Sueño que la sueño

"Puedes fingir que estás fingiendo, puedes simular que eres tú,
que es tu deseo y no tu olvido tu verdadero cómplice
que tu olvido es el invitado que envenenaste.
Puedes decir lo que quieras, eso será la verdad
aunque no puedas ni puedan tocarla"
José Carlos Becerra.

Rodrigo Visuet

-¿Cómo percatarnos cuando las cosas empiezan a salirse de un orden preestablecido? ¿Quién decide qué nos es lícito pensar, sentir, soñar o esperar?

Todo empezó mientras soñaba. Dormía con la ventana abierta, me dio un poco de frío, el aire hacía bailar los bellos de mi cuerpo, era una noche común. Entré poco a poco a los caminos del inconsciente. Andaba a pie, entraba a una estación del metro, tenía en mis manos un folleto de un mueso en el centro histórico, algo de los dadaístas. Tras unos instantes me di cuenta que estaba en Tacubaya, caminé, las puertas del vagón estaban abiertas, pero una muralla quería entrar mientras otra pretendía abandonarlo. Luché, avanzaba mientras empujaba, pensé que no tendría problemas hasta que a cinco centímetros de mi cara se apareció la nariz más hermosa que hubiera podido imaginar, no puedo decir por qué mi vista se detuvo en su nariz, sólo puedo decir que ése fue el primer ingrediente del hechizo que ha caído sobre mí. No pude contentarme hasta mirar el rostro que me había asombrado. Su rostro era delgado, tenía algunas pecas alrededor de las mejillas, unos labios que liberaban el deseo, unos ojos enormes, un cabello liso, oscuro y un lunar junto a la boca. Tal vez no sea muy precisa la descripción que he dado, y es lógico, sólo la contemplé por cinco o seis segundos. En mi sueño traté de reingresar al vagón pero me fue imposible. Esa mañana, al levantarme corrí a dibujar el rostro que había soñado, no lo logré, cada que intentaba tomar el lápiz mi mano me pesaba, mis piernas flaqueaban, además había que ir a trabajar, cumplir con la rutina cotidiana, tomar un baño, hacer el desayuno y abordar un taxi, no porque alcance el dinero, sí por la falta de tiempo. En el trabajo el mundo no existía, mis manos tecleaban mecánicamente, capturaba una y otra vez, me ofrecían un café, lo bebía, y regresaba a la enajenante tarea de redactar, redactar, redactar. La jornada finalizó, tras diez horas de trabajo regresé a casa en taxi, urgía regresar al sueño, entré al departamento, apagué las luces, me desnudé, y caí sobre la cama, cerré los ojos, nada, mi cuerpo aún tenía energías, subí y bajé las escaleras (siete pisos) hasta que me faltó el aire, un baño de agua caliente, me desvestí, mi cuerpo abrazaba el colchón: nada, no tenía mucho tiempo para buscarla. Un té, sí, un té de tila. Corro a la cocina lo preparo, agua en el micro ondas (para ahorrar tiempo) una bolsita de té, lo bebo lentamente, enciendo la tele: noticias, payasos haciendo reír, nada bueno, pero bostezo. Corro a la cama, entro a las cobijas, trato de no pensar, el cansancio cae sobre mí.

