Nacer de Nuevo

Itzel Saucedo Villarreal

Luisa estaba sentada, concentrándose en la tarea que debía entregar al día siguiente. Su mamá y su tío veían en la televisión un programa acerca de los "sucesos sobrenaturales". Luisa batallaba contra el impulso de voltear hacia el aparato y caer en la tentación extrema de mirar las imágenes. Optó por contar en voz alta y sumar los cinco que le restaban en la mano izquierda, luego, anotó el resultado en el cuaderno tan cuidadosamente forrado por ella.

Había comenzado a lloviznar. El cielo tronaba con fuerza y los relámpagos se colaban en el interior de las casas reblandecidas por la humedad. Luisa seguía contando sus dedos; el esfuerzo se multiplicaba al querer ignorar la tormenta que se desparramaba afuera. Entonces, escuchó un quejido leve, doloroso, casi imperceptible. Iba en el veinte cuando lo oyó de nuevo, esta vez era claro la pared se quejaba lastimosamente.

La madre llegó molesta al haberse visto en la necesidad de abandonar su lugar para averiguar la causa de los gritos de la niña, quien explicó con detalles su actividad en el instante del lamento tras el muro. Ella comenzaba a fastidiarse cuando, después de un trueno, ambas escucharon un suspiro entrecortado. "Mejor continúa haciendo tu tarea en la sala, así no te darán miedo los relámpagos", Luisa pensó que tal vez su madre no habría percibido el quejido pero cuando quiso insistir le apresuró hacia el cuarto húmedo de paredes descarapeladas "Anda, que ya regresan de los anuncios". El tío ni siquiera parecía tener vida, inmóvil, con los ojos fijos en la caja que estaba frente a él, babeando la camisa. Nada extraño se volvió a escuchar en lo que sobró de la noche, sin embargo Luisa tuvo pesadillas y no pudo dormir bien. Amaneció temerosa, sin ganas de bajar las escaleras. Su madre la convenció a gritos y jalones.

La tarea esta vez no fue de matemáticas sino de español, pero eso no impidió que cuando Luisa estuviera buscando el verbo para preguntarle quién realizaba la acción, por respuesta escuchara un lamento que se le iba insertando desde la espalda hasta su oído, provocándole tal escalofrío que corrió hacia la cocina a refugiarse en la falda de su mamá.

Las pesadillas se repitieron, soñaba con una mujer que aparecía entre fulgores naranjas, su rostro era difuso, como cuando intentaba observar el sol radiante. Le decía algo que no comprendía, pero sabía que la llamaba; ya no le temió tanto.

En los días que siguieron, Luisa dejó de asustarse, ni siquiera cuando en la pared se iba filtrando el agua y formaba una silueta delgada que por momentos parecía incrustada en tercera dimensión. La niña buscó su sonrisa y la encontró, amplia, como la de su mamá antes de que se quedara sola con ella y su tío.

La madre no se extrañó de ver que su hija hablara sola, lo hacía desde pequeña pero tampoco se dio cuenta de la sombra que se iba esbozando en el muro doliente. Escuchaba a la niña cantar y carcajearse; también leía la tarea en voz alta sin desconcentrarse tanto a pesar de la televisión que se prendía todo el día para el hermano inútil.

Luisa preguntaba por el mundo lejano, la silueta le describía los valles de colores, las casas calientes, la música permanente.

La niña se puso de pie y se acercó con cierta reserva a la pared húmeda. La tocó y sintió la humedad perforando su interior, abrió los ojos, observó a su tío, distante, en la otra habitación descarapelada, ahora ella sentía su cuerpo del mismo modo, estropeado y quebradizo, no podía voltear hacia la cocina para buscar a su madre quien seguía batallando con la estufa, luego miró a la mujer delgada, alta, recorriendo con la mirada a su alrededor, como si fuera la primera vez.

Escrito bajo el auspicio de la beca Jóvenes Creadores del Fondo para la Cultura y las Artes de Puebla en su versión 1999-2000.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 05/Ago/00