Andanzas nocturnas

Hay momentos en la vida que son verdaderamente momentáneos
Cantinflas

Miguel Ángel Hernández Acosta

Había un pacto entre los dos. No lo contaríamos y ni siquiera nos acordaríamos de ello; pero quizá la ocasión o la circunstancia es lo que me trae el recuerdo.

Eran malos tiempos: Marco se había divorciado y yo tenía el corazón lejos del cuerpo, con Elena... La tristeza nos condujo a la cantina y tras algunos alcoholes decidimos ir a Acaxochitlán. El abuelo contaba de una casa con foco rojo: La más prestigiada de mi tiempo, basta preguntar por Doña Rosa.

En el pueblo las calles parecían haber sido construidas sin pensar en el futuro, las casas con sus tejados colorados se caían a pedazos y a lo lejos, detrás de ese escenario, se perdían en la inmensidad los maizales, con su penumbra nocturna y el silencio rural.

El chofer del autobús que nos había dejado a unos kilómetros de Acaxochitlán se había reído burlón de nosotros. "Citadinos, no más les gusta andar de revoltosos, pero son medio pendejos para escoger el lugar..."

Nuestros pasos resonaban en las calles empedradas. Marco comenzaba a desesperarse por la soledad y la resaca nos calaba en las gargantas sedientas.

-¿Y ahora a quién le preguntamos por la tal Doña Rosa?

-Pues vamos a buscar el foco rojo, total, no creo que en un pueblo tan chico nos tardemos mucho en encontrarlo.

Quizá fue por lo que quedaba de alcohol en nuestros cuerpos o la necesidad de desahogar nuestras penas con alguien, pero anduvimos caminando sin rumbo y sin temer la penumbra, hasta que llegamos a la tan mentada casa.

En cuanto tocamos a la puerta me llamaron la atención las cruces al quicio de ésta: Marta Pérez, decía una; y Ma de la Luz Hernández, se leía en la otra. "Han de ser de esposas celosas que vinieron a buscar a sus viejos", pensé.

Una mujer perdida en otro tiempo nos abrió. Vestía un traje rojo al estilo flamenco el cual resaltaba sus flácidas carnes. "Es el de batalla" contestó, como si hubiera leído mi pensamiento Doña Rosa, la dueña del lugar, con sus sesenta y tantos encima y un maquillaje que le daba una apariencia mortecina.

-¿Qué quieren mis jóvenes?

-Hemos oído hablar de su casa y pues venimos a divertirnos un rato.

Abrió completamente la puerta y nos dejó pasar al tiempo que les gritaba a sus muchachas.

El lugar olía a guardado, a humedad, a ese aroma que uno respira en las iglesias pueblerinas en Semana Santa. El cuarto apenas estaba iluminado por unos cuantos focos, todos ellos disfrazados con celofán rojo. Tres o cuatro mesas con sus respectivas sillas que parecían estar reposando sus patas después de un largo tiempo de haberse mantenido en pie, llenaban el escenario. Una barra con rayones de borrachos, donde no faltaban los corazones flechados y las promesas de amor hechas a alguna puta, servía de división entre lo que parecía la pista de baile y la cantina. Y en el fondo, con sus enormes ojos abiertos, un búho canturreaba una nota fúnebre.

"Es un animal místico, un amuleto", dijo Doña Rosa nuevamente leyendo mi pensamiento. "En todos los burdeles debe de haber uno. Es el ave de nosotras las putas. Míralo bien: Tiene la sensualidad de una mujer y la vista firme de un hombre, característica de cualquier puta respetada (consejera y amante, sensual y valiente). Además es un animal nocturno, como nosotras; y cuentan las leyendas, que cuando una prostituta muere, el búho se encarga de llevarla a la tierra yerma, ahí donde reposan las de nuestra clase"

Marco, quien no entendía el comentario, se dejó caer sobre una de las sillas y alcanzó a decir: "Pinche ambiente Doña Rosa, ni musiquita tiene".

Enseguida se sentaron junto a nosotros la Chula y la Prieta, quienes al igual que su matrona, vestían con décadas de retraso. "Sírvanles algo a los muchachos y vénganse a alegrarlos", apuró Doña Rosa mientras ella se levantaba y hacía funcionar un viejo toca discos.