Despierto, son las seis de la mañana, no pude soñar›

Regreso del trabajo, voy directo al dormitorio, dejo caer mi ropa, enciendo la radio, sintonizo la estación de Jazz, prendo un incienso, cojo el vaso de agua que está sobre el buró, abro la caja de valium, dos pastillas caen a mi mano, y luego mi cuerpo entra a las sabanas. Esta vez camino en un parque, debo hallarla, no sé dónde estoy, se supone que en los sueños uno sabe dónde se encuentra y hace lo que le plazca, pero estoy perdido, camino hacia cualquier dirección, me encuentro con dos caminos, en uno hay pavimento mientras que en el otro la calle está pavimentada. Escojo el camino de piedras porque lo considero con mayor probabilidad de un encuentro amoroso, el camino me saca a una Iglesia, ya me ubiqué, es San Ángel, es la Iglesia del Carmen. Entro. La gente sale de misa, la busco entre las cabezas, no la veo, observo el lugar, quizás está comulgando o se confiesa, pero no tengo éxito. Camino hacia Revolución. Tomo un taxi a la condesa, la recorro, incluso entro a barios bares y a uno que otro café. Ya es de noche, el tiempo en los sueños pasa volando. De repente la veo, creo verla, va de espaldas, con una amiga, entran a un bar. Estoy a fuera del lugar, la veo bailar, toma un martini, tiene buen gusto, debo entrar antes de que alguien la intente seducir. Debería estar acompañado, sin embargo, recuerdo que es mi sueño, traeré a Ringo, es un gran amigo desde la prepa, lo apodamos así por la narizota. Ringo viene caminando, está bastante arreglado, trae una gabardina, un pantalón muy elegante. Me miro, no me puedo quedar atrás. Rápidamente me cambio de ropa, un pantalón de lino, una guayabera negra. No necesito más. Entramos al bar, pedimos unos tragos, vamos por las chicas. ¡Que el sueño se acabe! No es ella, es igual de hermosa, pero no tiene el lunar, ni las pecas, le falta mucho para ser ella. Tanto me costó encontrarla como para desperdiciar mi sueño con alguien que no es. Salimos. Discuto con Ringo, él ya había ligado. Le digo que se quede que no me importa. Pero tras subir al metro, tras buscarla una vez más, despierto.

Son las diez de la mañana, no me baño, me visto y salgo rumbo al trabajo. Tengo que reponer mis horas perdidas. Salgo un rato después, paso a comer algo, una ensalada, una carne asada, un bisquet, le digo al mesero que café no, me podría quitar el sueño. Regreso a casa. Duermo, antes un valium. Ahora estoy en una tienda de ropa, ¿qué hago aquí? Hay mucha gente, parece ser que hay rebajas, las chicas se pelean por la ropa marcada con cierta etiqueta. Mujeres jaloneando la misma playera, niñas empujándose por ver primero alguna línea, etc. Ella está en la cola para pagar. Me acerco. Me paro a su lado y antes de que pudiera saber su nombre las mujeres que hacían larga hilera empiezan a gritar: "a la fila", "que se forme", "sáquenlo" y un vendedor me invita a abandonar la fila, me rehúso, la mujer de mis sueños me mira de una forma extraña, pero lo único que quiero es estar junto a ella. El vendedor llama a la policía, soy desalojado. Espero en la banca que está frente a la tienda, es un centro comercial, miro mi cartera, está llena, no me hará daño comer un helado mientras la espero. Regreso con el helado y contemplo, no sale, pasa una hora, ¿por qué tarda tanto? Mi tiempo está contado. El efecto del valium se va. Las luces del centro comercial empiezan a deslumbrar, la luz martillea violentamente mis ojos, son las cortinas de mi cuarto que no cerré y dejan pasar los primeros rayos del sol, ella está ahí, en la tienda, no puedo correr, me cuesta mucho trabajo hallarla, estiro la mano, tomo otro valium, y regreso al centro comercial. Mi helado ha desaparecido, pero ella sale por la puerta de la tienda de moda. Camina, sin compañía, la sigo, ella voltea y agiliza el paso, entra a un café. Se sienta. Ordena. Le traen un capuchino. Me acerco, le pregunto si me puedo sentar, ella niega con la cabeza, le pido un momento, llama al mesero, le pide que me corra, le digo que soy cliente, me asigna una mesa muy lejos. Salgo, ¿Porqué no puedo mandar en mis sueños?, Me escondo, la veo salir, abandona el centro comercial, aborda un taxi, hago lo mismo, le pido al taxista que siga a su colega, me cuestiona, le digo que es mi esposa y creo que me es infiel, el taxista me apoya, me da consejos, me ofrece esperar y por el doble de lo que marca el taxímetro le rompe la madre a quien me hace cornudo. Le digo que no es necesario, ella baja en la esquina de Quevedo y Universidad, camina hasta el parque que está detrás de las librerías, se sienta. Me acerco, dice que está armada que no me le acerque, le digo que voy en son de paz, que la admiro y que por ella mi vida ha cambiado y ya no sé hace cuantos sueños sueño que la sueño, le digo que la quiero conocer, me sonríe, nos conocemos, pero despierto. ¡No puede ser! Tomo otro valium. Regreso al parque, me pregunta que a dónde andaba, le digo que fui por un ramo de flores, ella las admira, las huele, se refleja en ellas, sonríe y me besa. Ya sabe que la deseo, ya sabe que la sueño, y me dice que necesita despertar pero que la busque mañana en ése mismo lugar. Despierto.

