Ah Que Viejillo
José Abdón
Cerró la verja del exterior de aquel caserón y echo a caminar por la calle, se fue pensando, -Ah qué viejillo cabrón, tan ..., tan ...-, no se le ocurrió el adjetivo para calificar al que acababa de ofrecerle el mejor momento de placer que había vivido, aunque también el más extraño. Una rubia de antología y mejor que dispuesta, champán, y aquel viejillo ahí nada mas, perfumando la habitación con el Cohiba.
Todo había empezado entre el cuarto y el quinto de la tarde. La corrida no estaba resultando lo que la afición esperaba. La entrada y el cartel le había quedado grandes al triste encierro de Vallecano y la plaza oscilaba del abucheo al ganadero a las esporádicas ovaciones a los chispazos de talento que lograban exponer los toreros. Entre un toro y otro Joaquín se levantó camino al sanitario, decidido a renovar la dotación de cervezas. Regresaba y para no perderse de nada, antes de buscar las cervezas, volvió a mirar al ruedo: el nuevo no parecía mejor que los anteriores, un toro acochinado que se veía blando. Entonces aprovechó para revisar los rostros de la concurrencia; los domingos en la Plaza México, si no ofrecían una fiesta para recordar, por lo menos, como muchas de las grandes plazas, convocaban a una asistencia particular y variopinta. Un lugar para mirar y ser visto. Justo detrás suyo, un rostro albo de mujer le sonrió. Sin descuidar devolver la sonrisa, revisó a las personas a su lado. Una pareja a la izquierda, un señor a la derecha. Ése puede ser su papá, o su abuelito, pensó. Reforzó su sonrisa y le guiñó un ojo. La rubia sonrió detrás de las gafas de sol. Armado de los vasos llenos regresó a su asiento, donde sus amigos ya lo esperaban con otras cervezas. La muerte del quinto de la tarde llego como un alivio hasta para el Matador. La última faena no fue tan deslucida, pero de aquella tarde lo único memorable era la tarde misma; un clima benigno, sin demasiado viento y un cielo azul cobalto manchado de nubes blancas y arrosaladas. La amistad, la chunga y la cerveza habían ya hermanado a los vecinos de barrera. Gritos a la H. Autoridad.y mentadas de madre al ganadero, competían con las lamentaciones por el desperdicio de espadas. Mientras, Joaquín aprovechó que el respetable seguía en sus asientos para levantarse de nuevo y volver, escalera arriba, con los ojos fijos en la rubia. Ella sostuvo su rostro en la misma dirección, sonriéndole, aunque le extraño que apretara el brazo de su abuelito, llamando la atención sobre él. Cuando estuvo cerca, dijo en voz alta, - tan rica la tarde y tan pobres los toros -, nieta y abuelo sonrieron y lo saludaron con la cabeza. Cuando volvió la cara, el único que lo seguía con la mirada era el viejo, quien además le hizo un gesto amable. Salió del mingitorio apresurado, su idea era volver antes de que la gente comenzara a levantarse de sus asientos, en franca retirada. Regresó mirando hacia la pareja, esta vez, fue el abuelo quien apretó el brazo de su nieta, mientras asentía sonriendo hacía Joaquín.
Sus amigos no tenían prisa por abandonar los últimos tragos, Joaquín les dijo entonces que se adelantaría y sin esperar respuesta empezó a subir las escaleras entre el mar de gente. Alcanzó a la pareja en el túnel de salida. La rubia era más alta que su abuelo, su cabello: rubio rojizo, como el caramelo claro. Sin duda su rostro aniñado estaba un poco fuera de lugar ante el par de astas bien puestas y apretadas, lo alto de sus piernas y lo breve de su cintura. Caminaba del brazo del anciano, quien, a pesar de tener el cabello completamente blanco, tenía un andar seguro, que hacía dudoso un cálculo sobre su edad. - Ni hablar, mucho ruido y pocas nueces -, dijo, mientras emparejó y se situó del lado del anciano. - Pues sí, mi estimado amigo, tendríamos que reclamar el dinero de las entradas - , -Joaquín Álvarez -, se presentó a si mismo, ofreciendo la mano, - Mucho gusto, Luis Inclán-, - Odette -, dijo la rubia y volvió a encandilarlo con la sonrisa y el arco de cejas tras el antifaz ahumado. Caminó junto a ellos y, mientras le hacía conversación a Don Luis, miró de reojo el par de volúmenes bajo la blusa de Odette. - Vamos a tomar una copa a San Ángel, ¿vienes con nosotros? - , la invitación lo tomó por sorpresa, la rubia rió por lo bajo mirando hacia la salida, - ¡ Hombre!, por supuesto -, - Así me gusta, un muchacho decidido- terminó Don Luis mientras cruzaba su brazo con el de Joaquín.
