Cartas de navegación

Para Javier Beristain.

Y si alguien fuera capaz de construir un telescopio
tan potente, como no hubiera habido otro igual,
y se pusiera a escudriñar con él el universo
seguramente terminaría viéndose la espalda.
Albert Einstein.

Alejandro Ordoñez

E aconteció que estando avecindado en Villa de Palos, que es puerto de mar, una tarde, mientras avituallábamos una nao de mi patrón don Martín Alonso Pinzón, valeroso e afamado capitán, allegose hasta el costado de la nave un desconocido en busca de su ayuda pues traía, según dijo, instrucciones de sus altezas la reina doña Isabel de Castilla y el rey don Fernando de Aragón para hacer una arriesgada travesía, la cual no comprendí muy bien, pero era cosa de navegar sin cesar rumbo a occidente hasta encontrar las tierras de la seda y las especias e otros géneros que no recuerdo. Cristóbal Colón, llamábase aquel extranjero y aunque dijo saber mucho de la mar océano i presumía de contar con cartas de marear e muchos otros documentos relacionados con las artes marítimas, que nadie más que él conocía, despertaba poco entusiasmo entre la marinería, pues a nadie conocía y a nadie convencía. E ocurrió entonces que para tratar a nos de animar dijo dar muy buena paga e la promesa de la mismísima reina para entregar diez mil maravedises a la persona primera que avistase nueva tierra e con sus gritos e la seña convenida alertase a las naves de su flota, e que además él, de su propio peculio, regalaría un jubón de seda, ni más ni menos. Aún así, nadie quería embarcarse ni confiaba en él. Mas en la noche, ya en mi casa, vista la miseria y el hambre de los hijos -¡diez mil maravedises!-, la vieja me animaba: tantos palmos de tierra e cuantos cerdos, tantas vacas e gallinas e cuantas mudas de ropa, e imaginando todo lo que de adquirir pudiese con tal fortuna, sin que pareciera hallar pesar de los trabajos arduos, e los peligros e riesgos sin par a los que me exponía; mas no era por ella ni por mí, era por los hijos, tornábame a animar; además, ¿habéis pensado cómo os veríais con un jubón de seda, decía a me? Escuchadas mis dudas, don Martín Alonso Pinzón díjome que no temiera, él en persona faría el viaje e que para mostrar su aprecio me engancharía en "la pinta", que es harto navegadora e muy velera e ya vería yo como, Dios mediante, sería muy mío lo jurado por la reina.

Como es sabido, la mañana del tres de agosto levamos anclas i nos ficimos a la mar, tan quieta como un espejo, rodeada de impresionantes nubes que cubrían todo el horizonte. Sobrecogidos del corazón nos despedimos de aquella tierra por si nunca jamás. ¡Sur cuarta del suroeste!, dijo con fuerte voz el capitán, y ahí encontramos una fuerte brisa que nos llevó, ciñendo los barcos, a no más de cuatro nudos. Las semanas se nos iban navegando e aunque el tiempo fuede siempre bueno y no hobiede queja por ello, de las islas de Cipango y de Catay, nada: ni sus luces, ni sus sombras; y el descontento de la tripulación crecía y el temor de no encontrar vientos propicios para regresarnos por donde veníamos no nos dejaba en paz, e la esperanza de llegar a puerto seguro se desvanecía, a pesar de que las plantas todavía verdes y olorosas que llevaba la mar e las aves que cruzaban por nuestro cielo nos facían imaginar la proximidad de tierra firme. E aconteció entonces que la noche del once de octubre, cuando ya nadie quería aceptar la guardia pedí quedarme de vigía, a pesar de la fatiga así de enorme. Ya el capitán Colón habíanos dicho que estuviésemos con las velas muy bien puestas e los ojos muy abiertos para quedarnos con lo jurado por la reina pues él, que sabía muy mucho de esas cosas, podía asegurarnos que esa misma noche avistaríamos alguna isla, mas ya lo había dicho tantas veces que...