Hace algunos días que mis sueños me son ajenos. Por más de que trato no los puedo controlar. El tiempo, los espacios, las personas. Todo es muy confuso. Todo empezó en un sueño. Recuerdo que caminaba con mucha prisa, tenía que atravesar la ciudad, así que utilicé el metro. Cuando estaba a punto de abordar, un rostro se plantó ante mí, me analizaba, estaba como perdido, su mirada lasciva se incrustó en mi rostro, trataba de pasar pero me lo impedía, al final, la gente que estaba detrás suyo lo empujó tanto que lo perdí de vista, también recuerdo que intentó reingresar al vagón, pero afortunadamente se fue. Al día siguiente soñé de lo más natural, el hombre que amo anónimamente vino a hacerme el amor, nos gozamos hasta que me desperté, aun con sudor en la piel, aun con sabor a sexo en la carne. Fui al estudio, tomé las fotos pendientes y regresé a casa, vi un largo maratón de cine de arte y dormí. Esta vez no soñé nada, aun estaba cansada de tanta irrealidad. Al día siguiente empezó la pesadilla, en mis sueños iba a bailar, con mi hermana y una amiga, yo estaba en el bar cuando ellas ingresaron, yo besaba al hombre platónico cuando vi al fulano que me había analizado, el tipo entró con un amigo, era mi sueño, él se estaba metiendo en mis territorios, analicé la situación, yo lo aborrezco, pero nuestros sueños se mezclan, él tiene el poder de encontrarme en sus sueños, así que yo puedo alejarlo de los míos. Decidí esconderme, y mientras él me buscaba yo me dejaba querer por una fantasía que por desgracia aun no encuentro en la realidad. El sujeto se fue. Al día siguiente era completamente feliz, podía eliminar de mi sueño a la molestia esa. Al día siguiente, en el trabajo sólo hubo un par de sesiones con modelos que hablaban de las rebajas en una tienda de modas del sur, no tengo idea de cómo afectó eso a mis sentidos pero esa noche me soñé en la tienda, la ropa estaba muy linda y casi regalada, compré un par de vestidos, unas botas, un pantalón, dos sacos, tres bolsas, cuatro tangas y un camisón, no suelo hacer eso en la realidad, pero al fin y al cabo era un sueño. Cuando estaba formada en la caja, el tipo nefasto se plantó junto a mí, yo llamé al policía y lo sacaron, luego me siguió hasta un lugar que no recuerdo y pedí que lo echarán del sitio, el tipo me empezaba a divertir. Abordé un taxi, asumí que el individuo aquel no me soltaría el paso y en efecto abordó un auto que nos siguió, así que caminé a propósito hasta un parque que me agrada. Al final pensé que sería bueno dejarle beber un poco de mí antes de eliminarlo de mis sueños, dejé que estuviera a mi lado, contesté lo que él deseaba escuchar, y por un par de horas lo hice feliz, hasta lo besé. Lo cite para el sueño de hoy en el mismo parque.

