientos. Mirada penetrante, clara, y una barba indefinible. Sombrero llanero, saco de cuero, chaleco también de cuero, jeans descoloridos y botas altas.
El hombre llegó a tres metros de nuestra mesa, pero en ese instante la mesera se interpuso en su camino:
-¿Le puedo servir en algo, señor?
Él paró en seco, volvió a mirarnos, vaciló unos breves instantes y luego le respondió:
-¡No! Ya vuelvo.
Nos dio la espalda y salió del restaurante. La mesera nos sonrió, se encogió de hombros y volvió a su puesto, al fondo del local. Por su manera de sonreír me dio la impresión de que celebraba que el hombre se hubiera retirado. Me extrañó su falta de cordialidad con él, como mandan los cánones del servicio al cliente, que no lo indujera a sentarse a consumir cualquier plato del menú del restaurante para el que trabaja, como lo hizo con nosotros. Me pareció que, por el contrario, le había dado a entender que debía retirarse lo más pronto posible.
Todo hubiera parado ahí si no le hubiera comentado a la Mona Cha que me había parecido bastante extraña la conducta del aquel hombre. Nunca lo había visto y este desconocimiento aumentaba mi incertidumbre por sus actos. Ella también había sentido su presencia y lo había mirado de reojo en el momento en que lo detuvo la actitud de la mesera. El muslo de pollo había quedado inmóvil en el aire, muy cerca de su boca. Entonces la Mona Cha pareció asustarse, miró hacia atrás varias veces y me comentó:
-Con pinta de paramilitar.
-¿Cómo? -Su comentario cambió de plano la película que había comenzado a rodarse en mi imaginación.
-O sicario, tal vez...
-Habla pasito, que pueden escucharnos -murmuré molesto.
Ella continuó, sin dejar de mirarme, en su tarea de desnudar huesos, amontonarlos en el plato, y combinarlos con papas a la francesa, enrojecidas de salsa de tomate. A pesar de sentir mucha ternura cuando la veo comer pollo, por ese gusto y ese amor que no oculta cuando lo consume, empecé también a asustarme. Para mí era un campesino despistado pero para la Mona Cha había algo en él que le indicaba que su comportamiento no era tan simple como a mí me parecía. No sé por qué me sentí belicoso y quise discutirle hasta esa simple apreciación. Veníamos de un disgusto no aclarado y sentí que debía contradecirla, aunque corría el riesgo de no salir bien librado.
La Mona Cha me ha dicho en varias ocasiones que es psíquica, con lo cual ha querido significarme que capta en el ambiente las malas energías y puede prevenir situaciones adversas. He tenido siempre dudas acerca de esta capacidad humana, pero ella ya me ha dado muestras de su talento y de sus poderes, que me tienen al borde del convencimiento. A veces me insinúa, por ejemplo, que no tomemos por determinada calle porque percibe algo raro en el ambiente y de pronto un grito o una carrera sorpresiva de alguien me comprueba que tenía razón. O de improviso me pide bajémonos aquí y más adelante el bus se accidenta o se vara y alguien se agarra a puños con el conductor. O me dice no salgamos ahora porque presiento un robo y la pobre pareja que nos ha precedido en la salida, timbra de nuevo para pedir ayuda porque han sido atracados en la esquina donde esperaban su transporte. Ese poder premonitorio existe, por supuesto, pero tanto charlatán que posa de astrólogo o adivino para embaucar a la gente y vivir de la ignorancia de los demás, elimina de mi racionalidad la existencia de esos poderes extra-sensoriales que poseen algunas personas y me dejan anclado en el escepticismo. En fin. Con un poder así no debe jugarse. Tal vez me salve el amor que nos une y por eso la Mona Cha tolera mis embestidas incrédulas.
-Veo que no te sentaste de frente a la puerta, como siempre -le insinué en el tono más tranquilo posible.
-Si, no es mi costumbre y tú lo sabes.
En sus ojos había un fondo de tristeza.
-Precisamente estaba pensando en eso cuando entró el hombre. ¿Por qué no te sentaste aquí, a mi lado?
-No lo sé. Estoy confundida por el estado de nuestra relación y tal vez por eso varié mi actitud, como si ya no me importara lo que pueda suceder, ¿si me entiendes?
-¿Desilusionada?
-Es posible. A veces pienso que tú eres demasiado cruel conmigo aunque, también, que debo aceptarte así porque tu conducta está regida por Urano y eso te hace una persona fría e impredecible. Pensarás que, siendo psíquica, debería estar preparada para recibir tus salidas uranianas pero a veces no me puedo controlar. Por eso me senté aquí. De todas formas tu sabes que cuando uno da la espalda le roban energía o pueden confundirlo con alguien y quien sabe qué pueda pasar después.
-Cuando te sentaste ahí pensé en que ya no quieres estar conmigo.
-Tu nunca crees en lo que te digo ni aceptas mis consejos. Ya estoy cansada con eso y no pienso insistir más. Que cada cual haga lo que crea que es correcto.
Me dolió su ambigüedad y me hizo sentir culpable.
-Deberías estudiar un poco acerca de estas ciencias, que para muchos son ciencias de segunda -continuó-. Por ejemplo, no te caería nada mal leer algo sobre la bioenergética. Tu no crees en que somos como polos de atracción con nuestra energía corporal. Eso fue lo que pasó, ¿si me entiendes? El hombre se vio atraído por nosotros...
