La máquina del tiempo

Roberto López Moreno

El asunto no estaba siendo nada agradable (más bien, dramático se agigantaba) para Manuel Tapia, que no era su verdadero nombre, pero a estas alturas eso ya nadie lo sabía, sólo él y sus oídos muertos.

Como era un sujeto que desde niño se había pasado de mamón, sus primeros conocidos empezaron a decirle Mamuel, hasta que para disimular el superpuesto apelativo quedó finalmente en Manuel; Lo de Tapia era porque sordo era. Su verdadero nombre fue el de Ubaldo González, pero eso es hasta ahora que lo está sabiendo el amabilísimo lector.

Manuel Tapia -decía- estaba pasando en estos momentos por momentos verdaderamente terribles. Resulta que su primo, el "Científico Peraloca", así lo conocían en el barrio, le había prometido la inmortalidad si se prestaba para participar en un experimento con una nueva máquina del "tiempo" de su invención, alucine de científicos y escritores y lectores de ciencia ficción de todos los tiempos.

Y ahora ahí estaba Manuel Tapia, flotando, todo transparente, con un cuerpo que antes podía tocar en sus diferentes partes y entregarlo o negarlo a la mujer amada, según el caso de sus estados de ánimo, con su cuerpo ahora convertido en ondulante fluir, sin el don de poder asentar pie sobre piso.

Giraba ¿el cuerpo?, ¿el pensamiento? de Manuel Tapia y ni los ojos de los demás ni los suyos propios podían delinear su, en estos momentos, inasible perímetro, su litoral carnal desvanecido.

Flotaba Manuel Tapia, ¿flotaba?; dibujaba transparentes espirales, ¿dibujaba?; caminaba Ubaldo González, pero sin pies ni piso, ¿caminaba?. Se alargaba, se achicaba, se torcía; se hacía volutas; no había dolor, sensación del tacto no había, sólo ese algo transparente del cuerpo sin cuerpo que ahora era él, el Manuel Tapia regordete y cabronzuelo... pero antes.

El terror que estaba sintiendo en estos momentos le hacía repasar en vertiginio el instante aquel en el que incitado por el científico primo, se

introdujo con dificultad en el interior de aquella maltrecha cabina construida con mordisqueadas láminas de asbesto, con alguna puerta oxidada, abandonada por quién sabe quien a la mitad del arroyo, con un sistema de tubos mohosos , amarrados en sus conexiones con fuertes mecates confiscados a algún cercano tendedero.

Aunque justo es reconocer que los intereses de este Manuel Tapia no habían sido del todo científicos. Medio cabrón ya se había dicho que era, y hay que decir también que lo que le deslumbró fue poder viajar a los tiempos, pasados y futuros y extraer de ellos los experiencias necesarias para tranzar incautos en su tiempo; y todo ello se lo ofrecía gratis su primo el científico, nada más con el pequeño pago de prestarse para el experimento. La madre Tranza merecía eso y más y, cualquier sacrificio de cualquier otra índole. Entonces pues, él, el cachetón Manuel Tapia, terminaría siendo el dueño del mundo, por encima incluso de su primo Peraloca, quien sólo tenía interés por la noble y capitana ciencia.

Sus angustiados recuerdos de estos momentos lo ponían frente a aquellas minúsculas palancas herrumbrosas y aquellas fosforescencias parpadeando sus verdes y rojos colores, sus misteriosos tonos ámbar.

Recordaba la primera sacudida, más fuerte que los fuertes terremotos que cada seis años desmantelan a la indefensa población y veía el rostro concentrado de su acucioso primo mientras repetía éste, en voz alta, el extraño

código que había desdoblado frente a su cara de científico: "X-06, X-06, activando la aceleración de los diferenciales para incentivar las radiaciones monocromáticas de la luz. Turbopropulsores a capacidad máxima. Tensión de resistencia de verga, óptimo. Timón de ruta de electrones, en punto de arranque. Prueba de hidrogeles respondiendo en positivo. X-06, X-07. Factor Graaff en acción total. Punto de desintegración, en zenital"... Y la gran sacudida...

Y ahora, ahí. Ubaldo González, flotando sin poder asirse de nada con sus no dedos transparentes mientras que su primo, el "Científico Peraloca", hacía esfuerzos desesperados para volver las cosas a su normalidad.

Triste situación la de Manuel Tapia, el diligente sordo que nunca supo que fatalmente su cuerpo y su alma habían entrado aquella tarde, a cumplir un audaz experimento en el interior de la Máquina del... de la Máquina del Viento.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 07/Jul/05
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