Cara de Plástico

Vengo de un lugar que no lo es
Todos lo saben
Vengo de donde no se viene
Shellshock

Vengo de un lugar que no lo es
Todos lo saben
Vengo de donde no se viene
Shellshock

Héctor Manuel Vargas Núñez

Cara de Plástico es de quien me enamoré. Había tenido apego hacia tantas cosas, pero nada comparado con el amor tan puro que sentía por ella. La conocí en un día de largas rondas por el centro de la ciudad. Me sentía cansado, me senté en el piso y divisé a los lados; estire las piernas y posé mi nuca sobre el vidrio de un aparador. Era de tarde. Estaban las luces encendiéndose ya; las de encima de mí eran de color blanco cremosas. Me hacían sentir bien, tranquilo, relajado.

Fue un instante nada más. El instante medio entre cordura y locura en que como suave murmullo me pareció escuchar tras de mí una voz femenina susurrando mi nombre.

Volví mi cara, atravesé el aparador y ahí estaba; con sus dos manos sujetando el suelo, semilevantada de la parte superior del cuerpo; mas abajo sus piernas entredobladas, casi gateando. Había bajado a platicar conmigo. Estaba del otro lado. Tenía una sonrisa muy fina, sus ojos claros, cara delgada, tez suave, su cabello largo. Una línea delgada de cejas, nariz delicada y un lindo cuello largo. Un hueco de no-carne era, hundido, entre hombro y clavícula. Vestía con una blusa delgada, holgada por la gravedad, permitía ver sus pezones chicos, muy de acuerdo a sus senos, también pequeños y redondos. A su ombligo no lo vi, quizás era profundo como ella misma; pero sí, traslúcidos, los labios de su vagina; pude imaginarlos diciéndome: Ven a mí, por entre el largo vestido transparente. Las caderas desvanecían, en una curva, hacia atrás, tan lindas como su trasero y como la línea de entre sus nalgas, que se veía por encima del delicado vestido, ajustada. Sus torneadas piernas, rodillas entredobladas, aun sus pies prescindían de envidia hacia lo demás.

Una mano se agitó en mi cara y me llamaba la atención hacia la de ella que sonreía.

Desperté de la URA. Me levante del suelo, sumí la panza, me toque la barba. Ella me siguió con la mirada, no se levantó, mas no era necesario que lo hiciera: Le vivía agradecido por existir y sobre todo por sus palabras y su no-conmiseración hacia mí. La dejé ahí, siguiendo mi silueta, mientras me perdía entre una multitud mas apartada a la vista dejándome llevar por su ensimismamiento.

Por Cara de Plástico trabajé, cada uno de mis dolores corporales le pertenecían. Me dolían las manos, la espalda. El dinero ahora importaba, la cantidad no. Todo era bastante. Mis otras necesidades a diario las satisfacía por otros medios; mi nueva necesidad, por ahora, era una necesidad de pertenencia. Mi cuerpo experimentaba el dolor, mi corazón no.

Por las tardes la visitaba, limpio, nuevo, rasurado. Ella siempre me recibía con la misma sonrisa. Nunca me dijo que me amaba. Hablábamos o callábamos, eso daba igual.

Cierto día me encontré leyéndole un fragmento de unas hojas de un libro encontrado como reminiscencia urbana. Al terminar mi lectura se quedó callada y pensativa. Su silencio me hizo pensar en su necesidad de algo más; sus entrañas eran más que plástico.

- Tengo un pedazo de poesía... de mi poesía preferida - le dije -. No sé quien la haya escrito, me gusta pensar que fui yo quien lo hizo. Saqué una hoja quebradiza doblada en cuatro.

- Se llama "Al Clavo", yo le llamo "Mi verdad infinita".

Desdoble la hoja y dije:

- *Uno es clavo, el otro tenaza los demás son artesanos.