A pesar de ser tierra caliente el frío recalaba hasta en los mismos huesos y los dientes castañeaban por la humedad e los ojos pesaban e ardían de tanto escudriñar la noche e yo tállelos e tállelos i yo, en el castillo de proa, como garza parado en una sola pata hasta que se me dormía e luego en la otra y cuando el sueño casi me vencía poníame a pensar en tantos palmos de tierra, cuantos puercos, vacas e gallos e gallinas de la vieja e yo con un jubón de seda que hacía a me parecer piloto de la mar océano. E los barcos rolaban, se zambullían i arrojaban espuma por la borda como si también ellos tuvieran priesa de llegar, i en el firmamento la luna menguaba como a setenta grados sobre Orión en la cuarta de babor. Y que veo, que voy viendo una especie así como de larga lengua de tierra que brillaba bajo la luna. E yo: que son alucinaciones, e que dejo a las vacas y a los puercos olvidados i que abro los ojos e que casi brinco y allí entre la oscuridad vide algo como una línea prieta, prieta, e luego otra e otra más que se unían hasta formar una sombra y ya luego, como a dos leguas de distancia, el contorno de la tierra e que doy gracias a Dios e grito, como un loco, con toda la fuerza de mis pulmones: ¡Tierra, tierra, tierra a la vista! E que voy con mi capitán don Martín Alonso Pinzón e que me abraza entusiasmado e ordena tirar un tiro de lombarda e alzar las banderas, que era la seña convenida. E la tripulación bailando e abrazándose todos vueltos locos i yo pensando en la vieja y en los hijos y en todas las maravillas que podríamos comprar con diez mil maravedises. E don Martín que ordena recoger el paño para aguardar al almirante y aquél al aproximarse que le dice a gritos: "Señor Martín Alonso que aveys allado tierra", i entonces le dixe mi capitán: "señor, mis albricias no se pierdan", i el capitán general le contesta: "yo vos mando cinco mil maravedís de aguilando". E con las velas arriadas, excepto el papahígo y con la verga mayor braceada fuertemente y las burdas cazadas a babor, la Niña, la Pinta y la Santa María voltejearon hasta la luz del amanecer.

E al otro día que mi capitán Martín Alonso me lleva ante la presencia de don Cristóbal e le dice: éste es el hombre que vio primero la tierra, correspóndenle en derecho los diez mil maravedises de la reyna. E que el capitán general lo ve con gesto grave e que voltea e me pregunta: ¿a qué hora viste la tierra, marinero? E yo, a eso de las dos, su excelencia. Pues entonces no os corresponde, yo devisé primero una, luego dos luces, una hora antes de que se posiese la luna, serían a eso de las diez, e que manda llamar a Pedro Gutiérrez, uno de los marineros de la Santa María e le pregunta y él dice que sí, sí es cierto e luego su paje de Colón, un tal Pedro de Salcedo haciendo burla, pero si mi señor vio la luz primero, a él correspóndele lo jurado. ¿Verdad que sí Pedro Izquierdo? E yo: ¿e mis palmos de tierra e los cochinitos de la vieja? No, Rodrigo, entiende, hombre joder, no os pongáis así, que en realidad es poca cosa, mira: a mí, diez mil maravedís no me hacen más rico, ni más pobre, pero es el designio de Dios, entiende. Pues si para vos resultan poca cosa, dádmelos, por favor, os lo ruego. Pues no, mira, y no es que no quiera, pero qué crees tú que pensarían la Santísima Trinidad y la Divina Providencia del desaire, dirían que soy malcriado, mal agradecido y no fuera a ser la de malas y hasta me castigasen e moriésemos todos ahogados por la grosería. No, Dios los puso en mis manos y en mis manos se quedan, pero no os preocupéis, hombre, os regalo el jubón de seda, tomad, es todo vuestro.

Días después se me acercó el Rodrigo Sánchez para decirme que no era cierto, que a él lo había llamado el Colón para que viede la lumbre, pero que él no vio nada y así lo dijo, porque no era cierto. Luego se me acercaron algunos hombres, entre ellos el contramaestre Juan Quintero de Algruta, el piloto García Sarmiento y algunos más, entre ellos los grumetes Chocero, Gallego y Leal, para decirme que no me dejara, que peleara mi premio y si yo quería me apoyarían. Días después llegó hasta los oídos de mi capitán don Martín Alonso Pinzón e llamome tierra dentro donde nadie podiera escucharnos para decirme que era mejor dejar las cosas como estaban, no fuera a ser la de malas e fuede yo acusado de motín e ya sabía yo que las leyes de la mar son juertes i extrictas e la pena en dichos casos es la muerte e que era mejor que en mi casa lloraran por los puercos, las vacas e las gallinas perdidas e no por su señor de mi vieja. Es cuanto tengo que decir.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 02/Feb/02