Rutinas
Santiago Giralt
Carola es la encargada del lavadero de ropa. El local es pequeño y las máquinas giran continuamente a su ritmo, lejano del ritmo del mundo y de la vida cotidiana. Carola lee una novela de Sidney Sheldon vieja, muy usada, con la tapa y las hojas ajadas. No es la primera vez que la lee. Conoce la historia de memoria. Está en otro mundo, en un lugar donde las mujeres se vuelven malas y ambiciosas para conseguir lo que quieren. Los lavarropas siguen su marcha. Una vieja teje en una silla del fondo.
Me gusta trabajar en este lugar. Me siento parte de la maquinaria. No sé adónde va todo esto. Pero prefiero estar acá, tranquila.
Los colores de la ropa en la puerta transparente de las máquinas reproducen un caleidoscopio en movimiento. Un zumbido muy agudo se ha transformado en el sonido característico del lugar. Carola trabaja doce horas por día. Desde las ocho de la mañana a las ocho de la noche.
En el pueblo el tiempo sobra. No entiendo por qué la gente no lava la ropa en su casa.
Los ojos negros de Carola recorren las páginas. Alguien entra.
Julián duerme profundamente, sin importarle la luz que entra por la ventana. La cama es un desorden enorme. El cuerpo armónico de Julián es una masa en reposo. Cuerpo muerto por noches en vela y días sin sol.
El agudo chillido del despertador suena y despierta a Julián. Julián se sienta como un autómata en la cama. Abre el ropero, revisa entre su ropa y descubre que toda su vestimenta está sucia.
¿Cómo pude haberme olvidado?
Julián pone el agua a calentar y, luego de dejar el mate listo para que respire el agua a punto de hervir, hace flexiones en el suelo.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco...
El agua en la cabeza de Julián le hace cosquillas. Un masaje que asemeja un juego erótico. Disfruta la sensación en el cuero cabelludo del agua en tránsito. Mira la rejilla y entre pelos y mugre se escurre el mismo agua que lo acaricia. Julián cierra la ducha.
En un bolso guarda la ropa sucia y sale de la casa. Camina unas cuatro cuadras hasta el lavadero. Entra.
Carola mira la cara de su madre que aún no termina de despabilarse. Mira la hora.
Siete y treinta y cinco.
Ana, la madre, prepara un desayuno para dos. Tostadas, café y un lujo: mermelada casera. Carola no mira a su madre y toma un café. Ana apoya las dos tazas, las tostadas, la manteca y la mermelada en una bandeja de plástico con dibujos de flores y sale de la cocina.
-Norberto se queda con nosotras. No andes desnuda por la casa.
Ana se va al cuarto. Carola oye la puerta al cerrarse y la voz de un hombre acompañada de una risa soñolienta.
Otro más.
Carola termina de tomar su taza de café, la llena con agua y la deja en la bacha de la cocina. Toma su cartera de mano y mira hacia la bacha. La eterna gota de agua cae justo sobre la taza.
Hace calor. La ropa se le pega en el cuerpo por el sudor.
Un verano adelantado. Cada invierno me olvido de lo insoportable que es el calor de verano. El calor y la humedad del verano.
Carola se mira los zapatos. Un chico guapo de ojos celeste pasa a su lado y no la mira. El chico tiene un cuerpo enorme y bien formado. Una onda de electricidad sexual recorre a Carola.
¿Cuánto hace ya que no...?
Toma el colectivo que la lleva a su trabajo. La bicicleta está rota y no tiene tiempo de arreglarla. Es posible que llegue tarde. Nadie va a notarlo.
Julián, desde la puerta del tugurio, mira el horizonte. El sol sale temprano en primavera. Ese arco enceguecedor marca el fin de su noche de trabajo. Las mujeres ya han saciado a demasiados hombres sedientos y la carne pide descanso.
Un pelo de concha tira más que una yunta de bueyes.
La Seca pasa junto a Julián y lo saluda. Como todos los días, le roza el brazo esperando una respuesta. Como todos los días, Julián no reacciona. Entra, busca su bolso tras la barra donde el Redome guarda las botellas de bebidas. Julián saluda al Redome con un gesto de su cabeza y sale.
El aire de la mañana le llena los pulmones. El olor a cigarrillo, a mugre, a viejo, a sexo, a humedad, a telaraña, a sudor, a cuerpo... queda atrás. Pisa un charco de agua. Los camiones pasan por la ruta y ensordecen. Ya no paran para satisfacer sus deseos. La noche no los protege. Una chica pasa en bicicleta por la ruta, haciendo frente al viento y a los camiones.
