Jacinta

Carlos Zugasti

Y miré hacia donde Lisandro me indicaba con un leve movimiento del mentón, y si, allí venía Jacinta, la tejedora quien llevaba en su brazo izquierdo a la altura de la cintura y a manera de perchero varias telas que urdió para entregarlas a las tiendas de ropa para los turistas. Su otra mano se balanceaba al lado de su cuerpo para conservar el equilibrio y la verticalidad y sobre su cabeza en asombroso equilibrio un hato de telas de colores la hacían parecer mas alta y esbelta.

Cuando pasó junto a mí, le dije: adiós Jacinta y a manera de contestación ella volteó y me sonrió, con esa gran sonrisa que parecía abarcar toda la mañana, fue entonces cuando me acordé de sus telas hechas en su telar y que yo le había comprado. Al frente flores o pájaros atrapados, y en el anverso de la tela sin duda quedaban tejidos los trueques del mercado, las tortillas recién hechas, el pescado y la sal y las costumbres que se acaban junto con los sueños que a veces se marchitan.

Y mientras Jacinta extendía sus telas sobre el mostrador para que la señora de la tienda escogiera. Pensé otra vez en sus telas. ¿Cuántos años? ¿Cuántas generaciones de urdimbre se tuvieron que tramar, para dejar atrapadas las historias? Esas parvadas de urracas mañaneras, tanto zanate tejido, zorras, y garzas en hilos de colores para que Jacinta inventara la tela de dos vistas. En esas telas, en el reverso quedan las mujeres hincadas, las manchas cobrizas de sus brazos van y vienen, sus manos prodigiosas tienden los hilos y les entrelazan, y allí queda su pelo largo, lacio, denso, negrísimo; también la prisa, la ternura, el trabajo interminable que inventa parte de la historia de esa red trenzada con esos reveses y derechos que cautivan.

La vieja del mostrador escogió unas telas y a cambio le entrego a Jacinta unos billetes; ella salió sin prisa, me miró y se dirigió con su bella carga hacia otra tienda. Lisandro y yo la vimos alejarse, mientras tanto seguíamos esperando a que terminara la reunión de los concejales y los síndicos del pueblo que preparan los últimos detalles del festejo anual.

Hoy tarde y noche se celebra la ultima peregrinación al mar; esa peregrinación que hacen los pescadores durante tres sábados seguidos para pedir buena pesca, lluvias buenas y también buenas cosechas tanto en el agua como en la tierra.

Antes de que empiece la peregrinación Miguelon, el presidente municipal habrá terminado de rezar y junto con los santeros irán a colocar las veladoras en el altar principal para indicar que se inicia el rezo.

Frente al salón de cabildos está la iglesia de la Candelaria y llega hasta mí el olor de las flores, y alcanzo a ver como sale por la puerta grande el incienso seguido por los rezos y los cánticos de las mujeres.

De pronto salen las mujeres más ancianas llevando en andas a los santos patrones del pueblo: La Virgen de la Candelaria que es la más importante, San Cristóbal, el pescador, San Miguel redentor, San Pedro, luego San Mateo y atrás cerrando la Dolorosa. Detrás de las mujeres vienen los hombres cargando sus atarrayas y redes nuevas recién benditas y al fondo junto con los síndicos viene Miguelon, el presidente municipal, que me hace la seña de seguirlo en la procesión hacia la playa en donde esta un grupo de personas que se unen en esa caminata lenta seguida del sonido de las campanas, los cohetes y la música. El andar es lento, ninguno parece tener prisa. Yo me desespero de ir siguiéndolos, sé que esto se llevará mucho tiempo, la procesión se detendrá en trece lugares y en cada estación se rezará hasta llegar al mar.

Escucho los versitos aprendidos desde niño y las peticiones coreadas por las mujeres y niños.

