Moscarda

(sobre mi encuentro con Bruno Corvado en un día insoportablemente soleado)

Jaime Reyes Rodríguez

Según el Pequeño Larousse Ilustrado, en su edición de 1992, la palabra mosca f. (lat. musca), género de insectos dípteros de la familia de los múscidos, también sirve para denominar la barba que nace al hombre debajo del labio inferior, así como para designar a una persona molesta y pesada y también a las chispas que saltan de la lumbre. Se le llama moscas volantes a la enfermedad de la visión en que se ven pasar delante de los ojos puntitos brillantes, opacos o de colores. También se le llama mosca en leche a una persona morena vestida de blanco o mosca muerta a la persona que parece de ánimo apagado, pero que no pierde la ocasión de su provecho. De igual forma se dice que se caza moscas cuando uno se ocupa en cosas inútiles, o por si las moscas, como expresión cautelosa que significa "por si acaso", mientras el proverbio nos dice: más moscas se cazan con miel que con vinagre, es decir, que la dulzura es el mejor medio de atraer las voluntades. En México se dice viajar de mosca, es decir, de polizón.

Lo único que a todos nos queda claro, y sin lugar a dudas, es que la mosca común (musca domestica) acompaña al hombre desde que es hombre y que es de distribución cosmopolita, así como que mide entre 6 y 8 milímetros. Bruno Corvado, en mi humilde opinión, es una moscarda, que según el diccionario ya citado, es una especie de mosca mayor que la común, que se alimenta de carne muerta y deposita en ella sus larvas. No sé bien, aún, cómo explicar esto, pero es una definición que acomoda a la perfección con este sujeto, a quien, no hace mucho, tuve el gusto de conocer.

Por otra parte, y siguiendo con nuestro tema sucio, se le dice moscona a la mujer desvergonzada, así como mosconeo a la insistencia e importunidad molesta. Finalmente, la palabra mosquear significa, aparte de ahuyentar las moscas, azotar o zarandear; se usa de forma figurada para decir que uno se ha librado vivamente de alguna molestia, al mismo tiempo que significa que un asunto se ha complicado, así como se refiere al resentimiento de uno por lo que otro dice: mosquearse muy fácilmente, es decir, es un sinónimo del verbo común ofender(se). Bruno Corvado hizo que me mosqueara fácilmente. A continuación les diré cómo sucedió.

Soy fotógrafo instantáneo en la plaza del pueblo. Llevo siéndolo desde hace 26 años y la experiencia con mis más de cinco mil clientes me da el derecho a decir que mi trabajo es excelente e impecable. Todo el mundo lo pensaba así. Hasta que llegó Bruno Corvado.

Efectivamente, el señor Corvado es una mosca en leche con mosca bastante crecida, por la parte física y de sus ropajes habituales, y un mosca muerta nauseabundo aunque parezca que todo el tiempo está cazando moscas, sobre todo con uno de sus dos ojos. A mí llegó a engañarme.

Me pidió que le hiciera un par de retratos al parabrisas de su auto, un minicooper nuevecito. Decía que era su fascinación y que nadie podía acercárse, mucho menos subirse. "Sólo yo soy digno de montar mis posaderas sobre él", decía.

De primera instancia me resultó extraño que un tipo me pidiera un par de retratos sobre el parabrisas de su auto. Sin embargo, y consciente de la necedad contumaz que nos acomoda a los viejos, me hice de la vista gorda y realicé el trabajo con rapidez pues, según el tipo, le urgían. El día estaba insoportablemente soleado, por lo que evitar los reflejos era imposible. No encontraba el acomodo ni el encuadre y eso me puso de malas. Hasta que ocurrió lo inesperado: comenzó a llover.

A las primeras gotas hice las dos tomas y salimos corriendo al primer café para ver el resultado. Yo las miraba correctas a pesar de su rareza, y así con sus gotitas de agua, hasta se veía coqueto y de buen gusto: un bonito parabrisas llorón. Bruno Corvado no pensó lo mismo cuando dijo: "hay una mosca ahí, ahí, ahí, mis ojos la están viendo, y eso no puede ser, no en el parabrisas de mi minicooper". Entonces comenzó la trifulca.

Sé que no había ninguna maldita mosca en el parabrisas tanto como que mi nombre es Santiago y que, aparte de ser fotógrafo instantáneo, soy ávido lector de diccionarios y escritor de closet. El tema de la mosca comenzaba a mosquearme. Corvado es insoportable cuando discute. No sé, serán esos ojos enrarecidos, la mirada de los locos, parece como si uno de ellos (de los ojos) no fuera suyo: se le nota distraído: con un ojo caza moscas y con el otro te acribilla. Y luego, con esa mosca crecida y vestido de blanco como si fuera uno de esos guías espirituales, terminaba por ponerme nervioso. "Que sí, que sí hay una mosca ahí, ahí en mi parabrisas y eso no puede ser. Que sí, que sí hay una mosca ahí, ahí en mi parabrisas y eso no puede ser", decía con esa necedad contumaz, como ya dije, que nos acomoda a los viejos, o a los que estamos prontos a serlo. "Y aparte está muerta", dijo el tipo, y tan pronto como lo dijo el sol volvió a salir con la misma potencia que tostaba los huesos.