Caminaron hasta el auto del abuelo, ahí los esperaba un chofer, que no se extrañó con su presencia. Abrió las portezuelas. Los jóvenes subieron atrás y el viejo adelante, junto al chofer. Don Luis tomó el control del aparato de sonido del automóvil e hizo tocar música de tríos. Bajó entonces la visera y descubrió un espejo donde se vio Joaquín, sentado junto a la rubia que, al fin se había quitado los lentes y miraba alternativamente hacía los ojos de Don Luis y a los suyos, mientras continuaba sonriendo con los ojos brillantes. Joaquín marcó desde su teléfono portátil y le avisó a su amigos que él ya iba camino a otro sitio, en compañía de gente que había encontrado al salir de la plaza. Terminó la llamada sin escuchar las últimas palabras; se embrujaba con el tono de bosque oscuro de los ojos de la chica. Se concentró en hacer conversación con Odette. Él era unos años mayor que la rubia y les gustaba la misma música, - La verdad a mí no me gustan los toros, pero a Luis le encantan, así que este es su capricho de los domingos, ahora vamos al mío, ¿verdad?- volvió a sonreír con malicia- - Sí güerita, pero no más de dos martinis , que sigue siendo domingo -, ambos rieron mientras se apretaron las manos sobre el asiento que los separaba.
El patio interior de la mansión que fue y que ahora es el restaurante San Ángel parece pasmado en el tiempo, los inmensos árboles brindan su sombra añeja, abajo las bugambilias puntean de magenta la retama. Las paredes coloniales blancas, la cenefa terracota y el piso de barro. Las mesillas acomodadas en el luminoso corredor del patio se convertían en palcos ante el paseillo de hombres elegantes y mujeres atractivas. Pidieron de beber, Joaquín para no desentonar los acompañó con los martinis. La rubia lo miraba con mucho interés, le sonreía constantemente pero no se esforzaba en charlar con él, Don Luis en cambio estaba muy interesado en su conversación. - ¿Vas seguido a la Plaza?- - La verdad, no mucho, sólo cuando el cartel promete, soy apenas un aficionado, pero cada vez va de mal en peor- terminó con pesar , - Suponía que eras más aficionado, digo, pareces torero, muchacho -, - No Don Luis, hace tiempo lo intenté, me preparé y sí, tiré un par de muletazos en una novillada, pero nada en serio, sigo yendo a Los Viveros a entrenar, pero ahora lo hago nada más por gusto, ya nada de trapazos-.
Joaquín se levantó para ir a los servicios y Don Luis lo siguió, al pasar junto a un grupo de mujeres, el viejo llamó su atención hacia ellas, - Vienen mujeres muy guapas por acá, ¿qué opinas, Joaquín?- - Ni como negarlo -, ambos sonrieron. En los sanitarios, sintió la insistente mirada de Don Luis sobre su cintura, mientras continuaron hablando. Al volver, el viejo fingió haber reconocido a alguien en el salón principal, le pidió que se adelantara. Joaquín pensó que era su momento para acercarse a Odette. - Tu papá, ahora viene - .- No es mi papá - , - ¿Tu abuelito? - ella se limitó a sonreír y negar con la cabeza. - Luis es mi amigo -, - ¿Tu amigo?-. Ella levanto su copa y desde esa barricada, le volvió a guiñar un ojo, - Aja, y tú también le caíste bien - dijo, apartándolo. De momento no entendió, Joaquín volvió a preguntar, arañando el terreno - Entonces son ¿amigos?-
Divertida le explicó que Don Luis, había sido su jefe en el trabajo, ella había dejado de trabajar con él, pero continuaron siendo amigos. -Es un señor muy amable y generoso, nos llevamos muy bien, y a los dos nos gustaste Joaquín, para invitarte a casa-, mojo sus labios con la ginebra de la copa, - qué opinas-. Su gesto cambió, la extrañeza se mezclaba con la confusión, ¿lo estaba invitando, a lo que imaginaba?. - Nos gustaste Joaquín, y creo que yo también te gusto, no viniste hasta aquí sólo para que te diera mi teléfono, ¿verdad?- Bueno, sí me gustas, pero no entiendo. Sí quiero tu teléfono, para hablarte y vernos después, no sé-. - Para qué después -. Llegaron nuevos martinis, ella se entretenía remojando su aceituna, dándole pequeños mordiscos. Joaquín bebía pausadamente, sonriendo, tratando de ganar tiempo y esperando que ella le aclarara la situación. Tratando de mostrarse animoso pero reservado.