La tenaza toma al clavo por la cabeza,

lo toma con las manos, con los dientes y tira, tira;

hasta que lo saca del piso;

pero solo arranca la cabeza.

Es difícil sacar el clavo del piso

- dicen entonces los artesanos -,

la tenaza no sirve.

Le rompen el mango, le quiebran las manos

y la arrojan por la ventana...

Luego: alguno es clavo, otro tenaza los demás son artesanos -.

Doblé cuidadosamente la hoja y miré sus ojos. Es una vida, una vida en hemiciclos continuos, infinita. Poderosa por ser infinita, pero quebradiza. Me preguntaba si ella lo entendía. Callaba y eso la hacia más entendida que la verdad infinita.

- La he re escrito en varias ocasiones- dije -. ¿Te gustaría escuchar alguna de ellas?.

Asintió con la cabeza. Metí mi mano al bolsillo y sustraje un solo papelillo, de la gran cantidad que existían de mi hemiciclo. Leí:

- Una es la vagina, el otro el pene los demás los jueces.

La vagina toma al pene por el cuello,

lo toma con sus labios, con su clítoris y mete y saca;

hasta que lo cansa;

pero solo lo hace eyacular.

Es difícil satisfacer a esta vagina

- dicen entonces los jueces -,

el pene no sirve.

Le rompen el alma, le quitan la casa

y lo arrojan a la calle...

Luego: alguna es la vagina, el otro el pene los demás los jueces -.

Para cuando hube terminado solo mire una tela blanca tapando al aparador, en ella la sombra perfecta de mi amada reflejada. Se desnudaba del otro lado, tenía sus pezones erectos.

No la engañé, mas me reclamó el abandono; para mí, mas que eso, fue el inicio de un dolor intenso. No agradeció los discos dislocados por el trabajo en el futuro, ni el impacto psicológico, que en una persona como yo, le pueden acarrear los cambios.

Ese día decidí comprar cosas para pertenecer al mundo y se hizo de noche. Era muy peligroso andar a altas horas de la noche; ahora tenía por quien cuidarme.

En la mañana de ese mismo día, al despertar, me observé al espejo, mi panza menguaba; donde antes crecía la mata de barba ahora se percibía un extraño olor a alcohol; mis cabellos eran limpios, brillaban.

Necesitaba un lugar para dormir, y en donde depositar mis pertenencias. Me había sobrado una fuerte cantidad, suficiente para el alquiler de un cuarto pequeño; me refiero a que no sabia el costo de lo material, y ahora poseía más.

Ahí dejé los objetos y una foto instantánea que me había tomado junto a ella. La dejé al centro del cuarto vacío; ella lo llenaba todo, con su presencia, aun así: siendo pequeña y sin movimiento: abstracta y abismal.

Salí a dar un paseo, estaba agotado, caminé por mi nuevo barrio; el centro estaba lejos.

La vida tiene un valor, es el valor de las cosas, un valor para quien la usa; antes no sabría el costo de una insignificancia, pero en ese momento: Ella estaba lejos, y era peligroso andar de noche, ya no pertenecía a esa modalidad, y eso para mí tenía un valor indescifrable.

Me topé con una Cara Conocida.

- No te reconocí de momento, te ves delgado - dijo -. Tus facciones sin barba son mejores; casi y te me monto... - se rió -. Pensé eras todos menos el pordiosero - rió nuevamente.

Me invitó a su casa, a cenar, me entretuvo por bastante tiempo hasta lograr convencerme; me pregunto si el suficiente como para alcanzar a ver a Cara de Plástico. Accedí a su petición.

Ya en su casa, hizo un excelente guiso, no dejó de hablar en toda la labor. Tomamos cerveza, se dijo mi amiga; en mi vida había tenido amigas. Se reía estrafalaria, casi de todo. Hacía bromas de mí:

- ¿Existe alma bajo la costra? - Preguntó, y se encimó.