LastetasdeSilviaqueganasdebesarlas.Cuándovoyapodervolveraverla.Noesjusto.
Julián se toca a través del pantalón. No acostumbra ir con putas.
Carola camina por la calle del centro. Se detiene en un local de vestidos de fiesta. No le apasionan, pero siempre piensa lo difícil que es lavarlos. En el fondo hay un vestido de novia. Largo, mucho tul (no conoce el nombre de las telas) y brillos.
Si se los deja mucho tiempo en la máquina quedan marcas que no se van con el planchado.
Está oscureciendo. La gente camina por la calle céntrica mirando atentamente, tratando de encontrar alguien conocido. Y de hecho, manos que saludan son un paisaje habitual.
Eso no debe pasar en Buenos Aires. Allá la gente ni se conoce. Es bueno eso. Que nadie te conozca.
Carola entra al gimnasio donde acude todas las noches. No es que le fascine la gimnasia aeróbica pero cualquier excusa es buena para estar poco tiempo en casa.
En los vestuarios, varias chicas se ponen la ropa deportiva. Carola no presta demasiada atención.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, y ocho más.
La humedad y el sudor transparentan la tela que se pega como un adhesivo a la piel. Carola espera el colectivo que la lleva a su casa sin una pizca de impaciencia.
¡Qué lindo debe ser Buenos Aires! Calles anchas, artistas, el subterráneo, la gente se viste de tarde como si estuviera de fiesta.
Hace alrededor de media hora que Carola espera y nada ocurre. Un perro cruza la calle sin preocupación y se detiene a husmear una bolsa de basura. Comienza a rasgarla, desparramando su contenido en el suelo. El colectivo se asoma por la curva, dos calles más adelante. Carola, ansiosa, camina hacia el medio del asfalto. El colectivo se acerca a oscuras. Para frente a ella. Carola se sube y paga su boleto al conductor. En el último asiento ve una cara conocida. No recuerda de dónde. Se sienta justo frente a él. Disimuladamente, levanta la vista y mira.
Julián camina por el largo pasillo sin poder vislumbrar un centímetro cuadrado de belleza. Todo parece viejo y abandonado. Los sonidos están aumentados por el eco y la reverberancia de las paredes de hormigón.
Un día en este lugar y podría llegar a volverme loco.
Silvia se acerca a él y lo abraza. Antes ni siquiera la dejaban. Silvia se sienta frente a él y no sabe qué decir. Se queda muda. A Julián tampoco le salen las palabras. Suspiros. Los dos suspiran sin poder decir nada.
Lasganasquetengodetocarteesastetasenormesquelasquieroparamíahoratelaschupoytehagogritardeplacerqueganasdetocartuculoyolertuconchayquegocemos.
-No creo que vuelva a este lugar. No soporto los sonidos.
Julián llora desconsolado. Como un chico. Una mujer policía los observa desde un rincón. Julián no puede mirar a Silvia a los ojos.
Si yo hubiera escondido esa pistola nada de esto hubiera sucedido.
Silvia se levanta y sale. Julián se sorprende y no la sigue. Enciende un cigarrillo y sale al pasillo.
Afuera, el aire, a pesar del calor, es respirable y huele a eucaliptus. Julián respira hondo. Camina sin esfuerzo hacia la estación donde espera el colectivo que lo lleva de vuelta a su pueblo. La estación vacía es una imagen que le de escalofríos. Le recuerda a la prisión, a Silvia, sus tetas... Faltan diez minutos... Julián entra al baño de caballeros y se encierra en el retrete.
Suscurvassucarasusbesossulenguamilenguasuconchayselametoylacojounayotravez...
Julián acaba. Se limpia las manos con un pedazo de papel higiénico y sale. El colectivo espera en el andén a los pasajeros. Julián sube y se sienta.
Carola entra, como cada día, a su casa y camina en penumbras hasta su cuarto. No hay ningún sonido, ajeno al zumbido de la heladera, en la casa. Va a la cocina y se sirve un jugo de naranja de la heladera. Se sienta en la oscuridad a tomar el jugo de naranja.
¡Qué tranquila está la casa!
Carola se saca las zapatillas y enciende la televisión. Un noticiero resume las desgracias ocurridas en el mundo durante el día. Carola cambia de canal varias veces hasta que lo deja encendido en una telenovela. No le presta atención.
