Evocación
Alejandro Ordoñez
Llegó hasta la tienda, apartó con decisión los pliegues arrugados de la tela y penetró en ella; quedaban atrás la inmensa noche del desierto y sus estrellas; cargaba sobre el hombro un cántaro de vino, traía también un poco de pan sin levadura, esencia de sándalo, ungüentos y perfumes.
Él la miró sorprendido bajo la tenue llama de la cera y aunque ella traía cubierto el rostro con un velo, pudo adivinar que tras los verdes destellos de sus ojos se ocultaban las siete penas y los veinticuatro sufrimientos. Ella lo miró angustiada, comprendió de pronto que tras esa mirada de animal enloquecido se encontraban agazapadas la tristeza, los doce miedos y las tres personas.
Una ráfaga de viento enmudeció la cera. Ella tomó sus bálsamos y se acercó a él, humedeció su frente aún sin abrojos y después, con mano conocedora del oficio, lo fue despojando de su ropa. El, con mano insegura y temblorosa, liberó la negra cascada de su pelo.
Comieron el pan, tomaron del vino; ella bebió la fuente cristalina de sus ojos, él probó la savia perfumada de su boca; él humedeció en el vino las yemas de sus dedos y con infinita ternura fue marcando senderos luminosos en su cuerpo; subió a las suaves ondulaciones de los senos, sintió ponerse duro el tejido al contacto de los dedos; bajó a la levedad del vientre y supo, al fin hombre del desierto, que el oasis habría de estar cerca de donde crecen los líquenes, los musgos, las palmeras...
Llegó con ansia a los veneros, sació su sed; sintió la proximidad del mar, se enredó entre sargazos y corales, dejó llevarse por el ritmo de las olas y, antes de que la noche tocara fin, depositó la semilla del perdón entre la arena.
No había cantado por tercera vez el gallo cuando ella tomó sus cosas y se marchó ligera, él no volvió a verla, no la buscó ni volvieron a encontrarse, tan sólo la vio llorar a lo lejos aquella tarde interminable del calvario.
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/Mar/01