-Mira Joaquín, tú me gustaste, yo te gusto, y a Luis, sólo le gusta mirar-. Viéndolo directamente a los ojos, - Bueno, a veces algo más- . -¿Algo más?-, - Nada que tenga que ver contigo, no te preocupes-.Hizo una pausa, dejándolo respirar y citándolo con la mirada - ¿Qué?, ¿te gustaría seguir la tarde con nosotros?- . Más intrigado que seguro, respondió afirmativamente. Ella sonrió complacida y acercó su rostro hasta besarlo, mientras ponía la mano sobre su muslo y apretaba. - De veras haces mucho ejercicio-. Don Luis regresó, y cambió su asiento, se situó frente a ellos, - Vienen mujeres muy guapas por acá, ¿verdad, Joaquín?- y sonrió complacido.
De nuevo en el auto, Odette ciño su cuerpo al de Joaquín y le ofreció la boca. Don Luis bajó la visera del auto y permaneció mirando el reflejo de ambos. Para Joaquín la situación le iba ganando el control; el calor de las piernas de Odette se transmitía a las suyas, las lenguas batallaban entre si, todo era excitante, menos abrir los ojos y descubrir la mirada del viejillo observándolos complaciente por el espejo. El chofer no hizo ninguna pregunta, encaminó hacia las calles empedradas del interior del barrio de San Ángel. Ella se achuchaba contra él, mientras sus labios no le daban ningún respiro. Don Luis los miraba con aprobación, Odette era hermosa y el chico también. Ya en el interior del garaje, de una casa añosa y rica, el auto se detuvo, Odette estiro los brazos, separándose de Joaquín y después de lengüetear sobre sus labios al alejarse, bajó riendo del auto diciendo que se iría a poner cómoda, - Besas rico .
Como dándole el aviso, Don Luis lo saco del atolondramiento, - Venga hijo, baja del auto, ¿te apetece un puro?-. Entraron a un gran salón. La altura al techo era impresionante, más de cinco metros, grandes cuadros decoraban las paredes, en armonía con el resto de la decoración. El viejo dejó el ambiente de la luz de la tarde y sólo prendió una lámpara de píe, junto a unos grandes sillones. El olor de maderas finas confirmaba la opulencia del hogar. - Pasa, sírvenos unos güisquis, allá está la cantina y vente a sentar acá-. Joaquín obedeció y puso un par de vasos. En tanto, Don Luis cortó un par de habanos sentado bajo la luz. Ambos bebieron en silencio, por un momento. - Mira Joaquín, que no te extrañe, a mi edad pocas cosas me causan interés, y para serte franco, con las mujeres ya han pasado mis mejores épocas y he adquirido otros gustos, -dijo, mirándolo directamente. Me gustan las mujeres bellas, disfruto de tenerlas junto a mí, de halagarlas. Me gusta tener una mujer guapa a mi lado, como a todos, pero no siempre me acuesto con ellas ... y me gusta el sexo, y me gusta mucho- dio una fumada y prosiguió, -no creas que me gustan los hombres, eso no, aunque sé reconocer un cuerpo bien trabajado como el tuyo. Me gusta el cuerpo de los toreros, por ejemplo. Y chasqueando los dientes, con un gesto ensayado, concluyó -Pero que le voy a hacer, sigo siendo un hombre sensual y me deleita que sean muy hermosas y muy ardientes. Ahora me gusta verlas- volteo a verlo y le guiño un ojo, -También me gusta hacer con ellas otras cosas, pero esto me gusta mas, ... además me cansa menos-, terminó con una sonrisa.
