El Retratista
Amèlie (Dakiny) Olaiz
Pudo pasar en cualquier lugar del mundo. Siempre y cuando se encuentren seres con la sensibilidad creativa exacerbada, capaces de lanzarse al vacío, donde tiempo, espacio y materia pierden su cotidiana dimensión, donde el yo inventado se disuelve en los instrumentos y el objeto de creación, dejando la dualidad, por un momento, en el olvido.
Como rescatada del silencio de un relato percibí aquella pequeña ciudad, situada sobre una colina, que invitaba a caminar entre sinuosas callejuelas, custodiadas por antiguas construcciones de sobria arquitectura, animadas por cafés al aire libre y músicos espontáneos. En la cima de la colina se alzaba un parque arbolado de maple, salpicado de flores y follajes variados, tierra fértil para la inspiración, sitio ideal para reunir al mimo, al bohemio, al músico, al artista de la pluma o del pincel y a quien lo aprecia sin creer que pertenece al gremio, siendo parte indispensable de la creación.
Caminando a paso lento, deteniéndonos con frecuencia disfrutábamos de todo lo que atrapaba los sentidos, la música, el paisaje, la pantomima, la charla... El olor a café recién tostado, y el cansancio no descubierto, hasta mirar un par de sillas, nos invitó a sentarnos en un pequeño establecimiento situado frente al parque, que además de buen café ofrecía suculentos pastelillos y una vista inmejorable. A pocos metros se encontraban los pintores, en su mayoría retratistas, que con trazos sueltos y diestros impregnaban sus lienzos de desconocidos rostros. Permanecimos largo tiempo observándolos, comentando sus habilidades, disfrutando su arte...
Me dirigí hacia el pintor con una mezcla de duda y emoción. Muchas veces, en diferentes lugares, había observado a estos artistas que graban su arte y su nombre en lienzos de anónimo y universal destino. Nunca había deseado ser pintada por algún inmortal artesano del rostro bidimensional. En esta ocasión Arturo había tocado mi punto débil, "una experiencia interesante". Sentí enorme curiosidad por saber cual sería la interpretación de mi rostro a través de los ojos de un extraño, un extraño artista.
No fue necesario preguntar el costo, estaba escrito en un pequeño cartón. Saludé brevemente y pregunté si podía hacer el trabajo. Asintió. Me dispuse a sentarme en una pequeña silla, con un biombo de color neutro en la parte posterior. John Duc me miraba diciendo frases cortas: "assied toi" (siéntate), " le soleil est très fort" (el sol esta muy fuerte), "on va attendre un moment" (esperaremos un momento). Hacía cosas con sentido o sin él pero no dejaba de mirarme entre una cosa y otra.
Para calmar el miedo y la ansiedad, de ver sometida mi persona a la interpretación gráfica de otro humano, comencé a preguntar lo que se me ocurría. ¿Hace cuanto tiempo que pintas? ¿Vienes aquí todos los días? ¿Cuántas pinturas haces al día?. Él parecía no escuchar, sólo me miraba como queriendo asimilarme en sus ojos, en su cerebro, en su mano..."oui, oui j´ai écouté, de cero à sept à peux prés" (si, si te escuché, de cero a siete, más o menos).
Tomó su lugar, yo podía verlo y a todos aquellos que caminaban o se detenían a sus espaldas; él sólo podía verme a mí y el fondo neutro que me rodeaba. En ese momento dijo algo, cuyo profundo significado descubrí más tarde: "Regardez moi, ça va être un rapport direct entre toi et moi" (mírame, esto va a ser una relación entre tu y yo).
A partir de ese momento sólo lo miré a él, primero un poco forzada, después con curiosidad observando su vestimenta y su personalidad: mediana edad, mal vestido y un poco sucio, los mechones frontales de su cabello pintados de verde al igual que algunos de la nuca que asomaban sus puntas hacia mí. Después miré su cara, sus facciones, sus muecas y al observarme, entrecerraba los ojos acentuando las líneas de expresión formadas por el usual gesto. Su boca y su nariz bien definidas, con la mandíbula ligeramente prominente. Aquella boca reía con facilidad.
Miré sus ojos y me encontré reflejada, intentando escudriñarlos me perdí en ellos y una sensación de vértigo se apoderó de mí. Me alejaba hacia atrás sin poderlo dominar, me caía en un vacío donde los turistas, el café y Arturo pertenecían a una película en la que ni John ni yo participábamos.
Cuando la sensación fue insoportable y el deseo de romper fue apremiante, se estableció un nuevo estado: ¡me jalaba!, no permitía que siguiera hacia atrás, me detenía con un lazo energético firme, que manteniéndome en tensión me unía a él. Todo lo que sucedía atrás de John se perdía, la sensación de vértigo se disipó, y esa atadura que me unía con el pintor se hizo más y más fuerte.
Podía sentir qué parte de mi cara trazaba, lo sentía en mi piel, como si fuera el lienzo mi epidermis, la tiza mi creador. Una sensación de profunda unidad me sobrecogió, perdí la noción del tiempo, disfrutando de aquella maravillosa situación. Tomando gusto y fuerza por la nueva experiencia, quise tener el mando. Quería entrar en él, en ese perfecto extraño que me recreaba en un papel, en ese hombre de quien no sabía nada. Deseaba usar sus ojos, para mirar mi imagen en el papel, ahondar en ese lenguaje secreto que sólo nosotros conocíamos.
Lo sintió, después de unos segundos me di cuenta que lo evitaba; se echó hacía atrás y cambió su silla ligeramente de dirección. El brusco movimiento rompió el campo de energía que nos envolvía. El mundo regresó a su lugar, su actitud fue diferente y los movimientos de su mano más rápidos. Los turistas, el café... ¿Terminamos? ¿Dónde quedó aquella sensación? ¿Estaba sola? ¿Quién era ese hombre que me abandonaba repentinamente, habiendo tomado parte de mí? ¿Dónde estaba Arturo, con quién hablaba?.
Me levanté como autómata. Tomé la obra mirándola sin observarla. Pagué lo indicado agradeciendo a John su trabajo. Me dirigí hacia Arturo, que platicaba amenamente con una pareja.
Durante el resto de la mañana permanecí casi en silencio. Arturo llegó a la conclusión de que estaba más que furiosa. No tenía ánimo para sacarlo de la duda. Me sentía agotada físicamente, dormí parte de la tarde y toda la noche. No fue sino hasta el siguiente día, que pude comunicarle mi experiencia.
-Te dije que me podían robar el alma, por suerte la recuperé.
Días más tarde, cuando terminé de asimilar lo sucedido, la gran duda que había rondado mi propio trabajo artístico durante años, vislumbró una posible repuesta.
¿En qué momento se debe terminar una obra?. Cuando la magia llega a su fin.
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/Nov/00