El chupetero
"(...) nunca sabréis del hundido dolor de este pueblo
que vivíais humillando, de la clara niñez que corre
por sus venas viejísimas, de su ancho corazón lleno
de cánticos de aurora."
Rafael AlbertiMarco Minguillo
Hace bastante calor, ya estoy un poco cansado, mejor me siento un ratito aquí. Ahhh, qué rico, ya las piernas me dolían. De veras que he caminado bastante esta mañana, pero ya casi estoy acabando. La caja de ternopor no pesa mucho y sólo me faltan algunos para terminar. Cómo le habrá ido al Casimiro, de repente le fue bien, él conoce también la zona y a la clientela.
De veras que uno se relaja en esta piedrota ah, sólo que este gringo está que arde como nunca, pero mejor para nosotros porque así vendemos más.
Este lugar lo conozco como la palma de mi mano. Me acuerdo cuando vine por primera vez con mi papá y con mi mamá, trayendo comida para los obreros. Eso fue cuando a mi viejo lo despidieron de la fábrica de velas y muchísimo antes de que entrara a trabajar en la fábrica de insecticidas.
¿Qué dices? ...¿qué soy un olvidadizo?, pero viejo, ¿por qué dices eso? Claro que me acuerdo, cómo no me voy a acordar, si esos sí que fueron tiempos buenos. Viejo, en esa época, sí que podíamos tomar una rica sopa de gallina, con papitas y con fideos, ahhh, qué rico. Mejor no sigo pensando en eso viejo, porque ya siento que las tripas se me mueven y hacen ese ruidito que me pasa siempre cuando pienso en comida.
Viejo, ¿recuerdas cuando caminábamos juntos por estas calles, que son tan tan largas al igual que sus paredes? Tal como lo ves, por este camino sigue pasando mucha gente, así como era antes. Tú sabes, sobre todo cuando el gringo se está despertando, y también cuando ya se está acostando.
Por cierto, ese gringo que bonito que se pone viejo, sobre todo al atardecer. Sabes, cuando ya he acabado de vender, así cansado y todo subo corriendo con mi caja de ternopor y me siento en mi "cavanchola", así le llamo a mi escondite, que es una pequeña cueva rodeada de inmensas rocas y está ubicada en la punta del más grande de los cerros. Me acuerdo que mi "cavanchola" la encontré un día en que mi mamá me regañó y salí corriendo de la casa. Así e molesto me trepé al cerro más alto, para que nadie me viera llorar, y estando allí, busqué esconderme entre unas inmensas rocas, y cual no sería mi sorpresa viejo, que entre ellas encontré un hueco, en el que justo entraba una persona. Dentro del hueco había una roca en forma de asiento, me senté en ella y algo maravilloso sentí cuando desde allí vi que el gringo, como una inmensa naranja caía tras los cerros, derechito hacia donde queda el mar. Al ver esto se me fueron toditas las ganas de llorar, es por eso que desde ese día, cada vez que puedo me voy solito a ese sitio. Viejo, allí arriba, me olvido de todas las cosas horribles que siempre no faltan en esta vida.
Y ahora que hablo de esto, viejo, ¿no has visto al tío Alistarco? Pero viejo, tú sí que eres el olvidadizo, ah. El tío Alistarco, viejo, el esposo de la tía Elena. ¿Te acuerdas o no? ¿Qué-qué pasó con él?, pero viejo, acaso tú no sabes que él se fue sin despedirse, después de haber ido y venido casi toda su vida, por estas mismas calles, cuando trabajaba en la fábrica de detergentes.
¿Qué cómo lo sé?, ...bueno, ...eso es lo que cuenta mi mamá cuando conversa con mis tías. De veras viejo, que es muy divertido sentarse en un banco, en un ladito de la mesa y escucharlas cómo cotorrean, nadie se les escapa, y pobrecito también al que lo agarran, huy mama mía. Yo no digo nada, sólo las escucho y me río de lo que hablan, a veces me carcajeo tanto que, no paro hasta que siento que me duele la barriga.
Pucha, sí que está haciendo calor, ah. Creo que mejor sigo caminando, viejo.
¿Qué dices? ¿ah? ¿qué mire hacia abajo? ¡huau, viejo!, mis pies están llenos de tierra, ahora sí tendré que llegar a la casa y juntar un poco de agua del pozo para lavarme. Pero no puedo usar mucha, porque ahora que me acuerdo, mi mamá dice que eso sale muy caro. Esos señores que traen el agua en unas cisternas vienen cada vez con nuevos precios.
Cuando se nos acaba el agua y no tenemos plata busco inmediatamente a mi amigo Moisés, el hijo de don Pascual, y él nos regala agua de su pozo. ¿Te acuerdas de él no viejo? Claro, es el mismo.
Así es como a veces conversamos con don Pascual, y él nos comenta sobre las cosas que pasan en nuestro país. "La situación está cada vez peor" nos dice el vecino. Pero, además, dice que no se puede gritar mucho porque si no, nos puede pasar como a don Aurelio, a quien una noche lo sacaron en calzoncillos de su casa, con la cabeza tapada con una chompa y lo metieron en una camioneta con lunas oscuras y desde allí no ha regresado más al barrio. El vecino dejó a doña Pancha embarazada, y además a Florencio, quien es uno de mis amigos con los que también juego a la pelota, a Josefa, a Pilar y a la más chiquita que es la Irene.
