Madre Ballena y el Pescador
Alberto Chimal
-Madre Ballena, Madre Ballena, ¿a mi destino me llevas? -esto dijo el pescador. Lo había dicho varias veces desde que la señora, gruesa y cana, con la que se encontrara en su huida a la orilla del mar, habíase metamorfoseado en ballena gris y, con su voz profunda, habíalo invitado a subir a su lomo, para cruzar el mar.
Y la Madre Ballena, entre el retumbo de la espuma: -Que sí -le dijo-, y esto has de recordar: cuando arribemos a donde arribaremos, y estés ante las doncellas que se bañan en las olas mansas de esa playa nueva, debes acercarte no a la más bonita, ni a la que adorne su cabello con las conchas marinas más blancas, sino a la que tenga rostro feo y algas en pelo. No querrá hablarte, pero tú la harás reír con ese canto chusco que ofendió al rey. Luego se casarán. Entonces ella querrá que viajen al interior, y que trabajes la tierra, pero tú dirás que no, y serás lo que eres, pescador de redes y de barca. Y siete hijos tendrán. Entonces no al primero, no al segundo, no al tercero cuarto quinto sexto sino al séptimo, el más pequeño, que nacerá con una pierna más corta que la otra, a ése del que sus hermanos se burlarán y a ti te dará pena, le darás la piedra negra que yo te he regalado, porque el día en que él cumpla siete años llegarán los esbirros del rey, quien todavía creerá que lo ofendiste, a buscarte y hacerte pagar. Ellos entrarán en tu choza y caerán sobre ti, y sobre tu mujer y tus seis hijos primeros, y sólo el último logrará escapar, porque con su piernita coja provocará la risa y la piedad de su verdugo. Y el verdugo lo dejará esconderse, y él tendrá que esperar a que los esbirros quemen la casa, y destruyan las redes de su padre y las cazuelas de su madre y los anzuelos de todos sus hermanos, para salir de su escondite, llorar su pena, enterrar los restos. Y tú para entonces ya le habrás dicho, recuerda, que en la hora de mayor necesidad habrá de usar la piedra, ponerla contra su corazón y decir "Madre Ballena, Madre Ballena, ¿me quitarás mi pena?". Y cuando él arroje la piedra en la fosa por él excavada, yo acudiré, y con el agua mansa del fondo del mar lavaré la muerte de los cuerpos enterrados y los haré despertar, para que vivan aún muchos años de alegría. Y así tu séptimo hijo será el más querido, y nadie volverá a reírse de su defecto, que salvó tantas vidas.
»Pero ya vamos llegando, ya se ve la costa. Prepárate y no olvides nada de lo que te he dicho, oh pequeño mío, que la Madre Ballena es bondadosa y tu destino largo, y dificultoso, pero feliz al fin.
Llegaron a la costa, bajó el pescador del lomo de la Madre Ballena, la oyó despedirse y la vio marcharse. Dio la espalda al mar, miró hacia un lado, y vio a una docena de muchachas que se bañaban muy cerca de él. Todas, salvo una, eran hermosas y tenían conchas marinas en su pelo. Y el pescador, de pronto, se sintió preso en las palabras de la Madre Ballena, que habían trazado su camino futuro. Y pensó en los seres que pueblan las historias, y que forzados por ellas van, sin poder opinar ni resistirse, a la vida y a la muerte. Y se sintió de pie en la palma de una mano inmensa, que lo tomaba y no lo soltaría sino en la última palabra.
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/Abr/02