- No lo entiendo muy bien -, -Ni falta que hace, hijo, ya tendrás mi edad, aunque a la mejor no mi suerte, ni mis gustos - entonces rió sonoramente. - Ser vouyer, es un placer que pocos saben apreciar -, fumó largamente del puro dejándolo pensar la última frase, la actitud era estudiada; lo aguanto sin presionarlo siquiera con la mirada, dejó que fuera Joaquín quien tomara la palabra. Su única preocupación era la participación del viejo, el resto de sus ideas estaban en otra parte - ¿Entonces lo que a usted le gusta es ver?-, - Ya entendiste mi amigo. Ver. Disfrutar del espectáculo de los cuerpos, deleitarme en vivo con el placer de los amantes. Aunque no lo creas, es de una cachondería infinita. El cuerpo desnudo de una mujer excitada, los olores del amor ... -, atendió su habano, lo hizo girar entre sus labios, mientras la pavesa cambiaba del carmín al pardo. - Todavía te puedes ir, chico, Odette lo sabrá entender, no todos tienen el temple, sabes, un poco es como torear, entrar a la ruedo con la plaza llena. Un gran toro para brindar una gran faena ... y te aseguro que a Odette le gustan las grandes tardes- dijo en tono de usía. Bebió de su trago y continuó, controlando el tono, -Yo ahora, siempre en barrera de sombra, me deleito con los pases largos las buenas verónicas, ¡hombre!, lo que se dice una buena lidia-, terminaba su trago, mientras analizaba las reacciones de Joaquín. Después de haber dejado la inquietud clavada en él, lo acabó de meter a la muleta -Mira, Joaquín, tengo que ir al baño, por qué no llamas a Odette y ves si va a bajar o no -. Se alejó, y de momento volvió su cara hacía él -La escalera esta detrás de aquel pilar-.
La mente de Joaquín buscaba salir rápido de la confusión y aquella sugerencia era irrechazable, además no quería detenerse a pensar, había entendido perfectamente la invitación, ahora tenía claro que Odette estaría en alguna habitación, esperando la respuesta de su parte. Don Luis, aparentemente no participaría del séptimo de la tarde, pero estaría en barrera, dispuesto a los vítores y a levantar el pañuelo blanco durante la corrida. Únicamente pensó en la guapa rubia, apuró el trago y subió la escalera. No hizo falta que la llamara, salió a su encuentro en el rellano del piso superior. Había soltado su cabello, los largos rulos acaramelados le adornaban los hombros, llevaba una bata color salmón, echo las manos tras la cabeza del chico y lo silenció con un largo beso. - Qué bueno que subiste, me gustas mucho -, y se dejó acariciar sobre la bata, arqueando la espalda ciñéndose contra su cuerpo. Bajo la tela sólo sintió el cuerpo macizo de Odette, la breve cintura, la ondulada planicie de su espalda, el pequeño vientre y sobre el limoncillo de uno de los senos, atravesando la punta del pezón, descubrió una pequeña argolla. Mareado en su aroma, siguió besándola hasta que ella lo separó y lo llevó de la mano a la habitación. En sus dominios, volvió a atacar hacía el interior de su boca con la lengua suave, puya insistente e invasora. Aunque el perfume de la chica era lo único que quería que entrara a sus pulmones le parecía difícil respirar, entonces resopló con fuerza, alejo un poco la cara y mientras admiraba el rostro afilado de la chica dejó que sus manos se movieran con confianza. Quería tocarla entera, que