A la franca, viejo, que la plata que juntamos entre todos alcanza con las justas para tomar algún caldito con los huesos de carnero, que mi mamá compra donde el carnicero Filipo, y para tomar té, con pan y mantequilla, en el desayuno.
Viejo, no te me vayas a molestar ah, pero... ya dejé el colegio, viejo... ¿qué porqué?, pero viejo no te me molestes, es que me dormía sobre la carpeta del salón y no podía recordar las cosas esas que enseñaba la maestra Saturnina. Pero viejo, es que tengo que ayudar a mi mamá y a mis hermanos...
¡Huau!, estoy sudando, como se dice, la gota gorda. Pero tengo que hacerlo viejo lindo, sino qué comemos mañana, la plata no alcanza.
Me acuerdo cuando mi mamá y tú se peleaban, precisamente por ésto, la bendita plata. Yo sé que venías cansadito de la fábrica, allí sudabas la gota gorda, llenando, con una vieja lampa, cualquier cantidad de costales con esos químicos que se usan para matar a los bichos de las plantas. Pero también sé que, eso fue como un veneno para ti. Sí viejo, lo sé, no tienes porqué repetírmelo. Sé que, en la fábrica trabajabas tú y tus otros amigos, pero así nomás, sin máscaras, guantes, overoles, cascos y esas otras cosas que se necesitan para hacer eso.
Sabes viejo, en ese tiempo te veíamos venir cada día peor, tosías como un chivo asmático y toda tu piel y cabello venían oliendo a esos químicos. Me acuerdo que yo estaba mas chibolo y me divertía jugando a la pelota con mis amigos del barrio. Y no faltaba alguien por allí que gritaba: ¡Hey, Crisóstomo, está llegando tu viejo!, y no era que se te viera sino que se te oliera, ja, ja, ja.
No te me molestes, viejo... pero es verdad. A ti, se te olía venir a dos cuadras de distancia, cabizbajo y lleno de polvillo blanco. Yo me acuerdo muy bien de eso...
Sí viejo, también recuerdo que mi mamita se sacaba la mugre trabajando. Ella hacía de todo, limpiaba, cuidaba niños, lavaba y planchaba ropa para unas señoras, les preparaba la comida y, además de eso, tenía que venir a nuestra casita, que de a de veras, viejo, sigue con esteras, y hacía lo mismo que en el otro lado, pero para nosotros.
En ese tiempo estaba el Casimiro rechiquito y la Chabela se encontraba todavía en la barriga de mi mamá. Después vinieron como en escalerita el Juan y la Tomasa. Oye viejo, parece que no había televisión en la casa ¿no?, ja, ja, ja... No te vuelvas a molestar, viejito, tú sabes que yo soy así contigo.
Bueno, ahora sí, querido viejo, tengo que apurarme, mira, ya están saliendo los de la fábrica de caramelos.
...Mi querido viejo, ¿nuevamente por acá? ¡Mira, ya acabé!, ahora tengo que regresar a la casa, el Casimiro ya habrá llegado. Tenemos que ver cuánto hemos juntado e irnos a comprar más chupetes. Al menos tendremos para el pancito y el tecito de mañana.
Oye viejo, de veras que hace calor, ah, este gringo jode, pero mejor para nosotros. Sí que me cuesta subir este cerro ah, cómo me duelen las piernas...
La vecina Eulalia, siempre anda apuradita, viejo, es que tiene que ir hasta la fábrica de autos para llevarle la comida al Andrés. ¿Que no te acuerdas de él?, pero viejo... es el segundo hijo de doña Eulalia y el orgullo de todos en su casa. Porque el mayor, Bambú, acabó metido en el vicio y tú ya sabes los problemas que trae eso. De él si te acuerdas, ¿no?
Pero bueno, ese Andrés sí que es inteligente, viejo, trabaja en el día y por las noches se va a la Universidad de Ingeniería. Algún día me gustaría ser como él, pero es tan fregado esto, que a veces llego a la casa y caigo como un tronco en mi cama, al lado del Casimiro, y no me levanto si no hasta el día siguiente, cuando el gringo todavía no ha salido y me despiertan los ruidos que mi mamita hace cuando echa el agua del pozo en la tetera y la pone a hervir en la cocina a kerosene.
Viejo, me siguen doliendo las piernas, y pensar que ahora por la tarde debemos continuar con la venta. Pero bueno, menos mal que ya veo la bodega de don Federico, es una de las primeras casas pegadas al cerro, él es bueno con los vecinos del barrio. A mi mamá, siempre le fía mantequilla para el desayuno...
¡Huy, qué alegría!, mira viejo, allí viene corriendo y ladrando nuestro perro Sultán. ¡No Sultán! ¡no! ¡no me lamas la cara, Sultán!, ya, ya cálmate Sultán, sí, te quiero Sultán, te quiero...
Ese Sultán está como yo viejo, reflaco, con la lengua afuera y siempre moviendo la cola como culebrín...
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/Nov/00