Una muerte muy dulce
Para Francisco Javier Cubero y Ricardo Pérez García
Marcos Winocur
El niño, corriendo por la playa solitaria, tropezó con una botella que, curioso, no tardó en abrir. Como en los cuentos, fue liberar al genio encerrado desde hacía varios milenios. Pasado el susto, el niño supo que, agradecido, el genio le concedía los tres deseos. Que no vayan contra la naturaleza de las cosas, le advirtió, dándole un ejemplo: si quieres volverte inmortal, nada puedo, así que no lo pidas, pero, si se trata de una muerte muy dulce, sí, te la puedo conseguir cuando te llegue la hora.
El niño retuvo lo de "muy dulce" y permaneció en silencio. La muerte ¿quién es? Una vez me contaron que me iba a llevar a un país de muñequitos... Y el niño exclamó: ¡Sí, eso quiero! ¿Qué cosa? Una muerte muy dulce. Concedido. ¿Y el segundo deseo? El niño pensó que de poco y nada le serviría lo "muy dulce" si se acababa enseguida, y exclamó: ¡que me dure para siempre! ¿Qué cosa? La muerte muy dulce. ¿Estás seguro? ¡Sí, sí, sí...! Concedido. ¿Y el tercer deseo? El niño pensó que de poco y nada le serviría lo "muy dulce" si se tardaba en llegar quién sabe cuánto tiempo, y exclamó: ¡que venga ahora mismo! ¿Qué cosa? La muerte muy dulce. ¿Estás seguro? ¡Sí, sí, sí...! Concedido.
Y el genio dio las dos palmadas de rigor, en el acto apareció una soberbia rosca de reyes: a la tercera porción ¡el muñequito! ¡Es... la muerte! Fue la exclamación del niño lleno de alegría y cayó de espaldas sobre las arenas.
El genio le cerró los ojos.
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 23/Dic/04