Cristóbal

Enrique Vallejo

La única vez que lo vieron en la Ciudad fue objeto de miradas sesgadas, cuchicheos y hasta por ahí alguien se aventó a burlarse: payaso, mal hijo, farsante, dicen que le gritaron quienes lo vieron aquel día en la feria, sorprendidos con su presencia, la estrafalaria vestimenta y el aire arrogante, soberbio le dijo siempre la nana, con que miraba.

Referencia obligada a su infancia eran los días, cinco en total, que pasó en cama con fiebres "que rompían termómetros", exageraba el mayordomo, todo por su obstinación en que le cortaran la pierna para usar una de palo. En la cama de latón, mas parecida a un trono, la frente perlada, ventosas y cataplasmas calientes torturándole el cuerpo, rasgaba las sábanas de seda con el garfio que Nicomedes el herrador de la hacienda le había fabricado.

Siguiendo la tradición familiar Cristóbal no asistió a la escuela, a cambio recibía profesores particulares a quienes abrumaba con demandas de cálculos matemáticos, geografía, astronomía, vientos y corrientes marítimas, constelaciones y reflexiones mas allá de la perplejidad de sus mentores.

No cumplía doce años y había agotado ya lo conseguible sobre astrometeorología, su habitación era como ilustración sacada de algún libro de Julio Verne, para ese tiempo apilados en el desván, mapamundis, atstrolabios, diagramas, pizarrones repletos con cálculos y sobre el muro principal: un mapa celestial en cuya superficie se cruzaban, prendidos con alfileres, hilos de diferentes colores sacados del costurero de una callada y distante madre a quien la servidumbre apodaba "La Portugesa" desde el día que recibió, tapizada con sellos y leyendas, la caja de madera en cuyo contenido brillaban confites elaborados con yema de huevo.

Poco le consternó la muerte temprana de un padre con quien apenas cruzó palabra en vida, ocupado aquel en asuntos de la inmensa propiedad y de quien heredaba ahora su fortuna. Semanas después comenzaron a llegar embarques con materiales ajenos a la actividad del campo: lonas, tubos de acero, decenas de carretes de cordón de ixtle, maquinaria que bajo el techo del granero conformó el hormigeante taller. Llegaron también, al margen de obreros, diseñadores y calculistas, personajes sacados de algún naufragio quienes instalaron su "cuartel" en la sala principal. Desdeñando la luz eléctrica encendían hachones alimentados con brea, quinqués de petróleo cuyo aroma y luz mortecina acompañaban conversaciones que concluían con los primeros rayos del sol.

Cuando fueron montados los primeros mástiles en el Cerro del Cubilete y sus alrededores, catorce en total que por sus dimensiones se perdían entre las nubes, comenzó la leyenda del gran escultor. Los principales medios arrancaron a hablar de él solo después de que Raquel Tibol lo citara como : "...continuador de la tradición de artistas mexicanos de gran formato...". No faltaron las etiquetas y por ahi se le comenzó a llamar el "Krysto de América", así inició el río de visitantes al complejo velamen que hechido se observaba desde kilómetros a la redonda.

Enmedio de una actividad febril se instalaron en el Cerro de la Bufa, Zacatecas, otros cinco más ubicados en lo que Cristóbal bautizó como el "Parque del Bauprés". Al corte del listón, autoridades, banda y prensa, se izaron los lienzos que de inmediato tensos atraparon los vientos como foque de gigantesca nave.

En medio de una nube de reporteros y críticos de arte Cristóbal llegó a Comitán Chiapas. Su presencia en aquella zona fue aprovechada para acusarlo de protagónico y subversivo, lo que no impidió que terminara de construir las gemelas estructuras de acero en forma triangular, dotadas de complicados arreos, engranes, poleas y cables que se resumían en una palanca robusta, dócil al tacto aún de una sola mano, que desplazaba con suaves movimientos laterales la compleja maquinaria.

Cristóbal desapareció un día como desaparecen los héroes cada vez que se les necesita. El monumento, o como le dieron en llamar algunas publicaciones regionales "La Quimera del Bajío", estaba abandonada. El Gobierno de Guanajuato, cuidadoso del presupuesto, encontró oneroso mantener las inmensas velas al viento. Cuando se desgarraron fueron sustituidas con banderines publicitarios.

El Parque del Bauprés se convirtió en el sitio predilecto de las parejitas zacatecanas. En Comitán los engranes se oxidaron, el Presidente Municipal saliente cargó con los cables y cuando visité el lugar abandonado encontré, parada sobre la palanca mirando fijo el horizonte, una urraca prieta.

El meteorológico de San Diego fue el primero en dar la voz de alarma. En menos de 28 minutos, tiempo récord consignado por Güiness, la noticia ocupaba el 92 por ciento de los sistemas de comunicación de la aldea global: "...consternada la comunidad científica observó durante los últimos tres años una acentuada aceleración en la velocidad de rotación lo que terminó, de manera inevitable, incidiendo en el movimiento de traslación..."

Esa misma tarde se rompió otro récord aunque esta vez no hubo tiempo de incluirlo en el libro de récords: empleó solo 21 minutos en dar la vuelta al mundo el término "...efecto onda..." acuñado por el locutor de Radio Querétaro, Sergio Padilla.

Los mástiles abandonados del foque crujen. Las banderolas se agitan y se desgarran. Parada en el comando, ojillos penetrantes y actitud impertérrita, la urraca mira hacia la noche.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 05/Mar/00