La deuda

José Ángel Barrueco

A mí no me parece educao que me se anden abordando en lo tocante a terrenos. Uno no está pa’ hombrías a estas alturas, pero cagoendios que si la sangre mía se pone a hervir... Entoavía puedo dármelas yo de mozo. Pero qué se habrán creído... Y por ‘cima ahora esta calor, que a no ser por la boina tendría ya los sesos ablandaos. Mira que los dije que dejaran al chaval en paz. Que él no tiene la culpa de ser un algo atrasao, mira que los dije... Qué se habrán creído esos tres, si cuando mordían la teta a la madre andaba yo de novios con la Jesusa y después vendrían otras. Y van y se plantan en la huerta, a pedir lo que no es de suyo, que por trabajo y herencia es mío. Perico, Perico, mira que siempre te avisé, no andes en juegos con los del bar, que no estás tú mu’ reparao de la azotea, que tienes el tarro flojo, aunque ni es culpa tuya ni mía ni de nadie. Este verano calienta de verda’, no como otros, que da impresión de que el sol nos tiene miedo y se pone tímido. Eso sí, tiene que llover, que veo el matojo algo seco, y luego se preparan los incendios y vienen los de la tele a husmearlo todo. Ay, Perico, si te viera tu madre, que en paz descanse, con la tripa fuera, que parecías un guarro en la matanza... menudo disgusto se hubiera llevao la pobre. Éstas cosas hay que ahorrárselas, hombre, que luego se ganan muchos disgustos. Tú tranquilo, que pocos metros quedan pa’ llegar, que el que más cansao está soy yo. A mí me olía mal el asunto cuando se personaron en la finca esos tres exigiendo lo de la deuda. Me se figuraba a mí que te habían engañao a las cartas, los cabrones. Pero no tienes tú muchas luces, nunca las tuviste, pa’ qué vamos a mentirnos. Que si el Perico no suelta la billetada que debe, nos quedamos tus tierras, Ambrosio. No olvido yo esas palabras. Me meo yo en mis muertos de recordarla. Bien es verda’ que cuando planté cara a esos tres que conozco desde que eran unos lechones, tú la preparaste gorda, pero bueno, lo hecho, hecho está, como dice siempre Salvador Cifuentes. O nos das las tierras o le sacamos al Perico el dinero a palos. El pronto tuyo, Perico, me asustó así por de pronto, déjame que te diga... Agarrar con esas manazas que Dios te dio al Emeterio y lanzarlo de cabeza al pozo de la huerta... me dio que pensar. No sé yo si te dañaría a ti esta calor de los demonios que le hace hoy, que a mí me está haciendo resoplar más de lo que debiera. Si por lo menos tomara un jarro de agua fresca o una frasca de vino del pueblo, otro gallo nos iba a cantar. Aquellos dos se revolvieron como los lobos. La hostia, cómo pesas, cabrón. Por eso fui a por la de dos caños y la cargué con la posta, y si al uno le di un tiro en la oreja fue porque me se venía detrás a la casa, mu’ envalentonao, como si no me conociera que yo, en cuanto tengo la sangre en hervor, me doy de hostias con la paciencia y con quien haga falta y hasta con el burro de Nicolás, que mira que es salvaje el animalico, y si al otro le reventé la columna con el otro cartucho que quedaba en el caño fue porque te estaba dando más cuchilladas en la barriga de las que estas cosas de agarradas se merecen, que con un mojicón y un navajazo se le podía haber olvidao la afrenta. Se conoce que pensaron que un viejo no tiene ya los huevos de mozo. Ah, mira, ahí veo que está ya. Que ya llegamos. Lo peor fue cuando se apareció el padre de Trinidad, el Juanito Pitones, diciendo y echando culpas de que dónde estaba su hijo mayor, que hacía un rato se había pasao por la casa nuestra a cobrar una deuda y él había escuchao dos tiros de posta. Cuando él se presentó acababa yo de meter al pozo el cadáver del Trinidad con los otros dos, y le estaba dando de pedradas al de abajo que tú tiraste, por ver si lo callaba, porque se conoce que tardaba en ahogarse. Hala, Perico, que llegamos al cementerio, no te apures. Esta calor de hoy me va a hacer perder la paciencia como no caiga algo de agua, que nos la merecemos y la merece el campo. El Juanito Pitones se oliscó de lo que había acontecido allí al verme las manos de sangre que yo le juré que era de un conejo que acababa de destripar, pero al verte tirao por allí con toda la tripada fuera y los ojos abiertos con las moscas posándose, se puso mu’ furioso pa’ la paciencia que suelo tener, que es poca si me tocan los cojones y las tierras y todo lo que sea mío. Yo le intenté aclarar que no hacía falta que su hijo te hubiera dao de puñaladas, no era pa’ tanto la cosa, que te hubiera puesto yo en su sitio con cuatro o cinco palos bien daos, que sabes bien que si te pongo la mano por ‘cima pa’ los castigos, te la pongo a base bien. Que un hombre debe ser firme con lo que tiene. Venga, Perico, verás tú qué gustoso vas a estar aquí abajo, con tu madre y tus abuelos, que me tenías los riñones molidos de lo que pesas, que siempre te reñí por comer demasiao. Esto te pasa por liante, y lo jodido es que me vais a dejar solo con el montón de trabajo que hay este año. Lo que no sé a la vuelta es qué voy a hacer con el muerto de Juanito Pitones, porque le quedé tan atravesao en la puerta de la porqueriza con la horca que luego no era capaz de sacársela pa’ enterrarlo. Que se puso a lo chulo y sabes que yo a los chulos no les aguanto. Lo malo no va a ser entrar en el pueblo encharcao de sangre, lo malo va a ser desclavar al vecino de la puerta, no vaya a ser que salgan los puercos y se lo coman, si es que las moscas no le han chupao ya la sangre. Digo yo que Dios me ayudará a sacarle la herramienta, que no sé ni la fuerza que he tenido para atravesarlo de pecho a espalda. Eso sí que va a ser un problema, Perico, hijo. Eso y la calor.


Otro cuento de: Valle y Montaña    Otro cuento de: Tierra  
Otro cuento del Mismo Autor   
 Sobre José Ángel Barrueco    Envíale e-mail
 Índice de temasÍndice por autoresEl PortalLo Nuevo
 MapaÍndices AntologíaComunidadParticipa

 

 

* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 03/Oct/05