entre su cuerpo y el de ella no pasara el aire. Sentirla completamente. Procuró quitarle la bata, pero Odette haciendo un suave extraño, de maneras felinas, se puso tras de él y comenzó a desabotonar su camisa, ante un gran espejo, en la cabecera de la cama. Joaquín vio su torso desnudo y cómo lo recorrían los hábiles dedos de la chica. Veía su boca lamerle las orejas, sentía el cabello acariciarle la espalda y de vez en cuando suaves dentelladas en el cuello. Desabotonó el pantalón, que cayó entre sus piernas, después paso las manos sobre los velludos muslos del chico. Cuándo lo hubo desnudado, volvió a situarse frente a él y regresó la boca a sus labios. Ahora era ella quien amasaba las nalgas de Joaquín insistentemente, bajaba de los glúteos a las piernas, palpaba su fortaleza. Hasta que volviéndolo un poco de lado, inclinó su cabeza y se apoderó de su pecho. Joaquín sintió como un pequeño aguijón la punta de su lengua vibrar sobre las tetillas, mientras las manos de Odette le apretaban la espalda. Sobre el vientre, la chica descendió hasta hincarse e hizo bajar los calzoncillos ante su rostro, tomó con una mano el miembro bambolante y haciéndolo de lado acercó su nariz a la pelambrera del pubis y suavemente comenzó a besar la piel que contiene los testículos. Joaquín movió su cabeza hacia atrás y hundió los dedos en la abundante cabellera. Al volver su rostro hacia Odette descubrió el reflejo de Don Luis, sentado, tras de ellos, en una poltrona junto a la puerta. Lo había olvidado, sin embargo el viejo lo supo relajar, cuando sus miradas se cruzaron, Don Luis, le sonrió complacido . Cerró los ojos y se concentró en la sensación de los labios de Odette sobre su miembro. El sobresalto de Joaquín, la hizo notar la presencia del anciano, entonces detuvo la caricia, se levantó rozando con todo su cuerpo el de Joaquín, revolviéndose contra él. Volviéndose de espalda contra su pecho, le ofreció la boca por encima de su hombro. La bata se abrió, mientras sus manos recorrían los senos, el vientre y el pubis de la muchacha. Prestó atención al espejo frente a ellos, vio la anilla que pendía del pezón izquierdo, gruesa, ligera y plomiza, halo con delicadeza observando el movimiento. Veía el par de pechos ante él, para sus manos. El contraste de su tez morena con la piel alba de la chica. Sus dedos, aún mas oscuros, jugaban con el pequeño mechoncillo del vello color durazno frente a sus ojos. El cuello como frágil columna, la cara de la chica vuelta hacia arriba. Los dos cuerpos desnudos, y a un costado la imagen de Don Luis inhalando de su habano. Se vio. Observo a Don Luis y lo vio verlos, le gustó la imagen de aquella rubia entre sus brazos abandonada a su deseo y la imagen clara de sus manos acariciándola. No le entusiasmaba la presencia del anciano, pero iba entendiendo el juego. Mirarse. Verse magreando aquellos senos turgentes. No quitaba los ojos de su mano al perderse en el bajo vientre. Se dio cuenta antes por la vista que el vello de Odette sólo cubría la parte superior de su monte de Venus, abajo, sobre los lampiños labios, sintió directamente la humedad en sus dedos. Verse a sí mismo en la lidia, lo dejó hipnotizado frente a su reflejo. Don Luis sonrió, él no supo si de placer, o al darse cuenta de que la mirada había delatado sus pensamientos.
