México-Zambia con tiros penales

Marcial Fernández

La historia me la contó Gustavo, a quien a su vez se la contó el sargento Núñez, a quien a su vez se la contó Rey, el titiritero de la anécdota, qué digo titiritero, todo un mago de pueblo, de ésos que en el escenario se equivocan y en lugar de aparecer un conejo del sombrero de copa, lo que de ahí se les escapa es un tigre que acaba con la función.

Bueno, tampoco hay que exagerar, aunque los acontecimientos en su momento fueron un verdadero drama, o por lo menos lo fueron para Rey, con el paso del tiempo sucedió lo que comúnmente sucede: el drama termina en comedia y en un buen relato para contar.

Antes de seguir hay que aclarar una cosa: los hechos son cien por ciento reales y Rey es un personaje famoso que ha dedicado toda su vida al futbol, al principio como jugador, el rey del tablero de ajedrez, y luego como director técnico, el también rey que mueve las fichas blancas o negras a su antojo, siempre con la mira en derrocar al adversario.

El cuento, pues, inicia en un puerto de México. Diré que en Mazatlán, aunque todos sabemos que ahí no hay equipo de primera división, pero sí afición futbolera. Ahora bien, el Mazatlán, dirigido por Rey, se disputaba los primeros lugares de la tabla con un equipo de la capital, diré por decir que los jaguares, la escuadra de la Iglesia.

En ese entonces jugaba con los jaguares Daniel Trejo, un centro delantero excepcional, de quien se dice pudo haber llegado más lejos que Hugo Sánchez. Yo no lo creo; sin embargo, poseía cualidades parecidas al pentapichichi, además de que era el hombre a marcar, ya que al nulificarlo se nulificaba a la decena sobrante.

Eso lo sabía Rey, claro que lo sabía. Por eso decidió mover sus peones aún antes de iniciar la partida. Y no. No contrató a mariachis para que les cantarán toda la noche a los jaguares afuera del hotel, ni motivó a los mazatlecos a que hicieran sonar sus claxons frente a los ventanales donde se hospedaban los de la Iglesia. Rey fue más sutil, simplemente descolgó el teléfono y le habló a Rosabel, que en realidad se llamaba María, una mujer capaz de hacerse pasar por demonio frente al mismísimo Simón del Desierto.

-Reina, te tengo un trabajo...

De esta manera, un día antes del juego Mazatlán versus jaguares, cerca de las cinco de la tarde, Rosabel, vestida toda de blanco, con una toga moderna y entallada, el cabello corto y rojo, casi naranja, la mirada azul y las facciones espigadas y dulces, entró al hotel Francia, que era el sitio en donde se concentraban y dormían los de la Iglesia y, sin hacer caso a turistas y nacionales que se volvían a verla, se sentó en una silla alta junto a la barra del bar.

En este punto hay que señalar que el hotel Francia tiene cinco bares o cantinas, como se les quiera llamar. La barra a la que llegó Rosabel es justamente la que está en el lobby, por lo que en tal sitio no era difícil llamar la atención.

Ahí, Rosabel, sentadita y con ademanes correctos, le pidió a Miguel -quien, además de cantinero, era su amigo-, un martini, y como no queriendo sacó de su bolsa un cigarrillo, también blanco, y se puso a fumar con un ligero biz de puta elegante, de ésas por las que Marco Antonio perdería un imperio.

Los buitres de hotel, es obvio, la empezaron a fastidiar. Es más, Juan de Labra, un argentino defensa central de los jaguares, le hizo charla. No obstante, ella negó saber de futbol y le dijo que los futbolistas no le interesaban, peor: la aburrían. Él se quiso burlar de ella, y ella, más pedante que él -cosa que es mucho decir-, se dio media vuelta y empezó a platicar con Miguel, quien aceptó el diálogo como un triunfo personal frente al extranjero.

Cuando De Labra desapareció, Rosabel le preguntó al barmán:

Rosabel se dio vuelta y clavó la mirada en el indicado, quien tenía un cierto aire a Maradona, el único futbolista que ella realmente admiraba. "Ojalá traiga doña Blanca", pensó y lo siguió espiando. Él, en tanto, al sentirse observado, se hizo el loco y, con otros integrantes del equipo, se perdió en el interior del hotel.

Sin embargo, no tuvieron que pasar más de dos martinis para que Miguel le comentara a Rosabel que allá, en una de las mesas del fondo, la buscaban. En una esquina semioculta, Trejo hacía como que trabajaba, como que escribía garabatos en unos papeles en blanco, como que revisaba sus propios manuscritos.

Y con una de esas conversaciones en las que sin decir nada en realidad se dice todo, la pareja acabó bebiendo la mar de combinaciones: refresco, whisky, ron y, ya en una de las habitaciones, champaña, mucha champaña, que no sólo bebieron sino que se echaron encima. Sí, se bañaron en viuda de Clicquot, primero con ropa y luego desnudos en la tina.

Así, alrededor de la seis de la madrugada, Ana, o Rosabel, o María, que para el caso era la misma, salió del Francia y, todavía con los estragos de la parranda, se fue a tomar una cerveza a los portales. De ahí a echar una birria y después a planchar la oreja.

A las once, no obstante, la despertó el teléfono.

Rey colgó su celular y quedó tranquilo, más que tranquilo, contento, orondo, como el gusano de la botella de mezcal que sabe que la felicidad del borracho es recíproca a su infelicidad del día siguiente.

Al quince para las doce, hora en que el sol calaba los huesos, el estadio de Mazatlán estaba de bote a bote, sin un sólo lugar para un aficionado más. Las escuadras salieron a la cancha.

A las doce en punto empezó el juego.

Y sí, dicho partido significó un parteaguas en la carrera de Daniel Trejo durante aquella temporada, mientras que Rey quedó como un imbécil por no mandarle marcaje especial en aquel encuentro. El delantero no sólo anotó tres goles -el resultado final fue Mazatlán 1, jaguares 3-, no sólo corrió los 90 minutos como un galgo incansable, no sólo hizo dos o tres jugadas de genio, sino que la prensa lo designó el jugador de la semana, y El Gato Solorzano, comentarista de la transmisión por T.V. del juego, ponderó una y otra vez el profesionalismo y entrega de este futbolista adentro y fuera de la cancha.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/Ene/00