-Yo creo que el hombre me confundió con alguien a quien busca y se acercó para cerciorarse. Eso es todo -la corté, sin controvertir su consejo.
Seguí, torpe y belicoso, a la defensiva, a pesar de conocer la contundencia de sus intuiciones.
-Tantas cosas que pueden pasar hoy en día, ¿no es cierto? Tu vulgarizas lo que te digo, no crees en mis capacidades ni en mis conocimientos.
-Está bien. Si fuera sicario o paramilitar, como tu dices, le hubiera sido más fácil apuntar hacia mí y disparar desde afuera. ¿Para qué tenía que tomarse la molestia de comprobar si era la persona que buscaba o simplemente uno parecido? Esa delicadeza ya no existe hoy en día. Se dispara y punto. Eso en el supuesto caso que su propósito fuera matar a alguien, es decir, cumplir un compromiso adquirido con anterioridad, tal vez contratado por alguien.
-¿Por qué no? -Se sonrió.
Luego de unos momentos de reflexión, agregó:
-O de pronto no era una persona parecida a ti a quien buscaba.
-¿Cómo así?
-Pudo ser que el hombre tenía cita con una mujer, ¿si me entiendes?, ella le incumplió la cita y al pasar por el frente del restaurante alcanzó a ver mi cabello, mi blusa negra, qué sé yo, a lo mejor ella se viste así, y entró directamente para comprobar su infidelidad...
-Y hubiéramos caído los dos, inocentes de su drama amoroso o sexual o como tu quieras llamarlo...
Veo el hilo de sangre correr por las baldosas, mi heroica actitud, herido y todo, tratando de acercarme a ella, las mesas patas arriba, el reguero de comida por el suelo, la gritería de los clientes del restaurante, una ambulancia o radiopatrulla ululando afuera y un tropel de policías tomando por asalto el reducido espacio donde los dos agonizamos.
-Si fue por ti, te confundió, no hay alternativa. Pero creo que algo lo indujo a comprobar de cerca su apreciación. Eso te salvó.
-Y si fue por ti, hubiera disparado sin más, estoy seguro.
-¿Por qué?
-Porque el amor es ciego y si el amor es ciego, también los celos lo son, ¿no te parece?
-¿Y si no fue por amor?
La miré dudoso y pensé que sólo el brillo de burla que se acentuó en sus ojos le dio fuerzas para argumentarme:
-Pudo ser por tu parecido a un personaje público importante, de cuyo nombre no quiero acordarme, que ya hemos percibido en otras ocasiones...
Sus carcajadas activaron mi mecanismo de defensa y ataqué, sin pensarlo dos veces:
-Pero cualquier persona, por más ignorante que sea, debe saber que alguien así no va a estar en la calle, solo, con una rubia como única compañía, es decir, sin un séquito de guardaespaldas, a merced de la inseguridad de la ciudad. ¿No es verdad? ¿O crees que se coman el cuento de que él es tan caprichoso como para detenerse en el primer restaurante popular que encuentre? ¿Un asadero de pollos como éste?
-De todas formas el hombre ya no está. ¿Qué importa el resto? -Se quitó un mechón de pelo que ondeaba por su cara-. Estaba rico el pollo.
-Me alegra que te haya gustado -miré hacia la puerta-. El hombre amenazó con regresar, no lo olvides -insistí.
-¿Debemos apresurarnos, entonces?
-No le pongamos tanta tiza al asunto. Pero habla más pasito, me da la impresión de que todos nos miran, no sé por qué.
-¿Comprendes por qué no acostumbro darle la espalda a las puertas?
-Mira, no seamos tan dramáticos. Hay personas que acostumbran entrar a orinar sin consumir nada en los restaurantes. La mesera lo descubrió de entrada y no le permitió seguir. Eso es todo.
-Sí. Eso también puede ser todo, tienes razón.
-Para no alargar el cuento, cuando vayamos a salir le preguntamos a la mesera quién era el hombre. Tengo la sensación de que lo conoce. ¿De acuerdo?
-De acuerdo -Se levantó, sin dejar de mirarme con su aire de burla-. Voy a lavarme las manos, ya regreso.
Mientras la esperaba observé la clientela del restaurante, algunos rostros sonrientes, la mayoría ensimismados, otros agrios, ninguno dirigido a mí, con la premonición de un disparo en la cabeza.
Al salir y pagar la cuenta, la Mona Cha le preguntó a la mesera por el hombre.
-No lo sé, señora. Me pareció una persona bastante extraña, como el malo de una película. Por fortuna se fue. Pero me da miedo porque amenazó con volver.
Salimos a la calle. El sol radiante nos indicó que la vida continuaba, tal vez sin las ataduras de tanta premonición que a veces, por darles trascendencia, amarga los instantes que debemos compartir. Sentí como si hubiera escapado de una tragedia y al verme vivo en la Avenida Jiménez me llené de entusiasmo. Tomé a la Mona Cha por la cintura, la atraje hacia mí y la besé con ardor.
-No hay que perder la vida en discusiones inútiles.
Ella rió.
Yo reí, aferrado a su cintura.
Reímos como locos.
Algunos transeúntes nos miraron sorprendidos. El hombre ya no existía para los dos en la calle soleada. Y la discusión trascendental, que precedió al almuerzo y debía concluir en él, pasó a ser un simple escozor destinado al olvido.
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 09/Ene/04