Por primera vez y no en sueños rechace una propuesta:

- ¡No!..., Estoy enamorado... -, dije y parecía que era suficiente para detener una tempestad. Mas no es suficiente: Es necesario el VALOR del dolor, como pesos en las cosas, para entender el poder del amor. Hablo del amor: en lo cual era un iniciado.

Se apartó de mí, aparentó indiferencia. Dijo la trajera, quería conocerla, tus amigas son mis amigas:

- Ahora lárgate que espero a un cliente - dijo.

Tiró el sobrante de pollo a la basura bruscamente, se bajó la falda.

En la puerta se despidió de beso y me supo amarga. Toco por encima del pantalón; retrocedí, sonrió maliciosamente, después se carcajeó, la oí mientras me alejaba.

Me perdí en la noche y me quedé pensando en ese sabor extraño mezcla de sabroso y amargo. Estaba tranquilo, tenía a mi mente, escuchaba a los grillos, podía imaginarlo y me aferraba a ello: Al amor sin dolor. No había tempestad, el clima era calmado. Soy bueno para observar señales, a reserva de un cambio brusco e indescifrable; pero no: Debajo de la costra estaba una alma, a la cual le dolía no haber estado con su Cara de Plástico. Era solo una mezcla de irrealidades no mundanas lo que sentía: Todo por la lejanía del verdadero amor y nada más.

El hombre en el espejo huele a loción. La casa estaba lista para Cara de Plástico. Se lo propuse; le propuse pagar por su libertad y dijo:

- No, no quiero que me compres - me quedé perplejo -. Hagamos algo más arriesgado... -. El amor es extraño.

El amor pide que se arriesgue todo, así tiene que ser. El amor toma al individuo por el cuello y lo arrastra hasta matarlo; lo envenena. Es una poción densa y suave que vale la pena probar; yo me lo he bebido y vale la pena: Luego uno es el amor, el otro quien lo toma, los demás los jugadores... y muchas las formas de jugarlo...

Esa noche esperé a por ella; estaba de pié, la observe de lejos. Ella vestía de largo, abierta de un costado, la pierna derecha salía de la abertura. Sus tetas seguían firmes. El vestido era una sola pieza: ancho de abajo desvaneciéndose hacia arriba; dejaba ver su pecho, abierto en "U"; hasta llegar a convertirse en solo dos hilillos, que rodeaban al cuello, sujetándolo por atrás. Su espalda descubierta, su perfecta espalda descubierta, sus hombros finos. Tenía la mirada hacia abajo. No se rendía, no se avistaba rastro de miedo en su rostro; en el mío sí. Me latía el corazón con fuerza; un tipo vestido como yo es presa fácil de vagos.

Me quedé hasta la madrugada, detenido, esperando, rondando; en un pasillo largo y desierto. Era el tiempo: Caminé con paso seguro, me acerqué al aparador. Acerqué mi cuerpo al vidrio, abrí los brazos, le di un ultimo beso por encima y retrocedí... tan solo unos metros; corrí hacia ella, sonreía, me abalancé contra el vidrio y sentí el impacto. Había cruzado, estaba con ella. La tomé de la mano, ¿O fue ella quien me tomó? Corrimos calle abajo. Su vestido rozaba levemente sobre el pavimento, era una terminación en "V".

Ya en un Taxi ella reía, me posaba su brazo sobre el cuello, me besaba, me enmarañaba el cabello.

El amor pide que te arriesgues, es extraño y duele; duele en el alma como vidrios en el cuerpo, duele en las manos, en los pies, en la cara; no es hasta sentirlo que requieres de una cura. La cura consiste en ese cuidado especial que se te da al ser correspondido, en las caricias y el leve ardor de las pequeñas cortadas, en la sensación de alivio del algodón sobre la piel abierta. No hay alcohol, hay loción cara. La siento sobre mi cuerpo, es ella, también impregnada de esta loción, pero sin cortadas en su cuerpo, es el hombre quien las requiere, la mujer es Cara de Plástico: a la mujer que se le debe todo por la no-conmiseración, y por existir.