Odette al frente, de pié, nivea y rubia, recostada contra el cuerpo del chico. Joaquín sentía hincharse sus deseos ante la vista del cuerpo desnudo, su mirada atendía en el espejo el movimiento de sus brazos al cruzar sobre el pecho; una mano encargada de amasar el seno lejano, el otro antebrazo extendido sobre el plano vientre. Con sus dedos palpaba sobre la húmeda corola. Vio el brazo de Odette rodearlo por detrás de sus nalgas camino al objeto que sentía tras de ellas. Su breve mano tomo la porra y trazó varias veces la línea que divide las esferas, sin apresurarse, salió, girando sobre si misma y, cómo si tomara al chico del manubrio, caminó con él hacia el costado de la cama. Se recostó en la orilla y poniendo a Joaquín frente de sí, introdujo el arpón en su boca. Procuraba no meterlo completamente, movía la cabeza, saboreando la textura del glande, dejándolo brillante de su saliva, también había flexionado y separado sus piernas. A menos de medio metro de Don Luis, la mano de Odette le brindaba la mejor vista de su lasciva: el clavel palpitante de su entrepierna. Sus dedos resbalaban sobre el terciopelo de la vulva. De tanto en tanto, su boca absorbía con fuerza el miembro de Joaquín, mientras se introducía profundamente el dedo medio. Su otra mano rotaba sobre sus propios senos, dedicándose especialmente a halar con suavidad de su arracada. Sin ningún espejo se mostraba ante Don Luis, el cuadro de los amantes, Joaquín de pié a un costado de la cama, en posición de descanso, mostrando los glúteos firmes como los hombros y el estoque, Odette tendida, acariciando su cuerpo. Cuando el estímulo fue excesivo, Joaquín gimió avisando su orgasmo. Ella retiró el bocado y, sin moverlo, empezó a soplar aire frío que le devolvió en un momento la calma. Al abrir los ojos, encontró sobre un espejo de la cómoda como se cruzaban las miradas de la chica y el viejo. Don Luis encomiaba en silencio la acción sonriendo de placer mientras la chica masajeaba con más fuerza sobre su propio pubis. Hubo un momento en que los tres se miraron entre sí. Joaquín sintió complicidad con aquella pareja y mantuvo los ojos abiertos. La chica entonces no dejó salir los dedos de su vulva y volvió a mamar de la verga frente a ella. La succión era enorme, semejante a la fuerza que hacía contra su entrepierna. Ambos comenzaron a jadear. Odette momentáneamente descontrolada, presionaba y amasaba sus labios inferiores con ímpetu. Don Luis con los ojos puestos sobre ellos, dio una larguísima calada de a su puro. La chica bajó la segunda mano a su pubis, con ella masajeó su clítoris mientras la mano diestra se afanaba en su oquedad. Continuaron así hasta que Joaquín se derramó bombeando acompasadamente en su boca. Odette abrió los ojos y encontró la mirada del viejo que la ovacionaba con gustosa aprobación y continuó mamando, excitada con el sabor de Joaquín y sin perder el contacto con Don Luis. Vino entonces el convulsivo orgasmo. Joaquín sintió como su pene era absorbido con mayor intensidad y vio las manos de la chica moverse con mayor rapidez. Al final ella lo soltó y se ocupó sólo de su propio placer. Arqueó el cuerpo, levantando las nalgas mientras sacudía con ímpetu sus caderas. Al final exhaló una serie de gemidos graves y fue bajando la intensidad del movimiento de sus manos. Tomó de nuevo con la boca el pene de Joaquín, permaneció serpenteando suavemente sobre las sábanas y volvió a hacer espirales sobre los pezones. Joaquín escucho a Don Luis aspirar el aroma extraño que surgía de los movimientos de Odette, almizcle y sal, y que ella se encargaba de esparcir sobre su pubis. Él mismo sintió el aroma y aspiró profundamente.
Cambiando de tercio Odette se desplazó hacia el centro de la cama e hizo que Joaquín se acostara a su lado para luego aconcharse contra él. Cerraba los ojos para sentir el otro cuerpo y los abría para mirar a su cómplice y mentor. Recostada en Joaquín, acariciaba el pecho del muchacho, su bien formado vientre y el llano que anticipaba el pubis velludo. Joaquín recorría con la mano la grupa de la chica. Alta y pronunciada ola, desde la cúspide de las caderas, hasta el hueco de su cintura. Miraba el torso esbelto donde se mecía el seno que pendía libremente. Estaba maravillado con la vista de la esfera tensa que desafiaba la gravedad y la arandela metálica embrocada en la punta marrón. Embelesado al sentir la cintura tersa y las pulidas nalgas. La erección no se había perdido del todo. Odette acercó la mano al vástago e hizo por llamarlo