Clave énica

Juan Planas

Alberto se paseaba morosamente haciendo tiempo; apenas eran las ocho y diez. Se detuvo a mirar los relojes expuestos en una joyería y pronto reparó en uno pequeño, dorado y con pulsera de cuero; faltaba sólo una semana para el aniversario de bodas -su mujer siempre se complacía cuando él recordaba la fecha con un presente-, y Alberto pensó que sería un lindo regalo; el reloj de Graciela estaba viejo, últimamente había empezado a atrasar y a veces se detenía.

Pero comprarle aquel reloj a su mujer estaba fuera de sus posibilidades; hacía cinco semanas que Alberto se encontraba sin empleo y ahora tenía que restringir los gastos al mínimo indispensable. Aunque todavía le quedaba en su cuenta de ahorro el equivalente a un mes y medio de sueldo, no sabía cuándo volvería a trabajar. Y, entretanto, las cuentas seguían llegando. En su bolsillo estaba la factura de la luz, que vencía al día siguiente. Normalmente, Alberto pagaba las cuentas apenas las recibía, pero esta vez había esperado todo lo posible, porque sentía angustia cada vez que gastaba dinero.

Con todo, había una esperanza. Diez días antes había tenido una breve entrevista, en respuesta a una de las cartas con que pedía empleo. Junto con otros aspirantes, llenó una solicitud y se fue. Y el día anterior lo habían telefoneado para una segunda entrevista; querían conocerlo más detalladamente. Era una luz en medio de las tinieblas. Tal vez la angustia estaba por terminar.

No sin sentir cierto remordimiento, compró un atado de cigarrillos, entró a un bar y pidió un café; lo necesitaba. Sentado al mostrador, recordó la mañana en que llegó el secretario del juzgado con la policía y clausuró la empresa. Aquel día faltaba una semana para que pagaran los sueldos, pero ahora sabía que no iba a recibir nada hasta que el tribunal no liquidase a la fallida. "Pensar que un mes antes de la quiebra nos mandaron a todos a una revisión médica general", recordó. Y allí estaba ahora, sentado al mostrador de un café cercano a Lynx, la firma donde en un rato tenía que presentarse, fumando ansiosamente mientras se preguntaba si obtendría el puesto y la vida de su familia volvería a la normalidad, o si les aguardaban aún meses de privaciones.

-Adelante, señor López -dijo Rodolfo Aldana, el jefe de personal, mientras introducía a Alberto en su oficina-. Le presento al señor Heguy, jefe del departamento de rastreo electrónico. Pero siéntese, por favor.

Alberto tomó asiento y consideró discretamente el lugar y a sus interlocutores. Tal como esperaba, era un despacho bastante amplio, bien decorado -en una pared, sobre una tabla de alguna madera fina que no reconoció, estaba el emblema dorado de Lynx- y con una computadora sobre una mesa que formaba ángulo recto con el escritorio del jefe de personal. Éste tenía un aspecto bastante típico, entre amable e inquisitivo; el llamado Heguy -que seguramente sería su superior, si lo llegaban a emplear- era un señor de unos cincuenta y tantos años, un poco gordo, que parecía algo receloso en cuanto a las cualidades del candidato. Alberto encontró normal tal actitud.

-Nos pareció muy interesante su curriculum, señor López. Su experiencia anterior nos interesa mucho, porque Periscope era una firma seria. Me refiero a lo profesional, porque en los últimos tiempos, como empresa, las cosas no las manejaban con prudencia -dijo el jefe de personal-. Bien, nos gustaría conocer cómo trabaja usted -agregó, levantándose-. Por favor, siéntese en mi lugar, así puede operar cómodamente la máquina.

Alberto hizo lo que le mandaban. El jefe de rastreo electrónico se sentó al lado, para ver la pantalla de la computadora, y dijo:

-Queremos ver cómo obtiene información sobre nuestro objeto, el señor Ernesto Heredia, que ha solicitado un puesto de gerente financiero para una entidad que, por supuesto, apreciará los antecedentes técnicos y laborales del candidato, pero también está interesada en la moralidad de su vida privada. Ya sabe... Bueno, usted nos había indicado -Heguy señaló una carpeta que estaba sobre el escritorio- que tiene mucha experiencia con el programa GlassPeople. Tendría que estudiar las posibilidades del objeto -terminó, extendiéndole un papel con una serie de datos impresos sobre él. Alberto tomó la hoja, la miró durante algunos segundos, y dijo:

-Perfectamente... por suerte, el objeto tiene la clave única desde hace tiempo, de modo que el acceso a la información no será difícil.

-¿Por qué la clave única nos facilita el trabajo, señor López? -preguntó el jefe de personal.

Era una pregunta de examen; Aldana conocía perfectamente la importancia de la clave única. Con toda naturalidad, tratando de no parecer pedante ni de que se notara su nerviosidad, Alberto respondió:

-Cuando aún no se había establecido la clave única, un individuo tenía un número para la partida de nacimiento, un número para la cédula de identidad, otro para la libreta de enrolamiento, otro más para el permiso de conducir automóviles... era un sinnúmero de cifras distintas que complicaba mucho las distintas diligencias.