Es madrugada aun, es hora de dormir y regalar las horas a la irrealidad, aquí junto a ella: mi realidad palpable.

En este capitulo había una escena de amor entre el personaje de la obra y Cara de Plástico. Ha sido retirada para que cumpla con normas estéticas y por que al fin y al cabo nunca entendieron lo que quería explicar.

Al vivir en el amor aveces se gana otras se pierde. A mí me había tocado solo vivir; y no saber, o conocer, de muchas cosas: entre ellas el ganar o perder. Tenía todo en mi vida; bueno, siempre lo había tenido: lo que quería... o lo que necesitaba; a eso le llaman, creo, el Ganar.

En la TV no dejaban de hablar de un robo de un maniquí costoso. Había toda una trama tras ese acto del hurto. Era toda una historia ridícula confabulada entorno a un loco enamorado... Mientras, en mi enamoramiento, sentía que Cara de Plástico era feliz. Nunca me dijo: te amo; me enunciaba como su amor, pero nunca un: Te amo. No era de gran importancia, igual nos amábamos.

Salíamos a hurtadillas, sin que nadie lo notara. Sobre todo los fines de semana, cuando descansaba del trabajo de Afloja Discos. Esos días preparábamos una canasta y visitábamos los parques... nocturnamente, o los lugares con ambiente extraño.

Cierto fin de semana, silentes regresábamos de uno de esos lugares extraños, nos topamos con Cara Conocida.

- ¿Cómo estaaas? - Preguntó tendiéndose abierta de brazos hacia mí. Me besó la cara -. Preséntame a tu chica... mucho gusto - le dijo y sacudió su brazo completo de arriba abajo -. Vengan a casa, les prepararé de cenar, o ¿Tendré que decir desayunar? - Se rió escandalosamente -. Vengo de mi trabajo- dijo. No le quitaba la vista a Cara de Plástico -. ¡Que bonito vestido llevas puesto!...

Nos hizo pasar con el mismo poder de convencimiento que usaba para su clientela. Cara de Plástico no dejaba de sonreír.

Dentro de su departamento empezamos a beber. Todo se dio paulatinamente: comimos, bebimos nuevamente, bebimos, bebimos, bebimos; hasta perder conciencia y activar al lóbulo temporal. Cara Conocida y yo terminamos con todo liquido alcoholizante. Primero con los botes, después con las botellas. Me sentía atontado. Creo que Cara de Plástico disfrutaba de mi estado, pues reía bastante; me tomó de la mano y me apoyo sobre su cuerpo, me deposito sobre una cama. Solo recuerdo retrocesos de ese instante:

Yo tendido sobre la cama, recostado, veía su vestido mas no su cuerpo; tampoco pude ver su cara...

Yo desvestido, sensación agradable en mi pene, ella succionando...

Parada ella sobre la cama - solo el vestido nuevamente y siempre, mas no su figura- sensación de pies en costado a mis costillas...

El vestido reposando a un lado de mí, nadie sobre mi, pero: sensación de placer sobre mi pene cabeza grande...

Aroma de su vestido a mi costado, esencia en mi nariz...

Vaivén de la danza invisible sobre mi pene erecto, ¿Estoy soñando?...

Gritos de satisfacción prolongados, con ecos encajonados, y distorsión de pregunta: ¿Morirías por mí? Así, así. Te amo mugroso, te amo...

Esos lucidos o no-lucidos, son mis únicos recuerdos. Me desperté temprano; serian como las 5:00 horas a.m. Una mano de carne se posaba encima de mí; llevaba el vestido de Cara de Plástico. Me levanté y hurgué en la cocina, no era nadie ahí. La cocina era inerte; me sentía mal del cuerpo y no era la resaca. Busqué en la sala; tampoco en la sala había alma alguna, ni en ningún rincón. Habían desaparecido las almas en aquella casa: incluso la mía; después de todo no había alma bajo la costra...