Yo hice mi petición personal mientras los peregrinos proseguían con los santos que desde que salían de la iglesia eran llevados de espaldas, viendo siempre hacia la iglesia para ser volteados cuando llegaran al mar; la beata Alfa es la cantante mayor y decide que se recen los misterios del rosario. Yo salgo de la procesión y me dirijo hacia el muelle para preparar la lancha para llevar a Miguelon y a sus invitados hasta el altar de carrizo que esta montado en una lancha a mitad de la bahía y que al final de la procesión será quemado. Subo a la lancha seguido de Lisandro, desde allí veo a los pescadores más viejos que forman en la playa un semicírculo apretado, sin dejar ningún espacio para no dejar pasar a los malos espíritus, ni que se acerquen al momento más importante de la ceremonia. Allí en donde recalan las olas Alfa y Miguelon llegan con San Cristóbal y lo voltean mirando hacia el mar, y después uno por uno de los demás santos son conducidos a donde se inicia el reventón de las olas que previamente los niños han cubierto de pétalos de la flor de mayo. Volteo y alcanzo a mirar como lanzan puños de pétalos de flores cada vez que a alguno de los santos le meten los pies en el agua. Atrás de todos ellos los músicos y los cánticos de los niños que compiten con los rezos de las mujeres. Una vez que han llegado y han volteado a todos los santos Alfa y Miguelon caminan por la playa hacia la lancha; vienen seguidos por varias personas. Siento una momentánea molestia pues no esperaba tantos y tendremos mas trabajo, pero mi malestar se diluye cuando veo que Jacinta viene atrás de Alfa.

Lisandro coloca el tablón sobre el muelle para que suban a la lancha, mientras yo les ayudo a subir.

Después escuchamos el ronquido del motor cuando se conecta; giramos lentamente y enfilamos la proa hacia la mitad de la bahía en donde está anclada la lancha con el altar del Cristo Pescador.

En toda la trayectoria no cesan los rezos, ni las jaculatorias y por supuesto las peticiones a los santos.

Jacinta se acerca sonriente y coloca su mano sobre mi brazo, me dice algo que no entiendo y después se integra nuevamente al grupo de las rezanderas. Cuando llegamos a la lancha-altar, cuatro muchachos se lanzan al mar desde otra lancha, les entregan unas antorchas encendidas y se acercan de uno por uno hacia la lancha se suben y prenden los cirios, para después prender el fuego de los leños que están bajo el altar.

Cuando el fuego cubre la lancha y llega al pequeño altar con las ofrendas el ambiente esta lleno de voces alegres; ya no hay rezos, hay gran animación tanto en nuestra lancha como en todas las demás que circundan la lancha encendida.

La tarde celebra la muerte del sol; sus últimos rayos relucen en los costados de las embarcaciones, poco después la noche cubre el horizonte y borra todos los contornos. Solo destaca la lancha ardiendo en toda su intensidad. Las llamas suben con ensordecedora crepitación cada vez mas altas, consumiendo ávidamente la madera seca y pocos momentos después el altar se convierte en un infierno rojo, en una antorcha fulgurante que se destaca sobre la severa inmensidad del cielo ya oscurecido totalmente.

Es el momento propicio para retirarse, porque además es de mala suerte quedarse hasta que la hoguera se consuma...todos regresamos hacia la playa en donde según la costumbre se vela toda la noche y todos los participantes y los invitados consumen los alimentos y la bebida que los mayordomos de la iglesia han traído para el banquete nocturno.

Esta ha sido una buena quema sin interrupciones, sin lluvia, y no hubo ningún mal augurio para las almas de los pescadores que murieron recientemente.

En la playa se hacen grupos alrededor de fogatas iluminando los rostros morenos, todos ellos dirigidos hacia la pira, que irradia su luz sobre los rostros de los venerables ancianos pescadores, y a los recios marineros, a los jóvenes y niños.

Ya avanzada la noche muchos desertan y se van hacia sus casas, mientras las hogueras en la playa se mantienen ardiendo todavía por algún tiempo, para después apagarse.

Los hombres del mar y sus mujeres han cumplido con el rito, la tradición y a su deber y ahora corresponde al poder de los santos conducir a las almas y cumplir con las peticiones.

Todavía a la luz de innumerables antorchas camino con Jacinta hasta la lancha, subimos; enciendo el motor y me adentro en el mar hasta la zona de las boyas en donde tiro el ancla de la embarcación. Es allí en donde a la luz de las estrellas me uno a Jacinta que se entrega a mí, ayudando a San Cristóbal en mi petición.

Al día siguiente la vida en Zihuatlan sigue nuevamente su curso y tenemos otro año para hacer nuestras peticiones a los santos.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 05/Feb/00