El jefe de personal y el de rastreo electrónico asintieron. Alberto prosiguió:

-La clave única lo cambió todo, y también nuestro trabajo se ve facilitado extraordinariamente. Ahora hay una cifra única para cada persona, y esa cifra consta en todos sus papeles, en sus cheques, en todas las operaciones de compra y venta que realiza, en sus antecedentes policiales, en los servicios que emplea. Y, sobre todo, dos cosas han contribuido a simplificar y acelerar nuestro trabajo...

-¿Cuáles son? -preguntó Heguy. A Alberto le pareció que había un brillo de interés en la mirada del jefe de rastreo electrónico, y prosiguió con más aplomo:

-La primera es la disposición por la que para toda compra, viaje, cobro de cheque... en fin, cualquier gasto o ingreso que tenga un individuo, deba presentar la tarjeta de contribuyente que, desde luego, lleva la clave única. La otra, es el adelanto de las comunicaciones y de la electrónica; actualmente todos los movimientos de fondos, aun los más insignificantes, quedan registrados en la memoria de una computadora; y como hoy día la mayoría de los ordenadores están enlazados telefónicamente, desde nuestro teclado podemos realizar en dos o tres horas una investigación que años atrás nos hubiera llevado meses; podemos conocer todo lo que una persona ha hecho, dónde y cuándo. Por supuesto, esto ha reducido los costos de una investigación de antecedentes, por lo que actualmente hay más clientes interesados en los servicios de empresas como ésta.

Alberto percibió que su explicación había impresionado bien a sus interlocutores. El jefe de rastreo electrónico dijo:

-Bueno, veamos si podemos averiguar algo acerca del objeto. A ver... ¿Qué le parece si empezamos por verificar los estudios cursados?

-¿Comienzo con los primarios? -preguntó Alberto.

-No será necesario... Vayamos directamente a los estudios universitarios -respondió Heguy.

Alberto tipeó la clave única de Heredia, buscó entre unos cuadros de diálogo que abrió sucesivamente, y pronto apareció un reloj en la pantalla de la computadora, mientras una leyenda pedía "Espere por favor". Al cabo de unos segundos, tuvieron la información requerida. Alberto miró el papel con los datos de Heredia, luego la pantalla y dijo:

-Los datos coinciden; además, se recibió de contador con calificaciones brillantes.

-Así es. Veamos ahora la puntualidad en los pagos -contestó el jefe de personal.

Durante media hora, Alberto continuó operando la computadora según la información que le pedían. Verificó las compras que había hecho Heredia a crédito, el pago de impuestos, las cuentas de la electricidad, el gas, la escuela privada de su hijo. Había perdido la rigidez del primer momento, y obtenía con destreza y prontitud la información que le pedían. Percibía cómo sus interlocutores advertían su pericia y se sentía cada vez más seguro.

-Evidentemente, el objeto es serio en cuestiones de dinero; paga siempre en término sus cuentas. Tendríamos que ver ahora si podemos conocer algo de su moralidad -dijo Heguy.

-Para empezar, podemos pasar revista a juicios que haya tenido, y a cualquier legajo policial que exista sobre él -propuso Alberto.

-Desde luego; pero eso nos llevaría unos tres cuartos de hora -contestó Heguy, mirando interrogativamente al jefe de personal-.

Éste reflexionó un momento, y dijo:

-En realidad, ya poseemos toda la información que le estamos pidiendo. Lo que pretendemos es ver cuán bien se desempeña usted en la tarea. Si te parece bien, Andrés, podríamos pasar por alto los antecedentes judiciales, que evidentemente el señor López nos presentaría en unos minutos, y pedirle, en cambio, que pase a los aspectos más personales de la moralidad del objeto. Por ejemplo, si tiene relaciones extramatrimoniales.

-Nuestros clientes insistieron mucho sobre el particular -comentó Heguy-.

-Muy bien -dijo Alberto, mientras seleccionaba diestramente ítems en un menú. Algunos segundos después, apareció información tabulada en la pantalla, y Alberto agregó:

-Tiene varios débitos en hoteles por horas; el más reciente es del miércoles.

-A lo mejor va con su propia esposa; algunos matrimonios tienen esa costumbre -sugirió el jefe de rastreo.

-Veremos -contestó Alberto, al tiempo que tipeaba la clave única de la esposa del objeto, que previamente había buscado. Nuevamente hurgó en los menúes y, segundos después, observó:

-La esposa registra un débito en un mercado cercano al domicilio a las 18.16 del miércoles, mientras el objeto se encontraba en el hotel, evidentemente con otra persona.

Por la mirada de satisfacción que cambiaron sus interlocutores, Alberto comprendió que éstos se encontraban contentos por la sagacidad con que había establecido el adulterio de Heredia.

-¡Muy bien! En menos de un minuto obtuvo un dato fundamental. Se nota que conoce el trabajo, señor López -dijo el jefe de rastreo, quien agregó, dirigiéndose al jefe de personal.

-¿Te parece Rodolfo, que...?