Hallé a Cara de Plástico dividida en cabeza, tronco y extremidades; unos chicos jugaban con ella. La subí a nuestro vehículo y viajé al centro de la ciudad. Fui a las grandes tiendas, a sus partes traseras. Encontré un lugar al aire libre, en medio de dos edificios. Entre cajas, mesas y partes - un obrero trabajaba ahí- daba vida a los maniquíes. Le sorprendió ver el estado de Cara de Plástico, la tomó delicadamente, la posó sobre una mesa ubicando sus partes corporales - sueltas- donde correspondía a cada una. Le secó las lagrimas, y comenzó a reconstruirla. Todo lo hacía con suma delicadeza: Le borró el rostro, le pintó nuevamente su sonrisa, después sus ojos; se le veía triste a pesar de ello. Unió sus brazos. Ella veía al cielo: silente, pensativa quizás. No hablaba. Cuando hubo terminado la vistió con delicadeza, se veía linda como siempre, su cuerpo volvía a ser el mismo, tenia idéntico color; su alma tal vez no ¿Qué color tiene una alma quebrantada? ¿Amarilla, azul?. Sus manos parecían frágiles, pero no lo eran, las empuñó, se mordió los labios y lloró. Nuevamente Obrero seco sus lágrimas, más no dejaba de fluir liquido de su lagrimal plástico, así que permaneció con un trapo en los ojos de ella.

- Perdóname - le dije, pero no contestó.

Intenté acercarme. Todo era tan minimal y abismal al mismo tiempo, que parecía que de un momento a otro todo aquello hubiera podido cambiar. Pensé que se reiría y me besaría; yo estaba dispuesto a hacerlo: a cambiar ese sentimiento de dolor por uno de felicidad repentina. Pero para ella no era así, ella no lo pensaba así. De pronto aquello empezó a cambiar sentí una sensación de ridiculez ante aquella escena y quería correr.

Obrero se acercó, llevaba unos lentes gruesos con los cuales no lograba identificar su expresión; pero también callaba. Volvió la vista a Cara de Plástico, desde donde yo estaba, como para tratar de ver lo que yo veía.

- Perdóname... - le dije nuevamente. El Obrero me vio a la cara, tenía que subir su mirada un poco para observarme y me dijo con la partidura al costado de su cara en forma de mueca y enfado:

- No contesta amigo, y no creo que lo haga. Su alma... a su alma no la pude enlazar -. Me pidió me retirara y así lo hice. Cuando caminaba a la salida de aquel pasillo escuché un grito sin fuerza que pregonaba:

- ¿Por qué no te reduces a humano? -. Detuve mis pasos y volví mi cara. Cara de Plástico había bajado de la mesa sobre que reposaba. Estaba de costado, con su mano izquierda sujetando su cara y con la derecha secando su caudal.

Yo era humano, siempre lo había sido, era mas de lo que cualquiera pensara de mí, pues entendía las dos vidas. Entonces era mas que humano, no tenía que reducirme a nada pues estaba mas arriba de ese algo; ¿O quizás perdía mi cordura por el solo hecho de saber acerca de la mentira y manipularla? Entonces: ¿Qué era? ¿Inferior a humano e Inferior al ficticio? Sentía algo dentro de mí, no sabía como definirlo. Si lo definiera como humano sería: un enajenamiento por un objeto; si fuera ficticio: un dolor por amor platónico; pero en este mi estado, el del supuesto ser superior sentía algo por encima de esos dos: un resquebrajamiento interno igual al que sentía Cara de Plástico. Los dos éramos iguales.

Había crecido, había crecido con poco esfuerzo, tenía mas de lo que necesitaba, me había mudado de casa, pero lo que más necesitaba jamas regresó. Me había hecho localizable por si deseaban buscarme.