Carola se desviste y se ciñe una toalla en el pecho. Pone su ropa en el lavarropas y luego se dirige hacia el baño. Se ducha por largo rato. Deja que el agua la limpie de las impurezas del día.
Si tan sólo pudiera hacer lo mismo con mi angustia.
Carola sale de la ducha. Al entrar al pasillo descubre a Norberto parado frente a ella. La mira en silencio. Carola corre a su cuarto asustada y cierra la puerta con llave.
No puede volver a ocurrir. Me muero si vuelve a ocurrir.
Carola se viste rápidamente, toma su cartera y sale. Las calles están sucias y el clima pegajoso por la humedad. Carola comienza a caminar sin rumbo por la noche silenciosa. Un auto pasa a su lado lentamente y el conductor, confundiéndola con una prostituta, le hace señas para que se acerque a su auto. Carola se niega con la cabeza y sigue caminando a paso firme.
A veces me dan ganas de ser una puta. De acostarme con hombres a los que desconozco. De saciar mis ganas con cualquiera.
Carola camina hacia la ruta. La autopista es el dominio exclusivo de las putas. Sin buscarlo, Carola recorre la vía de la venta de sexo. Es temprano. Solo una joven travesti parada en una esquina está trabajando. Cuando Carola se acerca, la travesti la mira.
Carola sigue caminando en silencio. Se acerca a un prostíbulo de ruta. Un hermoso joven de ojos celestes la mira desde la puerta del local.
¡Qué hombre!
Carola pasa frente al prostíbulo. Un enorme camión detiene su marcha. El camionero se baja del coche y entra al prostíbulo. El chico de la puerta lo palpa de armas y lo deja pasar. Carola dobla la esquina. En el último segundo antes de desaparecer de su visual, Carola intercambia una mirada de deseo con el hombre del prostíbulo. Un paso después, él ya no está.
Julián se despierta con la luz del sol azotando su piel. El sudor pega su cuerpo a las sábanas y se desprende de ellas como si se quitara una venda de una herida sangrante. Se da una rápida ducha de agua fría mientras el agua del mate se calienta lentamente en la pava. En pocos minutos sale y se viste.
Tengo que ir a buscar la ropa a la lavandería.
Julián hace su rutina de ejercicios, como cada mañana, y se toma unos mates. Enciende la radio. El tema Polaroid de locura ordinaria de Fito Paéz suena con toda su furia.
Sangró, sangró, sangró y se reía como loca. No he visto luz y fuerza, vida, tan poderosa.
Julián adora esa canción. Junto a la radio, un álbum de fotos llama su atención. Comienza a hojearlo lentamente. Silvia y él en una cabaña en Carlos Paz. Silvia tomando sol en el río. Silvia embarazada de cuatro meses en la puerta de su casa. Una nota del diario del pueblo con la noticia del crimen.
Joven Mujer Asesina a Balazos a Comerciante
El titular es shockeante y la foto una síntesis del horror: una cabeza llena de sangre y una manta que cubre el cuerpo. Julián cierra el álbum.
Pura mierda.
Camina por la calle con andar distraído. Aún no se repone de la golpiza de la noche anterior. Un cliente fuera de sí intentó sodomizar a una puta y la situación se fue de sus cauces. La intervención de Julián violentó aún más al cliente y todo terminó con una enorme pelea. El cliente fue echado del local a patadas.
Julián entra a la lavandería. Una joven atractiva está sentada en el mostrador leyendo una ajada novela. Una vieja teje en una silla del fondo, ajena al mundo mientras la ropa se lava y gira. Julián se acerca a la chica del mostrador.
-Vengo a buscar una ropa. A nombre de Julián.
La mujer lo mira con interés.
Qué lindas tetas que tiene. De algún lado la conozco. Podría invitarla a salir.
La chica se acerca y le entrega una prolija bolsa con la ropa planchada.
-Son siete pesos.
Julián entrega un billete de cinco y uno de dos a la chica. Ella lo mete en la caja registradora y mira luego fijo a Julián. Julián la mira, atrapado por sus ojos negros. De pronto, recuerda su rostro. Un fugaz momento.
Pasó una noche, caminando. En la ruta.
Julián recoge su atado de ropa y sale de la lavandería. No acostumbra ir con putas.
Mayo-Septiembre 2000, Buenos Aires, Argentina-Banff, Canadá. Realizado bajo la beca de Fundación Antorchas.
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/Nov/00