La última puerta
Gonzalo Hernández Sanjorge
Resucitaste de pronto tu sonrisa haciéndola estallar entre mis costillas, mientras me arrinconabas con los restos de un recuerdo. Yo sabía que eran deshechos sin poleas ni lunas llenas, pero tu seno me tentó como una fruta colmada de rocío.
La radio decía no sé qué cosa de no sé qué guerra, puesto que todas las guerras se parecen y uno termina siempre por acostumbrarse a la muerte ajena; incluso a la propia, que nunca importa lo suficiente. Pretendí quitarme el cansancio de los huesos concediéndome la tregua de tu cuerpo.
En los aljibes de tu espalda bebí un pálido sollozo, algo como el descanso de una escalera. En tu mejilla se entretejía el silencio con la terrible insinuación de un afecto ya pasado que se empecinaba en retomar su historia. Prefería que dedicaras tu boca a mi sexo, como forma de entorpecerte el habla.
Por un momento miré el rectángulo de vidrio donde tus pececitos de colores paseaban su muda indolencia. Ellos navegaban como submarinos entre paredes transparentes. Pensé en nosotros entre paredes de cemento. Se me ocurrió que el universo era como esas muñecas que habitan una dentro de otra. Lo recuerdo bien porque me pediste que te hiciera un poema de amor y entonces mi espanto fue doble. Adoro los perros que no vienen a olisquearme, los paraguas que logran soportar el viento, las amantes que no necesitan ninguna prótesis para el corazón. Quise llorar porque me sentí triste, como un gato desheredado de sus ojos.
Anduve de múltiples maneras en tus cavidades, tratando de olvidarme del acento de los relojes. Pretendí disuadirte de tu sueño, de mi pesadilla.
-Dios me hizo más cercano a las ojeras que al amor -te dije.
Pero no entendiste nada; seguro que no entendiste porque continuaste insistiendo en que me amabas, en que necesitabas que yo te hiciera confesiones similares. Yo me negué a mentir para masturbarte el alma.
Cuando te tomé el pulso, latías como de costumbre; pero yo me fui, como si estuvieras muerta.
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 11/Ene/03