Una nueva mujer

Roberto Gutiérrez Alcalá

Enrique me habló por teléfono ese sábado en la tarde para invitarme a una fiesta en casa de su novia Clarita. Acepté.

El ambiente era bastante aburrido, pero había cervezas y yo estaba de buen humor. Por eso concluí que lo mejor sería platicar con la mamá de Clarita. Enrique ya me había hablado de ella. Cogí una cerveza y fui a sentarme a su lado. La buena mujer intentaba llevar el ritmo de la música con los dedos y sonreía. Al verme, sonrió más.

-Hola.

-Mucho gusto -dijo.

-¿Me puedo sentar?

-Oh, por supuesto.

-Oiga -dije luego de acomodarme en una silla de metal-, ha llegado hasta mí la especie de que a usted le huele la boca. ¿Es cierto?

La mujer dejó de chasquear los dedos, apretó los labios y, cohibida, musitó:

-Bueno, no sé..., creo que sí.

-A ver sópleme.

La infeliz me hizo caso. ¡Virgen santísima!, su boca era una auténtica cloaca. La sometí a un exhaustivo interrogatorio:

-¿Nombre completo?

-Clara Benavides Iturriaga.

-¿Edad?

-Cuarenta y tres años.

¿Ocupación?

-Repostera.

-¿Estado civil?

-Divorciada.

-Lo suponía.

-¿Cómo dice?

-Dije que lo suponía. Según usted, ¿cuál fue el motivo de su divorcio?

-El desgraciado me engañó con otra.

-Señora mía, ésa fue la consecuencia. El verdadero motivo de su divorcio radicó en el hecho de que a usted le apesta el hocico.

-¡Oooh!

-Cálmese.

-¡Oooh!

-Le digo que se calme -casi grite mientras la zarandeaba con fuerza.

-Sí, sí...

-Lamento haberme portado un tanto brusco con usted, pero era necesario.

-No se preocupe -dijo comprensiva.

Yo le di un trago a mi cerveza y enseguida ordené:

-Tráigame su cepillo de dientes.

-¿Mi cepillo de dientes?

-¿No entiende el español?

-Sí.

-Entonces sea obediente y tráigamelo.

La señora Benavides Iturriaga se levantó de la silla y se dirigió a la escalera que conducía al segundo piso de la casa. Movía sus voluminosas caderas con soltura. Yo fui por otra cerveza.

Al rato, la señora Benavides Iturriaga regresó. Empuñaba en la mano un grotesco cepillo de dientes con las cerdas dobladas hacia fuera.

-Escóndalo, no sea cínica -le susurré al oído.

-¿Por qué?

-¡Cómo que por qué, insensata! No ve que ese cepillo es una auténtica porquería.

-Es que no he podido comprar otro.

-A ver, déjeme revisar sus dientes.

La señora Benavides Iturriaga echó la cabeza hacia atrás y abrió la boca. Yo recordé que tenía un palillo usado en la bolsa de la camisa, lo tomé y con él comencé a raspar aquella horrenda dentadura. Al cabo de unos minutos logré sacar varios pedacitos de carne putrefacta y cantidades industriales de sarro.

-Terminé... Su caso es patético.

-¿De veras?

-Señora mía, ¿conoce el hilo dental?

-Sí.

-Entonces, ¿por qué diablos no lo usa?

-Es que...

-Nada, nada. Asuma su responsabilidad con valentía y acepte que usted es una pinche vieja descuidada. Sólo así, derrotándose, podrá salir otra vez a la superficie y triunfar.

Aquellas palabras fueron demoledoras: la señora Benavides Iturriaga se soltó llorando a lágrima viva. Algunos invitados a la fiesta voltearon a vernos y cuchichearon quién sabe cuánta cosa.

Mi filípica surtió efecto. Todavía con lágrimas en los ojos, la señora Benavides Iturriaga me vio fijamente y dijo:

-Tiene razón, soy una pinche vieja descuidada. Pero, créame, cambiaré... Mañana mismo voy a comprar el mejor cepillo de dientes y el más fino hilo dental... Asistirá al nacimiento de una nueva mujer.

Yo no pude menos que sonreír satisfecho. A continuación arrastré mi silla al centro de la sala, me subí en ella y anuncié:

Hey, muchachos, la doña ha prometido estrenar cepillo de dientes y usar hilo dental después de cada comida! ¡Un aplauso para ella! ¡Se lo merece!

La concurrencia me miró primero sorprendida: luego, siguiendo mi ejemplo, aplaudió con desgano. La señora Benavides Iturriaga sacó el pecho orgullosa y comenzó a hacer caravanas a derecha e izquierda. Se veía contenta, feliz.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 07/Mar/05