LA MATERIA HIERVE SU CÓLERA CERRADA

"En el centro de los motores
la materia hierve su cólera cerrada"
Joaquín Gianuzzi

Carlos Roberto Morán

El carnicero va y corta la carne. Corta la carne. Se enchastra de sangre, de vísceras, le tira un hueso al perro. Corta la carne, mira a la mujer joven que está en el otro mostrador, que controla la plata, que no lo mira. Corta, corta la carne, se enchastra de sangre.

Pese al frío existente ahora mismo se muere de calor, las gotas de sudor le bañan el cuerpo de una costra amarga, ácida, que ahoga el local. Tengan cuidado, les ha dicho el dueño, corta, ve al chico corriendo entre la vegetación dispersa, lo ve caer, quiere que se caiga, ¿cómo no le pega el cana? Con el mazo que le pegue, él le pegaría a ese chico rotoso, miserable, asqueroso, que roba la vaca, todos roban las vacas en los caminos, todos se apoderan, todos ponen piedras, ponen mierda a los camiones para que resbalen y se caigan y se les caigan las vacas. Eso pasa. El chico, el chico de la tele. Corta la carne.

Corta, cortar en dos a la bizca que no deja de hablar, al de las botas que se queja del barro, se queja porque le da un corte que no había pedido, corta, quisiera cortar en trizas a éste que llega, que duda, que si corazón o hígado, que no tiene ni plata para comprar nada bueno, la otra se ríe, siempre se ríe con todos menos con él, corta, troza, destroza, separa, abre, la abriría en dos, no piensa, no se dice, la chica se ríe. Tengan cuidado. El carnicero corta la carne.

Serrucha, llueve, troza con el hacha el hueso duro, se acumula el barro, el chico resbala en medio de la lluvia en el centro del televisor, mejor, que se rompa la crisma, quisiera agarrar a la que se ríe, tirarla sobre el mostrador, cortarla en dos, en tres, en cuatro, hasta que no se ría más. Se enchastra de sangre.

Se muere de calor, se muere de frío, troza, corta, destroza la carne, zac, se escucha, ¡zac! ¡se escucha! Trash, corta la carne. La bizca quiere bifes, el de las botas quiere lomo, el otro que ni plata tiene pregunta por el puchero, la chica se ríe, el televisor está a todo volumen, llueve afuera, llueve su lluvia ácida. Corta la carne.

Corta la carne. Son las ocho. Corta la carne. Son las diez. Corta la carne. Ya es mediodía y el carnicero corta la carne, discute con el que trae los cortes, con el que no le pagó con cambio justo, con el que quiere ahora, ahora mismo cerdo, carne de cerdo. Chancho no hay, dice, gruñe, escupe, corta la carne a las tres de la tarde, a las seis casi se cae, ha sentido un vahído, se aferra a la cuchilla ensangrentada, corta la carne, zac, trash, pac, pom, tritón, ¡corta la carne! La chica se ríe, con todos menos con él, son las ocho. El carnicero siente piedras en las piernas, a duras penas puede guardar la carne, salir del mostrador, gruñe como despedida aunque quisiera, cómo quisiera, que fuera distinto, la chica ríe, con otro, a otro, siempre a otro. Los recibe el mal tiempo, la lluvia, la brutal humedad. En sus pensamientos, el carnicero troza a la chica, corta la carne. Miren para todos lados, con esos tengan cuidado, les dijo el dueño.

El carnicero retorna al día siguiente temprano, enfriado, bajo un cielo plomizo, enemigo, atontado por el sueño, por el vino que tomó, por las pesadillas que lo amarraron a un palo que iba bogando por un mar embravecido, atado, atado, tan atado, llega con dolor de cabeza, con los dolores de pies que lo siguen, que suben como mal bicho a la columna vertebral, llega, ella ni lo saluda, la chica nunca lo saluda, se pone el guardapolvos, él se coloca el delantal manchado de sangre, de grasa, de cosas podridas, saca los cortes de la heladera, comienza a cortar. El carnicero corta la carne. Corta. ¡Corta la carne!

Ha dejado de llover y el agua persistente ha sido reemplazada por un viento frío que envuelve los pies y las piernas del carnicero que va sintiendo cómo el hielo se le enrosca y aprieta, enrosca, aprieta, mientras corta la carne. Vuelve el de las botas embarrado porque afuera está todo sucio, pringoso. No es calle de tierra, pero sí hay veredas rotas, o construidas sólo hasta la mitad de la acera y en consecuencia el resto se ha vuelto légamo, charcos de aguas servidas, hojas sueltas y pegadas, pedazos de papel pegados, plásticos, elementos en descomposición, y sobre ellos ha pisado, ha hollado, el de las botas que ingresa sonriéndole a la chica, hablando en voz alta, reclamando ya mismo el corte para el asadito. El carnicero afila la cuchilla, chas, chas, ¡chas! y mirándolo sin mirarlo o mirándolo del todo, le corta la carne.

