Ítaca-Malurbe

César Benítez

Sobre el agua anegada en que navegan tus pasos la dicha no te alcanza: la sombra de las horas respiran en tu vientre y hoy el Sol puede irse a la chingada sin que falte su luz. ¿Porqué hacer de La Malurbe un personaje quimérico si no para encontraste? Pinche ciudad, perra ciudad de hombres ciegos que buscan a sus hijos en la orfandad de los niños que limpian parabrisas; ciudad aciaga en que has llorado lo indecible por verle, por tocarle. Ciudad sin padre y sin madre y sin hijos, ciudad sola y enferma, puteada por vagos y ladrones, abandonada por líderes y padrotitos, envilecida por el temor y la mentira; ciudad de sangre y lodo y locos y mocos; ramerita sin llaveros, talonera de la fe, virgen hueca, gran Madamme arrodillada. Rara entraña, mereces la maldad de tus ladrones, que te destripen las ratas, que orinen sobre tus monumentos. Nos mereces, ciudad, perra sarnosa, grandísima hija de la fregada. Aquí nada de discursos, de planes del gobierno, de denuncias desoídas, de promesas con alas de murciélago: mandemos a la chingada las historias, ciudad, y sentémonos frente a frente que quiero lamerte y que me lamas este dolor gozoso del retorno, esta cicatriz de parto eterno que nos dejó la suerte. Ciudad, soy tu hijo, el insomne de las calles solas, el que ha visto a los ojos de las muertas para besarlos, el que se sentaba todos días a la orilla de la azotea para mirar el paso astroso de los aviones y el dulce desliz de las muchachas bañaderas, el envenenado de tus horas, de tus hienas, el peor de todos tus hijos, Malurbe.

Ulises partió sin saber nada de esto, absorto en los ojos de su madre que también te detestaba, ciudad magnífica. Ella partió sin adioses, con la rabia pesando como un fardo de siglos, extraviada en la sinrazón de un destino que no le alcanzaba para ser feliz, pero ¿quién puede ser feliz? A la distancia vio hundirse las luces de la ciudad que ya no le pertenecía, giganta ensimismada, y se fue ¿pero "dónde irás que no vaya contigo la ciudad" -Cavafis-? Calla y cayó, la ciudad ocurre siempre en el pasado, las anclas de otra casa lo saben y aterra pensar en los años que perdimos, los pocos que nos quedan por vivir. Ella cocinaba a la distancia ¿habrá pensado en ti un día mientras sazonaba el arroz amargo, el puchero de alumbre, la carne torturada, el pan de soledad, el café sin azúcar? Ella dormía a la distancia, soñaba desde lejos, reía y se miraba al espejo siempre a la distancia, ciudad: tan lejos, tan cerca...

Ulises regresa a Ítaca-Malurbe. Ya es un jovencito, no aquel niño que corría en el Parque de los venados tras un globo inquieto, ni el que andaba de la mano de su padre por el zócalo, ni el que hacía elefantes de los árboles chuecos de Chapultepec. Piensa ahora en ese globo: lo que fue, a dónde fue, lo que miró: el cielo tras su rastro de aire convertido en otro cielo, en otra ciudad, en otras gentes; el cielo podrido que cae de su delirio, el juego suspendido durante años, el columpio balanceándose en silencio ¿de qué sueños estará hecha la infancia? La infancia, nuestra infancia, ciudad, y la infancia de otros hombres sumergida en las ansias: no traicionarás al niño que fuiste, al sueño que fuiste; la infancia de colegio, de corbata y sacristía, ciudad mocha, la de misa de siete y el anuncio en el sombrero de fiesta (sombrero de cartón y diamantina) "Busco novia"; ciudad-confesionario, tardes de santos óleos, noches de agua bendita y la primera comunión (sexual), los Cristos de todas tus colonias ¿dónde estaban cuando partiste?

Las fotografías amarillentas no podrán negar tu paso por estas calles amarillentas también; la ropa guardada en un rincón de la casa "para cuando vuelvas porque volverás ¿verdad?", el fuego asediado como llama de un Dios antiguo; el santo y seña de tus ojos que adivinaba a solas; ropa tendida al sol de lustros sacude su polvo y su ruina: ciudad ruinosa, metrópoli del polvo, capital de la cal y el canto cayéndose a pedazos: piedra sobre piedra, agua en el agua, luz sin sustento, sangre vencida por el chapopote en el letargo de la hipocondria. Llueve, el agua recorre los años por los que tu navegación dejó estelas de asombro, ahora te espera la ciudad, te da la bienvenida, Ulises, en el retorno de un juego que fue un dolor y ahora es esta lluvia sucia y nueva que quema y vivifica; lluvia que encandila los cristales, las uvas de la dicha y el espanto: "la mojada tarde me trae la voz, la voz deseada de mi padre que vuelve y que no ha muerto" (-Jorge Luis Borges-).

Esta es la ciudad de México, estos sus hombres y mujeres, estas sus historias: ¿cómo contar las cosas de la ciudad sin contar las de sus hombres? Aquí estamos, aquí vivimos, aquí amamos, lloramos, queremos todos; aquí soñamos, berreamos, pataleamos, jodemos y nos joden; aquí miramos nuestros infiernos interiores y aguardamos el porvenir con un insólito aliento. La ciudad, nuestra ciudad, la de nuestros padres y nuestros hijos, la ciudad de ayer y las ciudades de mañana. Yo quisiera pintarla toda de blanco y darle los buenos días al tendero, al cura, al político, al cojo, al manco, al tuerto y a todos los hombres y mujeres buenos de esta ciudad para con ellos darle la bienvenida Ulises que regresa a su ciudad y con su padre.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 07/Nov/99