El actor
Pablo Lores Kanto
Cuando le dieron la mala nueva, el actor se puso la careta de comedia y mostró una mueca de lo más parecida a una sonrisa. Si lloró lo hizo a solas, cuando los hombres de veras representan su verdadero papel.
Le pareció apropiado, dadas las circunstancias, montar una obra sobre los asesinatos de Julio César y Abraham Lincoln. Se trataba de un monólogo sobre la ilusión del poder, la traición y la levedad del ser. Un monólogo donde su voz se volvía muchas voces. La de la víctima y la de los criminales. La mímica dentro de la textura de la obra sumó otro color a su paleta actoral.
Un avispado periodista difundió la noticia: "Actor decide representar su propia muerte". Ese titular apareció en los periódicos. "A sabiendas de que padece una enfermedad incurable, decide montar una obra en la que espera morir en plena actuación...", decía el artículo.
En los medios se desató una polémica sobre si era ético o no banalizar la muerte de esa manera. Hasta la Iglesia metió su cuchara. Esto le dio a la obra más vuelo publicitario.
El morbo llenó el teatro y todos los días la gente hacia cola en la calle porque no quería perderse el desenlace. ¡Una muerte de verdad en pleno escenario!, cuchicheaba la gente en la puerta del teatro.
Estertores, tal era el nombre del montaje, se mantuvo en cartelera más del tiempo que el médico había diagnosticado que duraría el actor. Teóricamente, debía vivir a lo sumo ocho meses pero había pasado un año y seguía vivo. El público se sintió estafado y dejó de acudir al teatro. Les pareció una burla el "Véala hoy que mañana puede ser muy tarde..." del anuncio publicitario.
-Joder, hombre, muerete de una vez. Estamos perdiendo dinero y prestigio con este montaje- le atormentaba su desesperado productor.
-Las quejas, al médico, se defendía el actor.
-Habrá que demandarlo por daños y perjuicios, sugirió el productor.
La obra se mantuvo otras seis semanas hasta que en la función del jueves femenino -ese día las mujeres pagaban la mitad- el actor, que en ese momento representaba los últimos minutos de vida del presidente Lincoln, recibió un disparo en la nuca. ¡Pero uno de verdad!
Esa noche no había ni veinte personas sentadas en las butacas.
El actor se desplomó y yacía boca bajo cuando una aureola de sangre le apareció alrededor de la cabeza.
-¡Está muerto! ¡Está muerto!... ¡Le han matado!, gritó el tramoyista luego de echar un vistazo al cadáver.
Entonces, el público se puso de pie y empezó a aplaudir. Primero uno, luego otro y después otro y otro hasta que todos los aplausos juntos se hicieron ovación.
Hay quienes vieron al médico que le diagnosticó la enfermedad huir de la escena del crimen. Otros dicen que fue el productor de la obra el que le metió el tiro en la cabeza. La policía sigue investigando.
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 07/Jul/05