El Sitio

José Álvaro Hernández Flores

Acuartelado en tu habitación la tarde esta a punto de morir, lo presientes. Interrumpes la lectura cegado por el ansia que no te deja en paz desde hace días. El libro sobre la mesa parece reclamar su pronto abandono, y los ojos hinchados fruto de tanta noche en vela se niegan a caer. Caminas lento alrededor de la cama recordando con tus pasos el ritmo de otra tarde, solo que entonces era otro el motivo y otra la emoción que precedía el sueño. Sentado sobre el piso sientes que tu respiración podría oírse a kilómetros de distancia y piensas que sería bueno fumar otro cigarro, sí, uno más antes de... Miras el teléfono que ya casi no suena y de nuevo el estómago se te quiere salir a patadas. Piensas que lo mejor será apremiar lo inevitable, apoderarse del auricular y marcar sin miedo el número que nunca olvidas, dispuesto a concluir con un silencio de meses...

A lo lejos junto a la cañada, la quietud con que el bosque acostumbra ocultar sus confidencias, se convierte en testigo de una singular reunión. Un comandante en jefe y cuatro de sus oficiales abandonan el campamento rebelde cruzando por la zona boscosa de la colina para dialogar clandestinamente los informantes que aún se mantienen leales, y que al anochecer, han logrado escapar del acecho de los vigilantes que circundan los alrededores del pueblo. El trayecto a caballo les da suficiente tiempo para entender lo importante que es esta noche para la causa, la preocupación en el rostro del comandante deja escapar una mueca de angustia, apenas perceptible a la mirada de los subalternos. La oportunidad de recuperar la ciudad que alguna vez fue suya se diluye con la espera, al igual que el pequeño ejército que lejos de fortalecerse, se ha sumido en el fastidio que resta moral a sus filas. La situación se ha vuelto alarmante, son muchos los heridos, los víveres escasean y las deserciones se han convertido en causa común dentro de la tropa. El sitio se ha prolongado demasiado y los rumores que se escuchan no son muy alentadores. La noche de hoy les parece más negra que nunca...

Ella contesta al otro lado del auricular mientras el hormigueo interno aumenta de nivel y la agitación de tus manos confirma que ha sido un error hablar después de tanto tiempo. Como siempre la debilidad ha sido tuya otra vez. Desilachas un ¿Cómo estás? tembloroso que se atora en el silencio lleno de bruma que trae a tu mente el recuerdo lejano de una paz muy remota. Cuando la escuchas a través del aparato telefónico te parece verla allí, sentada en la sala, con la sonrisa de siempre colgada sobre su rostro, hablando con esa frescura que estira aún más la cadena de sucesos que te hacen sentir triste. Escuchar de nuevo su voz te hace pensar en la oscuridad de estos días, en el cansancio que no te deja dormir, en tu figura deformada incapaz de llevar por más tiempo el peso de la más infame derrota.

-Me ha ido bien, - le contestas tratando de parecer seguro, pero tú no te engañas. Confiabas en que el tiempo y tu silencio fueran el merecido castigo a su deslealtad, pensaste con ingenuidad que fingir la muerte, tu prematura muerte, sería suficiente para provocar un gesto de piedad en ella. Te sentaste a esperar durante meses el arrepentimiento, pasaste más de una tarde encerrado conformándote con recrear la hora del perdón, pero hace ya tanto que las palabras del indulto se te han olvidado, y de aquel discurso épico que narraba las glorias y desventuras de la contienda, no permanecen mas que pedazos de eso que alguna vez llamaste vida.

Un airecillo se ha empezado a colar por tu ventana abierta mientras te devuelve a la conversación el delicioso ritmo de su plática risueña y el peso de una noche que promete ser más fría que de costumbre...

Los oficiales se muestran apesadumbrados por la dureza de las palabras de sus informantes. Al parecer de nada han servido las guardias interminables, las jornadas agotadoras en las inmediaciones del campamento y la privación y el sacrificio de toda la tropa. La ciudad contra toda lógica ha reaccionado de la forma más impredecible, el miedo no ha cundido en ella y la defensa es ahora más sólida que nunca, lejos de debilitarla, el sitio la convirtió en una fortaleza impenetrable. Cuesta pensar que hasta hace poco, en esa misma ciudad fueron queridos y honrados. Hoy ya nadie se acuerda de los antiguos soldados que alguna vez combatieron tras las murallas para brindarles protección y gloria, esos que ahora acechan tras las colinas en espera de una señal, del signo de rebeldía que los despierte del polvo y que los lance a combatir al usurpador para reconquistar lo suyo, las plazas y calles que se vieron obligados a dejar un día.

Antes de despedirse, el comandante respira con intensidad el aire húmedo que sube desde la cañada y ordena alistar las monturas. Nadie lo cuestiona mientras cabalga con decisión rumbo al campamento. Durante el trayecto se le ve sereno, casi tranquilo, incluso bromea con alguno de sus oficiales, pero las manos que sostienen las riendas se mantienen firmes y eso les devuelve la confianza en el superior que los conduce sin apuro a través de la espesura.

Horas más tarde, el sonido de una trompeta rompe la quietud de un puñado de tiendas que han comenzado a abrirse. Al centro, junto a una gran fogata, el comandante espera al resto de los reclutas, los minutos de silencio comienzan a provocar inquietud entre la tropa, y cuando el rostro adusto del jefe se relaja, ellos se disponen a escuchar las últimas indicaciones que se pierden en la soledad del bosque, en la discreta morada donde se cobijan los sueños.

Al colgar el teléfono te preguntas que es lo que pudo haber fallado, si todo estaba tan planeado, tan calculado, parecía infalible. En un gesto de claudicación, te observas en el espejo, estiras tu cuerpo con un interminable bostezo y entonces sonríes pensando que ya no importa. Al acostarte en tu cama y te esfuerzas por recordar la tesitura de esa voz que se ha quedado perdida al otro lado de la línea mientras por la ventana contemplas una noche que no se te presenta tan densa como imaginabas; estiras el brazo a la mesa, alcanzas el libro y retomas la lectura que abandonaste hace unas horas.

Desde niño siempre te emocionó leer, recuerdas como anhelabas llegar a la última hoja para descubrir el inesperado final con el que concluye una historia. En esta ocasión la lectura te lleva a través de los parajes de una ciudad sitiada que se resiste a caer y del rostro del comandante en jefe que comunica a sus hombres una determinación que por primera vez, antes de doblar la última página tu ya conoces.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 11/Sep/01