No escogimos, fueron ellas quienes nos eligieron: la Chula conmigo y Marco ya en ese momento acariciándole las piernas a la Prieta, quien empezó a hacerle coro a María Victoria y su entallado gemido: "Y es que estoy taaaan enamorada/ como nunca lo había estado"

"No te quejes de la música mi niño", dijo la Doña antes que pudiera reprocharle lo anticuada que resultaba, "aquí nosotros ponemos la fiesta y ustedes el billete". La Chula se me acercó y me dijo que por qué no nos echábamos un dancing, que al fin y al cabo, si queríamos desahogar nuestras penas, ya con unos bailes encima y unos tragos, sería mucho más fácil abrirnos de capa.

Como mandado a hacer, el Care’foca Dámaso Pérez Prado se entregó a la penumbra y con sus mambos nos extrajo de Acaxochitlán hasta llevarnos al Caribe y sus sonidos. Marco parecía muy entretenido en meterle mano a la Prieta, y la Chula no dejaba de bailar como flotando en el aire. El abuelo tenía razón, era la mejor casa "de sus tiempos..."

"¡Qué suavena bailas manito!", me dijo la Chula cuando nos dirigíamos a la mesa. La Doña se había apropiado ya del tocadiscos y ponía a girar sus recuerdos a 33 revoluciones por minuto. "Perdida, te ha llamado la gente, sin saber que has sufrido con desesperación..."

"No, no vinieron en mal día, pero la cosa ya no es como antes. Ahora el changarro no deja mucho y pues la gente del pueblo se aburrió de nosotras y se fue", nos confesaba la Prieta mientras observaba fijamente el cigarro que había empezado a llevarme a la boca. Se hizo una seña con la Chula y tras una risita alcanzó a decirme: Híjole mano, que gachos cigarros fumas.

Pues de cuáles fumaban ellas. No, esos ni los conocía. Seguramente se fabricaban en la región. Creo que alguna vez le oí hablar de ellos al abuelo...

"Virgen de medianoche, virgen, eso eres tú..." Y la música, los jaiboles, las muchachas y la Doña perdida en sus añoranzas; y alguna confesión que llevó a otra y "dicen que era costurera, que vivía muy enamorada de su viejo, un cuerote. Imagínenselo: Sus tirantes rojos, sus pantalones flojos y una caída de ojos, uyyy; su pelo muy ondulado, muy bien envaselinado, dicen que moría por él. Pero un día se fue y nunca regresó. Entonces la Doña cayó en la tentación del pecado y puso esta casa, que dizque era muy renombrada, que los ricos y los gobernadores venían, que los hombres se peleaban por el amor de las muchachas, que el búho cantaba pronosticando algún desastre y se cerraba el changarro y la Doña mandaba a sus invitados a dormir a sus casas o a los cuartos con sus niñas... Pero eso fue hace mucho. Luego la gente se empezó a ir del pueblo y la chamba decayó y nosotras que llegamos juntas hasta’quí; y pu’s nomás quedamos la Prieta y yo, qué se le va a hacer, aquí nos tocó".

Luego la Prieta confesando su historia y su amor con el mismísimo Guty Cárdenas quien le había compuesto "Nunca" y le había prometido casarse con ella. Pero la Prieta que le temía al amor y se había ido de su casa pues qué clase de mujer andaba con uno de esos artistillas y sus padres que la vieron con él y la corrieron después de gritarle que era una puta y tal vez el inconsciente ("ustedes saben...") y conoció a la Chula y juntas se fueron a buscar un mejor futuro y la Doña les abrió las puertas, les dio comida, techo y un lugarcito dentro de su prostíbulo. "¿Escandaloso esto?", dijo la Prieta cuando Marco, preguntó por su profesión, "que si esto es escandaloso, es más vergonzoso no saber amar", concluyó tajante.

"Hipócrita, sencillamente hipócrita, perversa, te burlaste de mí...", sonaba en el tocadiscos. La Doña tenía un caballito de tequila en la mano y simulaba bailar con un fantasma que seguramente sería su "Tarzán" huidizo. El Marco al fin se animó a sacarle chispas a la suela y los cuatro comenzamos a bailar.

