Nonato
José Valerio Uribe
Cábulas siempre vivió con la sospecha de que alguien lo observaba. No sabía para qué, pero sus hechos eran manipulados por un desconocido. Aunque creía en Dios por inercia y no por convicción, confiaba más en las decisiones del otro, de aquella persona sin rostro que le organizaba todo. Los buenos y los malos recuerdos eran sólo la consecuencia natural de una vida que nunca fue suya.
Hoy sería el día de su muerte.
Allí estaba, sentado, esperando paciente a que la puerta de su departamento se abriera lentamente y aparecieran los rasgos del semidios que se había encaprichado con la realidad de un pobre diablo.
"Por fín sabré quién eres y moriré tranquilo".
Cuatro pisos más abajo comenzó lo desconocido a subir las escaleras, con calma, decidido a llegar a donde Cábulas lo esperaba.
"Te sacaré las entrañas, sin dolor. Sonreirás como un niño al observar tu sangre".
Cábulas no tenía miedo, solo desesperación.
"Lo peor de la muerte es esperar a que llegue después de haberla soportado una vida entera".
Tomaba café tranquilamente. Se había untado aceite de coco en todo el cuerpo. La desnudez brillante de una materia estática. Todo estaba listo para el sacrificio, pero el verdugo tardaba. Podía escuchar sus pasos lentos, eternos, insoportables. Siempre esperó este momento con anhelo, pero el maldito se negaba a llegar.
"Cuando vea tu rostro te arrancaré los ojos para que no veas mis gemidos de felicidad y los confundas con la tristeza".
El sol de Agosto hacía hervir el asfalto y los edificios de asbesto. Se escucharon unos golpes suaves en la puerta. Estaba abierta.
En el departamento de Cábulas el calor comenzaba a ser insoportable. El aceite de coco se mezclaba con el sudor de un cuerpo que ya no era y cuyas entrañas se confundían con los muebles, burbujeando sopores.
Al lado de él yacía su madre, sin ojos, aún viva, sonriendo a pesar del dolor sangriento que le punzaba la cara.
"Has muerto, fruto de mis frustraciones, y con tu final se irá mi locura".