Para no salir de mis cabales, recordé pasajes literarios que me distrajeran y evitarán que me le fuera encima al tipo que sólo decía "que sí, que sí, que ahí está", y me vino a la mente una carta de Enrique Vila-Matas en que decía, entre otras cosas, que como dijo Augusto Monterroso, sólo había tres temas: el amor, la muerte y las moscas. Pensé que era cierto siempre y cuando no existiera Corvado, pues en ese caso habría que añadir la necedad.

"Ha de haber muerto en cuanto cayó la primera gota, seguro, se le ve en la forma en que cayó sobre mi parabrisas", decía Corvado con una compasión por la mosca que conmovía. Estuve a punto de volverme loco, lo juro, pues con ese comentario tan lleno de ternura, imaginé a la mosca en el parabrisas y especulé sobre la postura que deben tener las moscas cuando mueren con la primera de las gotas de una lluvia insospechada en un pueblo en donde no hay sino un sol insoportable los 365 días del año y que, como escribió Jules Renard en su diario misántropo, el sol no sirve más que para hacer revivir las moscas que te chupan la sangre. Corvado estaba chupándome la paciencia y la cordura.

Miré que Corvado consultaba su reloj de pulsera de manera compulsiva y terminé por querer convertirme en rata y salir huyendo por la primera alcantarilla. Dijo que se estaba haciendo cada vez más tarde y que algo tendría que hacer para darle los retratos de su parabrisas "sin mosca". Por el mosconeo de Corvado supe que la cosa se había mosqueado, lo que me motivó a darle una buena mosqueada o buscar la forma de mosquear el problema. La mosca no estaba, en definitiva, en ninguna de las tomas que había hecho y no estaba dispuesto a salir de nuevo a exponerme ante el sol insoportable. Corvado intentaba mirarme fijamente con esos ojos, de los cuales uno no parecía suyo y estaba como distraído, y, en un momento de extraña valentía, le dije: mi muy estimado señor, en mis tomas no hay una sola mosca y mucho menos una muerta, por lo que voy a rogarle que antes de solicitar un trabajo fotográfico con un profesional, como su servidor, se realice un buen examen de la vista pues, por si no lo sabe, es posible que usted padezca del mal de las moscas volantes, lo cual, mi estimado, puede acarrearle serios problemas en su desarrollo personal, profesional y social. Se me quedó viendo unos segundos, o intentó hacerlo, y después cerró el ojo que parecía muy suyo y nada distraído.

"Vaya", dijo. Abría y cerraba el ojo suyo muy suyo y nada distraído, se acariciaba la mosca crecida como si pensara con seriedad y decía solemne: "vaya, vaya". El ojo distraído no atinaba a enfocar en nada y después de varios exámenes a las imágenes con uno y con otro ojo, dijo: "ha de ser esta córnea mía que no es mía; sabe, me la acaban de poner y parece que todavía no se acomoda a este cuerpo. Y sí, efectivamente, no hay mosca alguna en la foto según mi ojo mío, pero según el ojo mío que no es mío sí la hay: vaya dilema: a cuál de los dos le haría usted caso, mi querido amigo fotógrafo, a ver, a cuál de los dos".

El tipo está loco, pensé. Así que como dicen que los proverbios son la sabiduría popular, le dije que no le hiciera caso a ninguno de los dos ojos, pues la mirada siempre engaña; le dije que se dejara llevar por el corazón y que no mirara, sino que sintiera la energía intrínseca de las imágenes, que es donde está su esencia. Es más, le dije, usted me ha caído bien, tan bien, de hecho, que he de regalarle los retratos de su parabrisas, qué le parece. Ya habrá tiempo de que ajustemos cuentas. Más moscas se cazan con miel que con vinagre.

Bruno Corvado, sin más ni más, se levantó, sonriendo detrás de esa mosca crecida; parecía más que mosca en leche con ese traje suyo blanco tan blanco y esa piel morena tan morena, recogió las fotos y me extendió la mano derecha para despedirse. Mientras me estrechaba la mano me miraba con uno ojo y después con el otro. "Según mi ojo que no es mío, usted tiene un lunar en la mejilla derecha, pero según mi ojo que es mío no lo tiene", me dijo. Me extendió un billete de gran denominación, que por supuesto no acepté, y salió del café perdiéndose entre el insoportable sol que ahogaba los restos de la tarde.

Bruno Corvado es una moscarda, pensé. Desde entonces, todo lo que he de ver lo miro con un ojo y después con el otro, desconfío de mi mirada sistemáticamente. Por si las moscas, me digo a mí mismo, y voy por la calle mirando con un ojo y después con el otro. Está de más decir que también me he dejado crecer la mosca, me hace ver más interesante. Bruno Corvado y yo nos reunimos, todos los lunes por la tarde, para conversar sobre la necedad y todas las enfermedades del alma que nos dan a los viejos o a los que, como Bruno y como yo, estamos prontos a serlo. También fisgoneamos a las mosconas que se pasean por la plaza. Nos gusta hacerlo. Siempre terminamos mosqueados con lo que uno tiene que decir del otro, pero no dejamos de reunirnos, sería la muerte para cualquiera de los dos. Eso lo sabemos bien. Desde entonces no ha llovido ni por error y el sol insoportable hace que las moscas sigan siendo la fauna representativa de este pueblo de viejos, por lo menos así lo dicen las guías para turistas. Nunca he montado mis posaderas en el minicooper de Corvado, pero seguimos siendo buenos amigos. Eso lo sabemos bien.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 12/Oct/02