a toda su plenitud, movía la mano sobre él y aprovechaba las gotas que le brotaban para frotar la yema de su dedo sobre el capitel. Joaquín descubrió sus varios reflejos; en el espejo de cuerpo entero junto al vestidor, en por lo menos tres sobre el tocador, en otro más al lado contrario de la puerta donde se encontraba Don Luis. Los cuerpos de ambos entrelazados, repetidos en imágenes constantes. Los espejos copiaban sus pieles, fragmentos de ellas, absolutamente identificables. Ella alba y lisa, él oscuro y piloso. Veía sobre el hombro de Odette su propia mano bajo la línea de sus nalgas, los dedos de ella recorriendo su porra. El atardecer apenas iluminaba a través del gran ventanal, tras los afeites del tocador. Don Luis, descorchó entonces, una botella de espumoso. Sirvió cuatro copas, se dejó dos, llevó las demás y la botella junto a los amantes y volvió a su asiento. Odette se incorporó, pasó sobre él y bebió su copa de un trago, después apuró la que hubiera correspondido a Joaquín y le dio la botella. Después llevó los labios al miembro y con la boca helada, lo hizo estremecer. La sangre acudió al estímulo y rellenó de calor al combatiente. Joaquín no bebió entonces, torció su cuerpo y logró meter más abajo la mano, hasta tocar por detrás la vulva de la chica. Odette empinó el culo y se dejó hacer. Después, giró sobre las piernas de Joaquín, poniendo la cara delante de su miembro, se hincó y volvió a ofrecer hacia la figura sentada junto a la puerta la vista de sus orificios pasando una mano bajo sus muslos para masajear en la vulva. Continuó moviendo la cabeza y la cintura rítmicamente. Cuando sintió necesidad de más estímulos, sin dejar de acariciar su conejito, gateo sobre el cuerpo del muchacho hasta posar su sexo justo en su boca. Erguida sobre el rostro de Joaquín, se miraba en el espejo de la cabecera. No se contentaba con frotar sus senos, intentaba ver fijamente a Don Luis, pero el deleite le forzaba a cerrar los ojos. A través del espejo del vestidor veía la imagen del miembro inflamado de Joaquín y el reflejo de Don Luis, que había extraído el suyo, morcillón y canoso. El bajo vientre afeitado de la chica le ofreció a la lengua invasora la plaza entera y despejada, las alas del sexo se abrían mostrando su gama de rosas y nacarados ocres. Joaquín aprovechaba los boqueos de la entrada a su vagina para introducir lo más profundo su lengua y saborear la resina que la perlaba. El sudor de Odette, el olor a queso de cabra de su ano, el aroma del puro, los sabores de la vulva ... los sentidos de Joaquín estaban aprendidos. Cuando tornaba la lengua hacía el clítoris, la chica gemía hacia el rostro del anciano y apretaba la cara de él bajo sus piernas. -Sigue ahí-, él continuó ofreciendo la superficie de sus labios abiertos y su lengua para que Odette los cabalgara apretando con los muslos sobre sus orejas. Subió su mano, hizo con ella una tijera, apoyo el índice en el ano y acercó lo más que pudo el pulgar a la vagina demandante. El sexo de la muchacha se agitaba sobre su rostro. Cuando sintió los dedos de Joaquín, empujó el vientre acercándose a ellos. Odette abría los ojos y miraba en el espejo su propio rostro exaltado, tras de ellos al viejo que se manipulaba a sí mismo. Don Luis, empalmado, masturbaba con calma su miembro, mirando a la chica verlo y él observando los dos cuerpos. Veía la banderilla campaneante surgir en el mechón zaino de Joaquín, luego del tórax del chico; sobre sus hombros, como un monstruo mítico, el rostro mudo y hermoso de las nalgas de Odette. Miraba cómo la falange de Joaquín penetraba en el ano mientras el pulgar acicateaba con fuerza la puerta de la vulva, abriéndola y cerrándola al entrar. La imagen de Odette mirándose, gimiendo y empañando el cristal. El reflejo de los senos estrujándose contra sí mismos. La melena alborotada sobre la eterna espalda, los dedos de Joaquín, la cintura ondulante, el eco del chapoteo de baba, las piernas macizas a horcajadas sobre su presa, la ahogada respiración de Joaquín. Entonces, como si la eyaculación del viejo hubiera ocurrido en el interior de Odette, ambos alcanzaron el orgasmo, Don Luis se ayudaba exprimiéndose desde la base, mientras Joaquín desaguaba con el índice la perfumada esencia de la chica. Ella levantó un poco las nalgas para que pudiera meter con mayor profundidad los dedos en las oquedades, apretaba a los intrusos, mientras pulsaba contra ellos, y terminaba de estremecerse ante los alcances que de pronto le daba Joaquín con su lengua.