-Un minuto, Andrés... -el jefe de personal detuvo a Heguy con un ademán-. Señor López, aunque esto no es esencial para el informe que tenemos que dar a nuestros clientes, y, para serle franco, nosotros ya lo conocemos, ¿se daría maña para saber el nombre de la persona con la que el objeto va a esos hoteles?

-Es posible, aunque ya puede llevar más tiempo... Tengo que comprobar si otra persona efectuó gastos en los mismos lugares donde estuvo con el objeto, como cafés, compras de cigarrillos y otras. Se debe verificar a mucha gente: amigas de la familia, compañeras de trabajo y muchas otras. Lo que sucede es que yo no conozco todas las personas que frecuenta el objeto, de modo que no sé cuánto podría tardar -respondió Alberto.

-Claro, claro... ¿Y si prueba con las compañeras de trabajo? -sugirió el jefe de personal.

Alberto marcó en la computadora el código de la empresa donde trabajaba el objeto; buscó luego la nómina de personal, y finalmente los nombres de las mujeres con sus datos.

-En principio, podríamos descartar a todas las que tengan cinco años más que el objeto -propuso. Vamos a ver si efectuaron gastos mientras Heredia se encontraba en el hotel. Ahí está... Bueno, ya descartamos a casi todas.

Quedaban los nombres de cinco mujeres. Alberto hizo surgir un cuadro de diálogo en la pantalla, introdujo algunas instrucciones, y poco después apareció un plano que representaba una pequeña área de la ciudad.

-¿Qué es eso? -preguntó el jefe de persona-.

-Es la zona donde está el hotel... Vamos a ver si alguna de estas chicas hizo algún gasto por ahí -explicó Alberto, mientras introducía más instrucciones en la computadora.

-¿Qué son esos circulitos numerados que aparecieron? -preguntó el jefe de rastreo.

-El primero es un quiosco, a cien metros del hotel. Ahí una de las compañeras de oficina del objeto, Andrea, compró cigarrillos y pastillas de menta cuatro minutos antes de que el objeto entrara al hotel; el segundo circulito corresponde a una estación del subterráneo, donde la misma Andrea pagó un viaje con tarjeta, doce minutos después de que el objeto salió. La estación está a setenta metros del hotel. Aparentemente, la persona que acompaña al objeto es Andrea -concluyó Alberto.

El jefe de personal y el de rastreo electrónico, entusiasmados, se pusieron de pie y estrecharon la mano de Alberto.

-¡Muy bien! ¡Es usted todo un profesional! -exclamó Aldana.

-Felicitaciones, Alberto. Me siento encantado de que venga a trabajar con nosotros -dijo Heguy cálidamente.

Alberto estaba exultante.

-¿Es decir que el puesto es mío, señor Heguy? -preguntó.

-Por favor, Alberto, llámeme Andrés, como todos los compañeros. Aquí en Lynx no tenemos manías de protocolo; ya va a ver qué clima agradable de trabajo encontrará -contestó Heguy.

-Podrá apreciarlo desde mañana mismo, Alberto. De paso, le digo que el horario empieza a las nueve -dijo el jefe de personal.

-¿Cuándo tengo que ir a la revisión médica? -preguntó Alberto.

-¿Revisión médica? No hace falta, Alberto. Allá en Periscope le hicieron un chequeo médico hace pocas semanas; no tiene sentido perder un día para que vaya al consultorio, y menos con todo el trabajo que hay. El informe médico de la revisión que encargaron en Periscope lo capturamos con la computadora y ya está archivado en esa carpeta que ve sobre mi escritorio. Lo que sí le pido, es que me llene este formulario, para que lo anotemos en nuestro servicio médico -contestó el jefe de personal, entregándole un papel a Alberto.

-Ya que es su último día libre, trate de disfrutarlo, Alberto; vaya a pasear, o lleve al cine a su señora -sugirió cordialmente Heguy, mientras Alberto se ponía a escribir sus datos en el formulario.

-A propósito, no se olvide de que dentro de una semana es su aniversario de bodas; se cumplen los once años. Hoy, que tiene tiempo, podría ir mirando lo que le va a regalar a Susana -dijo el jefe de personal.

-Mejor dicho, a Graciela -corrigió Heguy.

-Es verdad. ¡Qué memoria la mía! Bueno, Alberto, hoy tiene una buena noticia para Graciela. ¡Ah! No se vaya a olvidar de que mañana vence la cuenta de la electricidad -repuso Aldana.

Alberto, que había terminado de escribir el formulario, quedó atónito: aquellos hombres conocían el nombre de su esposa, la fecha del aniversario de su matrimonio y que al día siguiente vencía la cuenta de la electricidad. Pero su asombro duró un apenas un instante: desde luego, antes de la entrevista habían rastreado su vida.

-Muchas gracias. Lo tenía presente -contestó, mientras entregaba el formulario al jefe de personal.

-Naturalmente, Alberto. Usted siempre paga en término sus cuentas -respondió Aldana, quien guardó el formulario en la carpeta, sobre cuya tapa un rótulo decía:


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 28/May/02