Le corta, la serrucha, la hace pasar por la máquina que, zum, sesga el hueso, saca chispas con su rueda incesante, ahora mismo pondría ahí al tipo de las botas para que termine con su charla insustancial, ahora mismo, ahora mismo. Corta el hueso hasta el tuétano, corta, la chica se ríe, tengan mucho cuidado, miren, no de dejen de mirar a los que entran, dijo el dueño. Entra la bizca, la chica se ríe más, hace chistes la chica, hace muecas la chica, chica chicanera, corta la chica, corta la carne. ¡El carnicero corta la chica la carne al de las botas al de las bolas! ¡Corta la carne!

Son las tres de la tarde en un paisaje mustio. Alguien dice eso, desmayado de amor, canta el tango por la radio. Los pies son un hielo pietro, apretado, que no le responden. Cuelga pedazos de carnasa, cuelga huesos, cuelga colgajos de carne, cuelga su cansancio, cuelga la sonrisa de la chica casquivana, cuelga la pelea putísima que tuvo con el dueño de la casa, que tuvo con el tipo de los fiambres, que no pudo tener con el patrón que llegó ayer, congestionado, a controlar, a controlarlo todo, a decirles que se fijen hasta debajo de las baldosas, del pavimento, cuelga la fetidez de su cuerpo y de su ropa, su gordura. Lo cuelga al que no tiene plata y que compra su pucherito. ¡Compra su puchero el puta madre!

Grito en el silencio: el patrón los reunió, llovía, todavía llovía, la lluvia se colaba en la conversación que no fue tal, porque el patrón habló y habló y ellos debieron callar: yo puse esto, yo me jugué, yo empeñé la plata, la palabra, la familia y ahora vienen y reclaman como si fuera de ellos, piden como si fuera de ellos, no piden los hijoputa, ¿vieron por la tele lo de las vacas, cómo las robaban, cómo las carneaban en el camino como si fueran de ellos? miren, no dejen de entrar a los sucios, cagados, cargado de rencor, les pago y ustedes no me rinden, vacas al matadero, este negocio de porquería no me produce, si sigo así mejor no sigo, trabajen más, hablen menos, hagan algo, pidan que vengan los vecinos, golpeen puerta por puerta, mátense, si no adiós, si no los reviento contra la pared. No vayan a querer dar nada gratis, a ninguno, y si vienen y quieren entrar y fuerzan la entrada mátenlos, como a vacas mátenlos. Si entran ustedes dos pierden para siempre, les dijo el dueño. Con la cabeza gacha, confundidos, estropeados, debieron limitarse a escuchar.

Ahora, al cortar la carne, porque el carnicero corta la carne, hace rechinar los huesos, libra la batalla del Espanto, piensa en el patrón, piensa en su purulenta cara, la tiene ante él, los bigotitos, la gordura de su cara inflada, el pelo suelto y algo calvo, la camisa que se le salía por la cintura, piensa en su diente sesgado, piensa, piensa, lo corta, lo taladra, lo secciona, lo vivisecciona, le corta la lengua, la lengua que espantosamente le aseguraba el despido próximo, trabajen más, ¡trabajen más! Más dinero, más. Tengan cuidado, putísimo cuidado. Corta la carne.

Corta a la chica que vuelve a reírse con el joven que se ha aparecido, que termina de aparecer, que se llama Raúl, llamame Raúl, al que la chica le vende la yerba, el azúcar, le vende la mermelada, es riquísima, yo la probé, comprala que no te vas a arrepentir, ni se conocen y se tutean, ni se conocen y la esperará a la salida, salgo a las ocho, ni se conocen y se encaman, la chica se baja los pantalones, se abre la blusa, se saca el corpiño, lo mira con gusto, le sonríe abierta, procaz, abierta, procaz, abierta, procaz. Corta la chica, corta en la máquina al tipo que tiene su pelambrera, su campera abierta, su moto en la puerta, Raúl, que Raúl. Lo corta de punta a punta a Raúl.

Mátenlos, como a perros, como a las vacas, dijo el dueño, les ordenó dejándoles las dos pistolas, avisen a la cana, aunque la puta policía nunca está cuando puta se la necesita, mátenlos a los que quieren todo como si fueran los dueños, yo soy el único dueño y aquí ni los quiero ni ver. Si no los espantás te sacan las cosas, te rompen todo, tírenles a la cabeza, total, ya están todos podridos. El carnicero corta la carne, piensa en los negros, no vendrán a sacarme el puesto, no vendrán, no vendrán, se dice, piensa en la pistola. Piensa, corta la carne.

