Diomedón, siglos después
Marcial Fernández
Mientras se fumaba un cigarrillo, Ernesto Gómez imaginaba ganar el próximo Maratón de la Ciudad de México. Pensó en qué gastar el dinero del premio, en lo reconfortante de su futura fama, en el auto deportivo que le obsequiaría la empresa patrocinadora de la carrera, en la mujer guapa y de carnes firmes que se le acercaría con admiración, y, satisfecho, encendió otro cigarrillo -con la colilla de su anterior- y siguió imaginando. Los iniciales cinco kilómetros los trotaría dentro del gran bloque de atletas. A partir del sexto, se colocaría entre los primeros lugares. En el kilómetro diez, sería el puntero de la competencia. Del doce al veinte, bajaría dos posiciones. Al pasar el treinta y cinco, recuperaría una. En el cuarenta, la otra. Para el resto del recorrido, empezaría a oír los aplausos del público. Y así, paladeando el humo de su quinto cigarrillo y acomodándose en su silla de ruedas, Ernesto Gómez fue el ganador del maratón.
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/Oct/99