Mar y Jaime tuvieron un día común y corriente. Mar tuvo tres sesiones para un comercial de bebés, Jaime tuvo que inventarse una noveleta para no confesar su pronta adicción a los somníferos. A ambos les urgía terminar o iniciar aquella historia, que para ser sinceros a ninguno dejaba en paz. Jaime acudió a su pastillita para encontrar a mar en el parque localizado en Miguel Ángel de Quevedo y Avenida de la paz. Era una tarde nublada. Ella lucía un abrigo negro que casi bailaba con el suelo. Él un pantalón de vestir, una guayabera negra. Ella pensó que tal vez ése era el atuendo para sus sueños. Él dejo su cuerpo al lado del deseo y ella sonrió. Caminaron alrededor del parque, quizá le dieron ocho o nueve vueltas, luego ella se invitó al departamento de Jaime. A éste le daba un poco de pena llevarla a su hogar, tal vez por el desorden, tal vez porque era una vivienda demasiado modesta, pero al final de cuentas recordó que estaba en sus sueños y su departamento fue decorado con el mejor gusto tan sólo en un abrir y cerrar de sueños. Entraron, él destapó uno de sus mejores vinos, escogió las más elegantes copas, prendió unas velas alrededor de infinitas rosas y cuando se percató que caía en el lugar común apagó las velas y dejó que la oscuridad hiciera su trabajo. No hablaron mucho. Ella le dijo que ya no sabía quién era el gobernador de aquel sueño, si él era el invitado o viceversa, pero, lo que sabía muy bien era lo que él deseaba. Él preguntó cuál era su deseo. Mar contestó que Jaime quería hacerle el amor hasta que la caja de valium se agotara, él se sorprendió pero le informó que estaba en lo cierto, que quería besar cada uno de sus poros, quería beber cada uno de sus orgasmos, quería pintar un lienzo con las gotas de su sudor, quería amarla, y cuando él trataba de hacer más larga la lista de sus deseos Mar lo interrumpió y le dijo que estaba bien, que si esos eran sus deseos los haría realidad, pero antes, Jaime tenía que saber algo: Mar estaba llena de veneno, así era en sus sueños y quién sabe si así era en la realidad. Su interior era veneno puro, veneno encendido, veneno enardecido. Mar amenazó que cada beso le quitaría fuerza, cada abrazó le desgarraría el alma, cada vez que fuera penetrada una parte de Jaime se quedaría en las entrañas de la mujer. Al escuchar aquello el hombre dejó de beber el vino para servirse cuerpo, agua, arena, y sol de Mar. La tomó en sus brazos, recorrió con sus labios cada uno de sus rincones, acarició su sexo como si fuera una lámpara mágica a la cual le pediría que ese momento fuera eterno. La desvistió, la gozó, trepó en sus colinas, escaló cada una de sus montañas, navegó por toda su sangre, y se embriagó con cada gota de veneno. Y, en efecto, Jaime cada vez se sentía mucho más débil. Mar debatía entre aniquilar a Jaime y entregarse a un sentimiento nuca antes encontrado, se sentía deseada, poseída, buscada, materializada, encontrada, extasiada, pero, a final de cuentas, cuando el Mar decide ser Mar no hay río que pueda unirse a sus aguas. La noche terminó. El veneno había sido eyaculado y una muerte se concebía.

A la mañana siguiente, el cuerpo de Jaime fue encontrado junto a una caja de valium, la autopsia no entendía muy bien si fue una sobredosis o una muerte por asfixia. Del otro lado de la ciudad, Mar despertó con un cansancio de siglos sobre su sexo, con vestigios de vino tinto en la boca y la sensación de que no volvería a ser molestada en alguno de sus sueños durante mucho tiempo, aunque los muertos suelen visitarnos en las pesadillas.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 15/Jun/06
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