El espejo

Gonzalo Hernández Sanjorge

La noche anterior tuvo un sueño en el que un hombre sacaba un enorme cuchillo de su boca y cortaba una serie de manzanas puestas en hilera sobre una mesa de mármol donde había inscripciones antiquísimas. Antes de llegar a cortar la última, el hombre del cuchillo cayó pesadamente al suelo, muerto, desangrado de múltiples cortes. Las manzanas sobre la mesa lucían enteras, intactas, relucientes, imperturbables.

Luego de ese sueño se dio cuenta que esperaba lo que ocurriría esa tarde. No le asombró cuando desde el espejo del pesado armario, otro igual a él bajó y fue a sentarse en uno de los sillones, con un gesto descarado y lleno de naturalidad.

Sin mayores preámbulos y demoras, el recién llegado preguntó si acaso ambos realmente se parecían tanto como para dar lugar a las perpetuas revisaciones de la mañana, el empeño que ponían en las casas de ropa para ocultar cualquier diferencia.

-Un hombre y su reflejo se parecen tanto entre sí como el dibujo de la lluvia y esa misma lluvia cayendo sobre un dibujo. -fue la contestación.

La respuesta dio pretexto a que ambos se preguntaran cuán era el lugar que cada uno ocupaba en ese momento. Difícil era saberlo. Coincidieron en que es imposible saber, sólo se puede conversar. La búsqueda de la verdad es un oficio sobrehumano. Cada uno era toda la realidad de la existencia y el contraejemplo de la otra. Ambos pensaban que el mundo es una espantosa multitud de seres en blanco, seres que uno mira para inventarlos y quitarse el horror al vacío. Cada uno sintió haber caído en una inmensa telaraña.

Las preguntas parecieron más o menos inocentes hasta que el visitante recordó otros relojes, otras promesas. Mostró algo de dudosa estirpe, lo cual agitó con la certeza con que se agita un documento. El otro pensó que se trataba de una broma. La ira de quien había dejado de ser un reflejo hizo su profunda marca sobre uno de los almohadones del sillón.

-Stultorum infinitus est numeros -dijo el airado visitante, recordando una de las primeras frases que aprendió en latín y que tan bien venía a la ocasión. Fue una provocación, un intento para que la toda calma fuera perdida para siempre. Después se levantó, pretendió avanzar sobre el dueño de la imagen, pero se detuvo. Volvió sobre sus pasos y se internó sobre el espejo que vibró como un lago vertical.

El suceso pareció concluido, pero el hombre que había tenido un sueño sabía que no era así. Al rato su imagen salió nuevamente del espejo. Esta vez los gestos de su cara tenían una dureza insoportable.

-Me niego a ser la imagen de algo como vos.

Después de decir esto, sacó un arma y disparó. El hombre que recibía la bala se alegró de que algo suyo aún tuviera valor para hacer una cosa así.

Todos pensaron que se trató de un suicidio. Detrás del espejo algo daba enormes carcajadas que ya nadie podía escuchar.

 

Pertenece al libro inédito "Historias de los perseguidores".


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 11/Ago/01