La añoranza es un estremecimiento bajo la luz de la lámpara

Josué Martínez Sánchez

- ¿Lo quieres con limón? -preguntó el hombre.

- No -respondió tajante.

Estaba sentada a la mesa.

Tenía unos ojos azules, congestionados, que vagaban más allá de las cosas. De vez en vez contemplaban, a través de la puerta y ventana que daban al balcón, la luz agonizante del crepúsculo y los intermitentes relámpagos.

El aire olía intensamente a lluvia.

Permaneció inmóvil, concentrada en sí misma; cerró los ojos.

Le llegó el sonido de las cucharas y las piezas de porcelana destacándose sobre un rumor de pies descalzos. Cuando los abrió, ya él estaba sentado frente a ella y le alcanzaba una taza.

Suspiró largamente.

- No hay nada que hacer, entonces -dijo.

El hombre la miró alerta.

- Eso -tomó un sorbo y añadió-: no hay nada más que podamos hacer.

- Tengo unas ganas locas de verlo -dijo ella-, de saber algo de una vez.

- Debemos esperar.

- Sólo eso... esperar.

- Es lo único que podemos hacer, por ahora -le dijo y señaló la taza-

¿Quieres tomártelo?

Bebieron el té en silencio.

Afuera llovía.

Impasible, estuvo escuchando el sonido de la lluvia. Luego se levantó y fue al balcón, se asomó a la calle, al estremecimiento de los árboles, al brillo del agua sobre los cristales. Miró sin interés y cerró puertas y ventanas.

Regresó a la sala.

Ahora estaba una vez más frente a las paredes desnudas. En el lugar de siempre encontró los búcaros con sus flores plásticas, los libros y discos de acetato. Había una fina capa de polvo sobre la superficie de los muebles.

No se detuvo en el portarretratos.

El hombre fue a acompañarla y llevo té y cigarros. Le brindó.

- No -dijo ella y agregó- ¿Sabes? Hoy estuve en la biblioteca.

- ¡¿Hoy?! ¿No estás aún de certificado?

- Sí, todavía estoy de certificado médico.

- ¿Entonces? -dijo él

Se miraron a través del humo azuloso.

- Fui a buscar datos.

- No me dijiste que irías a la biblioteca.

- Total. No encontré lo que buscaba.

- ¿Y qué buscaste?

- Algo sobre la corriente del Golfo, el estrecho de la Florida... o el sur de Guantánamo.

- ¡Por Dios! No sigas ¡No sigas con eso!

- ¿Por qué? ¿Por qué no sigo?

- ¡Porque con esas manías no vas a resolver nada! ¡Nada!

- ¿Fuiste al médico? -preguntó él.

- Sí -respondió ella con desgano.

- ¿Fuiste?

- Sí fui. Y le dije que me iba a calmar, que me iba a convertir en una madre especial, aunque él no esté...

- ¡No vuelvas con lo mismo!

- ...que me iba a tomar las medicinas y a dormir a mi hora y a comérmelo todo...

- ¡Basta de una vez!

- ... y que iba a decir: gracias, por favor, de ninguna manera...

- ¡He dicho que basta! ¡Cállate de una vez!

- ¡Es mi hijo! - el rostro de la mujer era una mueca indefinida de risa o dolor.

El hombre se mesaba con rabia el pelo corto y encanecido; parecía no escucharla.

- ¡Es mi hijo! -repitió sin aliento.

- ¡Y mío, coño! ¡Y mío! -dijo y se levantó- ¡Y mío!

La dejó sola.

Al rato apareció él. Se había vestido y taciturno, con las manos en los bolsillos, la miraba.

- ¿Adónde vas? -le preguntó extrañada.

- ¿No te lo imaginas? -preguntó él a su vez.

- No.

- Necesito descansar. Necesito dormir.

- ¿Me dejas sola? -fue casi un ruego.

- No me das otra opción.

- Entiendo.

- Si yo me enfermo, ¿has pensado lo que sucederá?

- No, es decir... -se agitaba buscando una respuesta.

- Tengo que descansar y relajarme... ¡es lo único que te pido!

El hombre seguía de pie, distante.

- Entiendo -dijo ella.

- ¡Quiero vivir!

- Entiendo -volvió a decir, resignada.

- ¿Me quedo?

En el párpado derecho del hombre apareció un tic nervioso.

- Quédate, por favor -ella miraba el piso.

- ¿Te tranquilizarás?

- Sí.

- ¿Te las traigo?

- Sí, tráeme las pastillas. Las necesito.

Estuvo a su lado hasta que ella terminó con el vaso. Después se cambió y fue a la sala a hojear las revistas de siempre con la misma parsimonia de otras veces.

De vez en cuando la observaba: seguía muy quieta, en la butaca, con los brazos cruzados sobre sobre el pecho, como si un frío hondo le atenazara los huesos.

Se fijo en sus ojos: eran azules y congestionados y se extraviaban más allá de todo.

- Me quedaré un rato en el sofá -dijo la mujer.

- Está bien -dijo él.

- Dormir un rato en el sofá me relaja.

- Descansa, duerme un rato.

El hombre fumaba y asentía pensativo.

- Si llaman por teléfono cuando esté dormida ¿me avisarás?

- Por supuesto -respondió él.

- Algunas veces deseo que el teléfono suene todo el día.

Se removió inquieto en la butaca; siguió fumando.

- Quisiera que su voz me sorprenda -dijo ella.

- También a mí me gustaría.

- Que me digan llamada desde Costa Rica, desde Panamá... desde Miami.

- Ya sabremos algo de él -dijo-. Hay que esperar, mujer.

- ¡Esperar!, claro, pero bueno...

- Mañana vuelvo a casa de Solanas -la interrumpió.

- ¿Habrá llamado a su gente allá?

- Mañana iré a verlo de nuevo, ¡nunca se sabe!

- Viejo -dijo ella.

- ¿Dime? -preguntó él.

- Viejo, no me dejarás, ¿verdad?

- Claro que no, nunca.

- ¿Nunca?

- Nunca.

- Discúlpame por todo.

- Sólo haz lo que te dijo el médico.

- Trato, trato de hacerlo, viejo.

- Y recuerda que debemos ser fuertes, ahora.

- Voy a ser fuerte -dijo ella y añadió-. Te lo prometo.

Cuando levantó los ojos de la revista, supo que ya estaba dormida. La vio tendida de perfil sobre el sofá, con las piernas recogidas y los brazos sobre el vientre. Algún mechón de su pelo le desdibujaba el rostro. Pudo, no obstante, ver el entrecejo fruncido y las diminutas venas que recorrían sus sienes.

Fue al balcón. Estuvo contemplando la ciudad y el silencio intacto de la madrugada. Por encima de algunos edificios, más bien bajos, encontró el mar: era sólo una mancha imprevisible.

Volvió a la sala. Trató de acariciar el portarretratos pero las manos se le rebelaron, temblorosas.

Súbitamente, sonó el teléfono: era un equivocado.

Escudriñó a la mujer tratando de encontrar, en vano, alguna alteración del sueño.

Cogió la taza, ya fría, y el sorbo le dejó una mueca amarga en la boca.

Apagó las luces.

Sólo se escuchaba el sonido adormecedor de la llovizna.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 07/Mar/05