Hansel y Gretel
Isaí Moreno
Es de noche y hay tormenta; cae agua putrefacta de los cielos. Los niños avanzan a tientas, descalzos, pisando guijarros punzantes. Esperan el relámpago, para poder discernir en cada destello un poco de esa nebulosa, en su condición de seres perdidos. Cada dentellada de luz les permite ver el fango en que avanzan, de paso los ciega. Ya no sangran sólo sus pies, también lo hace su retina, que ha conocido la metamorfosis del ojo en ganglio sanguinolento. Las piedras cortantes albergan purulencias que infectan de inmediato el nervio y la memoria. El escorbuto descarna sus encías: van dejando sus dientes en el camino, como si al dejar el incisivo quedara un rastro para el regreso a ninguna parte. Un buitre voraz va tragándose el sendero de dientes. El olor a gangrena cercena la atormentada nariz de Hansel y la sanguijuela corroe las piernas de Gretel. Las lágrimas les son negadas cuando se enteran que alguien ha cambiado la historia -que esta vez será más cruel- y no se salvarán de la malévola bruja, quien espera con paciencia el final de estas líneas, con la caldera encendida...
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 10/Jun/00