El carnicero siente agarrotados los músculos cuando sale al frío desolado de la calle donde no hay nadie, donde sólo pasan aullando las patrullas policiales, donde han roto las farolas de la luz, donde el colectivo no aparece, no aparece nada, ni un auto ni una moto ni una bicicleta. Cuando al fin sube al ómnibus destartalado, que se bambolea, que se bambolea tanto de un lado al otro que parece a punto de caer, mira la gente reunida en la plaza, gente junto al fueguito, gente con pancartas, gente que quema cubiertas, gente que ni habla. El colectivo zigzaguea, toma una lateral, el carnicero mira a la policía que cuida el lugar, con sus porras cuida el lugar, con los cascos, con los caballos, con las lanzas y los machetes y los arcabuces, cuida el lugar. Piensa en el revólver. Mentalmente corta la carne.

Otro día más. Frío, temprano, ni un cliente. Cuida el lugar, se cansa, se le nubla la vista, piensa en la chica, se le achinan los ojos, piensa en el Raúl, en la mujer que ahora llega apurada porque quiere comprar dicen, dice, que todo va a aumentar, que no va a haber nada, desaparecerán las cosas en el aire, no lo dice, él lo piensa, se lo dice, corta, corta el hueso, hace los cortes para que coman las milanesas, para que coman los bifes, para que coman no sé qué van a comer, corta, escucha, no responde, garúa, dice la radio riéndose de él, porque afuera en efecto recomenzó la lenta lluvia con sus púas. Sucio el cristal, no alcanza a ver lo que pasa afuera, escucha a lo lejos un rumor que corta el colectivo, circulando a toda marcha con su puerta cerrada.

Corta la carne, cuelga la carnasa, mira esos movimientos extraños, nuevos, en la calle, silencio, de pronto el sonido de un bombo, de pronto la explosión de un petardo, el carnicero corta la carne, afila la cuchilla, afila el hacha, pone en marcha la máquina quebrantahuesos, corta, sesga, mutila, el olor a humo de cubierta quemada, tengan cuidado, en el medio de los ojos métanles el chumbo, dijo el patrón. Se escucha un grito, la chica está muda, la chica ni sonríe ni dice Raúl, afila la cuchilla, el carnicero la afila, ¡la afila a la cuchilla que vengan guachitos! ¡que vengan de a uno, de a mil los guanaquis! Se escucha la bomba de estruendo, se escucha la sirena policial, se escuchan otros gritos. La chica tiembla en un rincón. El carnicero queda firme, piernas abiertas, esperando. Afila con la chaira la cuchilla. ¡Shuff! Corta la carne el carnicero.

Se acerca el tropel, se lo escucha, se siente su aliento ácido. Bajo el mostrador tiene el arma. El carnicero, tenso, corta la carne. Mira a la muchacha vuelta un nudo en el rincón. Se escucha el avance rumoroso, las zapatillas, las chancletas, el vocerío, las bombas, aumentan el olor a humo, las sirenas, gritan sin que les entienda aunque parecen decir, reclamar, clamar, carne, carne, carne, ¡carne! El carnicero suspende la tarea, deja la cuchilla, busca el arma, la amartilla.

Un chumbo entre los ojos.

Un chumbo, que no avancen, no es de ellos, nunca será de ellos les dijo el patrón ausente. Avanza el griterío, el chusmerío, gritan, aullán más que el aullido pampa de las sirenas policiales, el carnicero pone el arma cerca y de inmediato va y corta la carne. Corta la carne. Se enchastra de sangre, de vísceras, le tira un hueso al perro. Corta la carne, mira a la mujer joven que está en el otro mostrador, que tiembla, que no lo mira. Corta, corta la carne, se enchastra de sangre.

Avanza el grito, unánime, el griterío, imposible, avanza y avanza y se acerca. Avanza y se acerca al negocio, ni uno, les dijo el dueño, ni uno solo, exigió el dueño. Cuando irrumpen, porque irrumpen, rompen la puerta que está cerrada, clamando, aparece la cara del chico que parece al del televisor, el que se llevaba el pedazo de vaca. Detrás de él llegan los gritos, ruidos de cosas rotas, aullidos, el humo de la quemazón que cubre el ambiente.

El carnicero deja la cuchilla, deja la chaira, corta la máquina, y apunta. Apunta con el odio intenso al dueño de la casa al frío al patrón al Raúl al de las botas la bizca el que no tiene plata la chica que no le sonríe, que nunca lo hará. Aparece la cara del chico, apunta.

Bien el chumbo en el centro de los ojos, dijo el patrón.

Apunta, escucha la risa de la chica que no le sonríe, que tiembla, bien en el centro de los ojos. Apunta y dispara y la chica que cae bañada en sangre, mocos, mugre. De inmediato le apunta al chico.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 12/Oct/02