Nunca había sentido un cuerpo como el de la Chula, tan ligero, tan fácil de tocar, parecía como si en cualquier momento pudiera desaparecer, esfumarse como un sueño que en media noche se pierde en la memoria, como si la penumbra que nos rodeara de pronto fuera a acabar con todo.

La sensualidad de sus movimientos le daban sentido a su estancia en ese lugar, la convertían en una diosa caduca que al mover su cuerpo renacía en el altar y era adorada por borrachos, solteros, lujuriosos y todo tipo de hombres que acudían a su santuario, a su burdel.

"Amor perdido, si como dicen es cierto que vives dichoso sin mí..." Vive dichoso quizá otros besos te den la fortuna que yo no te di, canturreé mientras la Chula se reía de mi lengua que se tropezaba con el alcohol y me hacía tartamudear.

Para esas horas (las cuatro, cinco de la madrugada, no lo sé), Marco ni siquiera sabía como se llamaba, pues aunque varias veces le grité para brindar con el jaibol que traíamos en las manos, nunca volteó y siguió deslizando sus dedos por la espalda de la Prieta, quien se dejaba acariciar de a poquito, como la novia que teme ser vista por los padres.

Ya Doña Rosa, póngase algo movidito ¿no? Y Entonces "todos lo conocen por Panchito, porque baila el cha-cha-cha... Es la Boa" y las clases de baile que me había dado Elena antes de que terminara conmigo fructificaron y la Chula que me limpió una lágrima del rostro y "todo fuera como llorar por una mujer que se va, más tarde regresará, sólo la muerte no tiene remedio manito. Tú llégale, que aquí aparte de putas, somos consejeras" Y el búho con su canto fantasmal como dando la primera llamada para el cierre del lugar...

Entonces Elena cruza por el recuerdo y me veo las manos solitarias, y la miro como a través de un cristal ahumado, apenas borroneada, como un trazo indefinido y me tiembla el cuerpo y el jaibol termina esparcido por el piso mientras la Chula me acaricia el cabello y me dice cariños al oído y me tranquiliza y "todavía la quiero, Chula, me cae que sí" y "Ni hablar mujer, traes puñal, mejor tranquilízate manito, mira que todo va a estar bien" y Marco ni por enterado y la Doña barriendo los cristales rotos y en la mesa me apoyo sobre las palmas de la mano y la Chula no deja de hablarme y Marco perdiéndose en algún cuarto con la Prieta y yo ahí, llorando como pocos hombres lo hacen, y la Chula ahí, consolándome como todas las madres lo hacen...

"¡Qué gacho! Me cae que sí. Pinche vieja no sabe lo que se perdió contigo manito". No la pinchées. Te digo que no la insultes "Mejor a'i nos vidrios". No, espérate Chula, quédate, platícame tu historia, quiero saber por qué estás aquí, en medio de un pueblo sin gente, en un putero de mala muerte, consolando a borrachos como yo y aguantando todo.

"Por vivir en quinto patio desprecias mis besos, un cariño verdadero sin mentiras ni maldad...", empezó a cantar Luis Alcaráz y la Chula que iniciaba con su historia de un padre que la explotaba y la violaba (a ella y a sus hermanas) y a su "mamacita santa" le ponía cada madriza ya borracho y de pronto un día su Juan la sacó de ese infierno, la llevó a uno peor, pero ella se escapó y el Juan la encontró y la mandó al hospital, entonces ella se juyó a la ciudad y ahí conoció a Marta, o sea la Prieta, y primero anduvieron de casa en casa buscando chamba y nomás no, hasta que un día escucharon a unos señores hablar de la casa de Doña Rosa y tomaron el camión y llegaron para trabajar de sirvientas, pero la pirujiada dejaba más y pu’s la Chula ya estaba acostumbrada a eso, pero ahora le iban a pagar y para qué irse a otra parte, si ahí, tarde o temprano, iba a morir, de eso estaba segura, el búho ya la traía entre ojos.