Bajó de su trono frotándose contra el cuerpo del chico, alcanzó al fin a apresar la boca de Joaquín para sentir su propio sabor. Con la pericia del capitán atracó su pubis contra el muelle protuberante de Joaquín. Encajó perfecto contra su hueco el vástago y las rodillas a un lado de las hondonadas del vientre de su amante. Cuando acabó de limpiar el rostro, levantó su cuerpo e inició un constante movimiento sobre el pene del que se había adueñado. Joaquín sentía cómo lo absorbía y estrujaba con los músculos interiores, cómo si Odette tuviese otra mano en vez de sexo. Una de presión constante y aceitosa, una mano que lo amasaba llamando la atención de todo su cuerpo. Don Luis miraba con detalle el miembro enrojecido confundiendo su carne con la de ella. Odette se detenía de pronto y, apoyando su el pecho sobre el de él bajaba una mano a buscar el pene. Luego, sacándolo de su interior, lo restregaba contra sus labios hinchados. Metía apenas el glande y descendía un par de centímetros. Volvía a subir y a bajar. Joaquín sentía el aire frío en el miembro y comprendía la técnica: a él lo ayudaba a retardar su orgasmo y dejaba ante el anciano una nueva composición. Respiraba profundamente, buscaba en los espejos el reflejo de su cuerpo y la aprobación de Don Luis. El viejo apreciaba el gesto y brindaba con las imágenes de Joaquín. Odette no miraba más, su atención estaba enfocada en la superficie de la vara que pulía con su vagina. Presentía la mirada de Don Luis en el emboló que entraba y salía ante su vista, lo sentía acariciarle la raya de entre las nalgas, empujando el dedo hendido de Joaquín, podía sentir inclusive la bocanada de humo con que bañaba su espalda y que salía tras de sus hombros. Volvía a presentir el orgasmo, como esa humareda que se expandía. Bajó entonces la cintura y apuró su cabalgata contra su corcel. Y aunque Joaquín más bien sentía el movimiento dentro de ella. Se sentía taladrando cada vez más profundo. Con el movimiento constante Odette provoco la inundación, su movimiento interno se hizo más intenso, se inclinó y talló la parte baja de su monte, contra la pelambrera de Joaquín. Así continuó, disfrutando las punzadas de la eyaculación dentro de ella y la fricción en su clítoris, abrió los ojos, y los hundió en el cristal. La mirada de Don Luis le correspondía con gusto cuando ella tensaba el seno halando de la anilla de titanio. El vapor de su aliento, fue nublando la complicidad, mientras en su interior se desataba otra tormenta. Joaquín sintió cada vez más fuerza sobre el pene, la presión de Odette hizo que le ardiera el pubis. Un gran gemido agudo y el modo como se revolvía aquella fiera le gritaron el orgasmo. El reflejo lo hacía ver como tierra azotada por el huracán. Odette lo tenía apresado bajo su cuerpo.
Cuando abrió los ojos, la luz de las lámparas le mostró a sus anfitriones, sonriendo ambos sobre la poltrona, esperando que despertara. Ella, triunfadora, melosa, arrebujada y alzada en los muslos de Don Luis, lo veía desde lejos. Él en cambio con la mirada vaga lo observaba con nostalgia, como recordando en su cuerpo desnudo su propia lozanía, mientras frotaba con delicadeza sobre la vulva de la chica. Odette aceptaba sus mimos y lamía el cuello de su protector, entre cerraba los ojos. - Gracias, eso fue muy rico, ¿verdad Luisito?-, - Sí muñeca, ¿te viniste tres veces?-, -Mmhj-. -Chico, puedes quedarte a dormir-, le ofreció Don Luis, -aquí junto está el cuarto de las visitas, ... y pueden jugar más tarde-. Joaquín, miró un reloj, pensó en avisarles a sus padres, y volvió la cara hacía la pareja. - No Don Luis, muchas gracias, cuando duermo fuera de casa siempre tengo pesadillas-.
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 03/Jul/04