Me curé los discos de la columna, eso satisfacía mi ingreso, pero estaba enfermo y ni con todo el oro del mundo podía curarme. Después de todo sí iba a morir a causa de aquella puta Cara Conocida, mas no por ella. Siempre me decía: Mi muerte comenzó cuando perdí a aquella parte de mí; era por ella por quien moría, aun que los Doctos opinaran lo contrario. Nada importaba. Irónico: el tiempo hace olvidar a razón de que también te acerca a la muerte...

La ultima vez que la vi, llevaba un relleno en su panza, parecía embarazada. A un lado de ella estaba un tipo con cara de niño, de menor altura, sonriente. Tenía los ojos claros e inhumanos, los rodeaban unos circulo de color gris ficticio... mecánico. Sonreía quizás por pensar que aquel hijo era suyo. No hablaban, permanecieron callados frente a mí. El mundo me daba risa, era menos que menos, pero aun así sonreía. Acerqué mi oído al vidrio de aquel aparador para escuchar algo (no sé que); el vidrio en la oreja bloqueó cualquier sonido, no escuchaba nada. Al instante sonreí, o me reí del mundo, no lo recuerdo. Si hubiera podido explorar muy al fondo, como lo hiciera sobre el vidrio, dentro de mi cuerpo hasta llegar al infinito centro de mi supuesta alma: hubiera podido sentir un leve dolor. En vez de ello continuaba riéndome de mi mundo. Los maniquíes estaban inexpresivos. Por primera y ultima vez le vi inerte. Tenía que dejar esta ciudad, quería viajar y ser mundano...

Conocí muchas partes del mundo, mis medios de transporte habían cambiado. Muchos se alarmaron de cómo había crecido; había entrado al vicio de crecer por poseer: desde esa posición había crecido demasiado.

Existe una parte en este mundo donde los enfermos de sida reciben clases de tranquilidad espiritual, asistía cada que podía, me sentía muy relajado en ese lugar...

Seguí viajando y creciendo, conociendo lugares, medicándome, meditando, viajando y creciendo. Un día pase por la gran ciudad, al parecer se habían olvidado de la historia ridícula confabulada entorno al loco enamorado. Al maniquí lo habían recuperado, pero al parecer desapareció tiempo después junto con su historia. No recuerdo haber regresado a la gran ciudad; mas bien no tenía indicios de las ciudades que visitaba, se habían transformado en lugares de negocio, a excepción del lugar reservado a la tranquilidad.

Cuando recorría las ciudades, en aquellas noches, me topaba con gente de todo tipo. Había chicas que querían hacer el amor por pocos pesos, pero nunca lo intenté. No, no en esa condición. En cierta ocasión me sucedió algo muy curioso, fue en el lugar reservado a la tranquilidad precisamente: Había una chica muy linda ahí, me la topé varias veces. Tenía una cabellera larga y rubia, me gustaba verla cuando meditaba, veía su rostro apacible, sus pechos grandes y redondos, su cintura pequeña, sus piernas torneadas. Me quedaba mirándola por largo tiempo y cuando cerraba los ojos para hacer mi rutina de concentración: me la imaginaba desnuda, poseyéndola. En mis pensamientos ella mantenía la misma cara apacible con la que la veía meditar. Le hacía el amor y ella calmada, desnuda e inexpresiva; pero sí con aquella hermosura y cara placentera. No decía nada, se amoldaba al juego.

Un día se lo propuse, no teníamos nada que perder, le propuse hacer el amor, le prometí un lugar tranquilo, lleno de velas y armonía, quería fuera mezcla de espiritual; recibí una bofetada muy fuerte, y nada más. Después me enteré que era hija del dueño de aquel lugar placentero, no estaba enferma, y yo me pregunté: ¿Qué diablos hace ella aquí? Nunca dijo nada de mi proposición a su padre, de lo contrario habría tenido que dejar aquel lugar que me alejaba del sentimiento de crecer por poseer: irónico que fuera por una cantidad elevada.

