Los Buzos de Paula
Arturo Guzmán Martínez
Paula, recostada en el sillón, aprieta las piernas y escucha el compás árido del silencio, el discurrir de la sombra inasible que empieza a parir un día gris.
Paula tiene las piernas largas y suaves, los ojos claros, la nariz afilada y la tez pálida. Imagina el mundo como un enorme reloj de arena: la cintura de cristal permitiendo la fuga de una partícula que quizá es ella, ella en medio de la sala y los ronquidos de Sergio desde el cuarto.
Paula siente una gota, como arena, que desciende por las paredes de su vagina. Contrae todos los músculos y se lleva la mano a la entrepierna, oprime, obstruye. La mano establece un sitio. Su mano como una aduana inviolable, una frontera que no permitirá jamás que se derramen de nuevo los líquidos que empieza a liberar la entraña.
Paula es tan delgada que el doctor dice reposo señora, absoluto reposo. Pero de cualquier forma los embriones se le escapan del útero. Se salen así, bajando despacio por las paredes de su vagina como alpinistas desalentados. Cuatro embarazos: cuatro infelices que terminaron buceando en las alcantarillas. Paula los imagina: pequeños niños desnudos que alguna vez llegarán al mar aguantando infinitamente la respiración.
Su mano está húmeda. La levanta delante de los ojos y triste, sin sorpresa, enfrenta la presencia roja que mancilla sus dedos. Se pone de pie y camina despacio hacia el baño mojándose los muslos.
A Paula se le ha roto algo en el vientre.
Paula llora mirando la sangre que tiñe el agua del excusado y el camisón. La sangre que mancha el interior de sus piernas y apelmaza los vellos de su vulva. Entre arcadas sacude los brazos, parpadea, tiembla. Después se deja caer sin fuerza y cubre con un vómito oscuro las pequeñas baldosas de colores que forman el piso. El albañil era un hombre apático y los azulejos se aglutinan caóticamente: verde, amarillo, amarillo de nuevo, rojo, blanco, otra vez amarillo y rosa y Paula con la mirada en ningún lado.
Sergio, inquieto, golpea con los nudillos. No obtiene respuesta. Precipitado, desgaja la puerta del baño. Paula está en el suelo. La sangre no huele a sangre.
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 11/Ago/01