La Chenta hermosa
Carlos Pineda
Nunca dijo cómo, porque no quiso o no lo supo, pero algún día se le cayeron los párpados como aguacero. Así que para poder mirar se amarraba un viejo liguero a la cabeza, y con él se subía los párpados, y así se quedaba todo el día, sin poder parpadear, con los ojos bien abiertos, mirando siempre como sorprendidos.
Chenta, la "Chenta Hermosa" como le llamaban, era una buena mujer. Tranquila, trabajadora, y de un mirar, bue... ¡qué bella cabellera lucía! Pero eso sí, tan celosa, que hasta su sombra se escondía de ella cuando su hombre la tomaba del brazo para pasear. Pero su hombre, el hombre de la "Chenta Hermosa", como todo hombre, anda siempre en busca de otras carnes dispuestas a retozar con él, así que pronto tuvo una amante de buen ver y mejor coger.
Pronto el murmullo del adulterio llegó a oídos de la "Chenta Hermosa". No seré en verdad tan hermosa como dicen, pero eso sí, pendeja no soy -decía. Supo, gracias a las artes del murmullo que toda mujer sabe entender, el santo y seña de la mujerzuela, una de esas cualquiera que anda de pueblo en pueblo nomás viendo haber qué hombre se va con ella.
Pero cómo chingados iba a permitir eso, si... sí, ella lo mantenía, y tenía derecho a hacer con él lo que bien le viniera en gana, y si quería mantener a ese hombre, y cocinarle y darle de beber, era su problema... pero de eso, a compartirlo con una puta cualquiera, era cosa muy aparte.
El día de plaza esperó que acabará la Misa para lanzarse como gata en celo, y sin decir nada, la siempre ecuánime "Chenta Hermosa" que se le avienta, enaguas al aire, a la muy puta aquella... y a darle a la chinga, a la bofetada boleadora, a la patada, al arrancadero de greña y trozadero de uñas, a tejer el rosario de insultos que siempre son útiles en ocasiones como esa... a defender lo suyo, pues... Bien iba la bronca entre las viejas, cuando por poco y el liguero se le cae y con él los párpados y la vista y la vida y el marido, pero Dios es grande y sabe lo que hace... ya cuando era más polvo, sangre y sudor que mujer, la "Chenta Hermosa" decidió acabar con el zafarrancho, había llegado el momento... toda una tarde con su noche se la había pasado moliendo chile de ese que sólo de olerlo pica en la nariz como pecado sin confesar. Muele y muele se la pasó, hasta dejarlo finito, casi como aire, para que en un solo puñado estuviera todo el fuego del infierno... ese era el momento, tomó un puño del polvillo que traía escondido entre la ternura de sus bondadosos senos, y así de pronto, en un descuido, que le levanta la falda, el fondo y el calzón y que mete su mano en el sexo de la puta aquella (¡Anda polvillo, anda, haz lo tuyo, haz gemir de ardor a esta maldita mujer!) -pensaba.
Y ahí acabó el pleito. La "Chenta Hermosa" y medio pueblo morían de risa. La mujerzuela se arrastraba como perra, llorando, gritando pestes. Después de media hora y ante la petición del párroco, cuatro hombres llevaron en andas a la ardiente mujer hacia la fuente de la plaza. Ahí la encueraron, y con zacate y jabón le lavaron vagina adentro hasta aliviarle el escozor.
Mientras, el hombre, su hombre, el hombre de la "Chenta Hermosa" ebrio hasta el nombre, dormitaba plácidamente sobre su mesa preferida de la pulquería "La buena fe".
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 07/Jul/05
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