Seguí comprando y vendiendo, pero no encontraba esa medicina que te hace permanecer en este mundo; quería quedarme aquí, no morir, seguir comiendo tierra. Quería erradicar mi enfermedad, de hecho nunca la sentí, los medicamentos no lo permitían. Pertenecía a este mundo, no sabía por cuanto tiempo, aun cuando mi mundo eran solo tramos de historia...

He viajado tanto que pierdo la noción de lugar.

La enfermedad no mengua, los negocios van por buen camino.

Hace unas horas arribe a esta ciudad. Abordé un taxi igual al de siempre, miré las calles de siempre, los rostros de siempre; me perdí en sus venas. Taxista es quien gobierna. Viajaba y veía por encima de los edificios, eso me distrae. De pronto sentí un pequeño malestar muy al fondo del pecho. Era como una punzada continua; nada de preocupar - si se hubiera comportado igual- pero no. Se intensificó a medida que nos internábamos a la ciudad. Se vivificó y se expandió gradualmente. Del centro del pecho al tórax, del tórax al corazón; continuando a los pulmones. Hacia arriba tomó a la traquea y subió por ella hasta llegar al timo. Por abajo atrapó a las viseras y declinó hacia las piernas. Doblamos en una esquina y mi cuerpo estático del dolor no profería palabra alguna. Vagábamos por la ciudad y el dolor continuaba. Al doblar una avenida repentinamente el dolor claudicó tan rápido como un No existe.

- ¿Puedes regresar por donde vinimos? - pregunté a taxista.

- Por supuesto hombre - dijo, y volvió.

Al llegar a la misma calle donde el dolor había desaparecido, justo ahí, el dolor regresó.

- Vuelta a la izquierda por favor - le dije. El dolor prosiguió con su continua creciente y bajó por las piernas; así se mantuvo, lento, por largo tiempo. Siempre que desaparecía hacía volver al Taxista sobre su rodada. Doblábamos y retomábamos. Giramos y dimos vueltas por calles y barrios hasta que el dolor fue un todo en el cuerpo. No podía hablar, mi tronco se tornaba a rígido, mis cuerdas vocales apenas y si con voz encajonada indicaban al conductor que se detuviera.

- Tome mi cartera, tómela toda - ordené a Taxista y descendí del auto. Estaba frente a una tienda de tercera. El dolor era más intenso. Caminé hacia la entrada, estaba cerrada. Como pude, aun con mis pasos rígidos y la ausencia de fuerza en mis miembros, hice un esfuerzo, y entré al local. Había humedad en el suelo y resbalé. Eran lagrimas. Ahí abajo estaba - con sus dos manos sujetando el suelo, semilevantada de la parte superior del cuerpo; mas abajo sus piernas entredobladas, casi gateaban. Había bajado a esperarme- era Cara de Plástico. Me arrastre hacia ella; le dije: Te amo. Continuaba llorando, mis fuerzas eran pocas. Acercó su rostro de plástico hacia el mío, acercó sus labios y me besó intensamente...

Hemos permanecido en silencio desde entonces, ninguno de los dos puede hablar ahora. Mi cerebro es lo único que me responde, pero, conforme he entendido a lo inanimado del amor lo fui perdiendo gradualmente... Ahora veo todo diferente; ahora inerte como Cara de Plástico, en este estado entiendo ese grito que dice ¡TE AMO! Solo ahí.

Estoy casi completo mi amada...

Todo es estático, se mueve a intervalos bajos, estoy cansado. Creo que me resta poco en este mundo, suficiente para definir lo que percibo de este lado. Al mundo de los vivos le pertenece todo incluso la ficción. De este lado, el de la muerte, al alma le sucede algo que ustedes no se imaginan: El alma se transforma... el alma se transforma en


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 28/May/02