¿A poco el búho es tan cabrón? "Nomás pregúntale a la Doña, todas han sentido alguna vez la mirada de ese cabrón y a las semanas se las ha llevado la tiznada". Uhhhu uh Uhhhu uh, le contestó el búho a la Chula. "No te digo, ese pinche pájaro me trae entre ojos". "Chula, no le digas así al búho o te me vas a la chingada ahorita mismo. ¡Chingada madre! Cuándo entenderás que cuando el búho se vaya de aquí, todo se lo va a llevar Pifas. Órale cabrona, mejor ponte a bailar y uste’ joven ¿viene a divertirse o a escuchar historias?" "¡Ya Doña! Pues cómo quiere que baile si nomás pone su música de adoloridos." Ella se volteó molesta y Los Panchos comenzaron a cantar "La Múcura". Luego vino Acerina y su Orquesta, la Santanera y los cuerpos que se juntaban y se repegaban, los labios carnosos de la Chula y mis manos como máquina loca: sube y baja. "Entonc’s qué manito. Total, tu estás como rifle y yo estoy como bala" Pero ya no traigo dinero. "Pero me caíste bien, y si con otros lo he hecho, pues ¿por qué contigo no?"

Entonces la huida, el abandonar a la Doña junto con Daniel Santos o Lucha Reyes, quizás escuchando "Sabes de qué tengo ganas" o "Cheque en blanco". Pero eso es lo de menos, la cosa era terminar la noche como se debía. Que si la cosa era olvidarnos de nuestras penas, lo estábamos consiguiendo y seguramente el Marco a esa hora ya hasta dormido estaba.

"Me llamo Lucha, siempre les digo mi nombre a quienes se acuestan conmigo, es como una tradición. No me gusta ser la puta de casa Doña Rosa, ni la Chula, ni cualquier pendeja con la que se acuestan. Soy Lucha Hernández y punto", y el búho canta la tercera llamada y un soplido de aire me recorre la nuca y el salón en el que estabamos apenas unos minutos antes se apaga y la música se congela, queda en el recuerdo y Lucha luce impaciente y comienza a desnudarme.

Entonces no sé porque me acuerdo del chofer del camión que nos trajo hasta aquí, y del pueblo en penumbra, y de la soledad que se respiraba y del quicio de la puerta y Lucha que se mueve cadenciosa y entonces me olvido de todo.

Abrí los ojos todavía con el sabor del alcohol en la lengua. Un rayo de luz apenas se colaba por una rendija de la ventana. Todo era tan confuso. ¡Marco? ¡Marco? ¡Chula? ¡Prieta? ¡Doña Rosa? Y un batir de alas que se escuchó y Marco alcanzó a murmurar: Miguel, Miguel.

Corrí a verlo, sin atender lo demás. Él, en cuclillas y abrazado a sus piernas, estaba temblando. ¿Qué pasó, qué pasó? Y sus ojos voltearon alrededor y entonces reaccioné.

Telarañas, una casa abandonada, paredes a punto de derrumbarse y el polvo acumulado por años y años. Entonces empecé a temblar, a sentir que el sueño se había esfumado cuando el búho batió sus alas y se llevó el espíritu de la Chula, la Prieta y doña Rosa a la tierra yerma.

Salimos corriendo, huyendo de algo que deseábamos no hubiera ocurrido y en la puerta las cruces de Marta y Lucha nos detuvieron los ojos y el pueblo en ruinas, con sus calles nunca planeadas y sus casas en ruinas y como fondo de la escenografía unos maizales secos, abandonados después de alguna cosecha y el camino hasta la carretera federal que pareció interminable y el chofer de un camión que seguramente avistó nuestras caras fantasmales y respondió a la señal de aventón y Marco y yo jurando nunca hablar del tema...

Pero ahora vengo a visitar a Marco y él no responde a mis palabras y se esconde bajo las sábanas y su nueva esposa no se explica qué pasó y sólo alcanza a decirme que Marco empezó así cuando un búho se posó sobre su ventana y desde entonces no ha dejado de repetir que no pasó, que nunca pasó, que él y yo sabemos que "eso" no pasó. Pero ambos sabemos que sí.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 11/Ene/03