Cómo Deshacerse de su Colchón

Emiliano Pérez Cruz

Por la calle camina en hombre de los colchones viejos. Empuja su carromato por las calles de la ciudad y municipios mexiquenses que le rodean. Unas veces lleva sombrero, en otras ocasiones la gorra de estambre que le evita pasar el peine por la cabellera hirsuta.

Ese ahorita puede prolongarse varios minutos, porque ¿cómo hacerle para que las vecinas no se den cuenta de la operación de compra-venta? O más bien, cómo evitar las miradas indiscretas que en el colchón pueden leer la mitad de nuestra vida, la de la noche, quizá la única que nos pertenece y no deseamos exhibir.

Contrario a las intenciones modernizadoras que quisieran el fin de la memoria, el colchón revela -a su simple paso de la vivienda al carromato-: micciones infantiles y hasta adultas, huellas de ciclos mensuales, sudoraciones y hazañas del niño que no pudo llegar a tiempo al baño; resortes que en condiciones de uso normal quizá no hubiesen saltado; la desvaída tela original, y hasta agujeros donde alguna vez hicieron su nidito de amor los ratones.

Por eso la angustia, la desesperación al no hallar la manera de desaparecer ese cadáver que tanto sabe de nuestro pasado, de las conversaciones a deshoras, cuando los hijos duermen a pierna suelta, iluminados por el resplandor de la televisión a la cual la pareja no atiende, pues se encuentra enfrascada en convergencias y divergencias propias de la vida conyugal.

Entre el chalán y el comprador de colchones viejos hacen malabares para bajar al que tan buenos servicios brindó, al que se fue amoldando al cuerpo de sus dueños hasta brindar un acogedor nicho testigo de mil y una batallas oníricas y libidinales.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 10/May/00