Historia de Simbad el Marino

Juan Sebastián Gatti

Todo esto pasó sin saberlo, Manu, sin quererlo. Llenaron mis manos de las suyas y nuestra piel de su piel desde la primera vez, cuando llegaron -eran oscuros y cautos, envueltos en cien trapos de colores y cien sudores mezclados- hasta la puerta de la casa y preguntaron por el doctor, y para ti vamos a ser al principio así de extraños, seguramente, sonidos de un mundo maravilloso y ajeno, y después, de a poco, familiares como la propia pisada.

Vamos a juntar nuestras palabras, las que siempre son las mismas, vamos a hacer que yo te recuerde, que ardamos, que tú me anticipes recordándote; vamos a jugar a que somos uno solo, payo, que finalmente es lo que somos, lo que no tenemos más remedio que ser, y entonces yo voy a ser tú y tú vas a ser yo, yo no voy a ser Sandokan, ni Kurt, ni Ulises, sino tú.

Vamos a espiar a los gitanos preguntando por el doctor, a éstos que son la primera avanzadilla de una invasión anunciada en susurros de calle en calle, vamos a espiarlos hablando con el doctor y vamos a acompañarlo a ver al rey que está muy enfermo, seguro, aunque sean medio amigos tiene que estar muy mal para que llamen al doctor, debe tener lepra o tuberculosis, alguna cosa así de horrible y extraña porque son gitanos, ¿eh?, tienen unas mujeres gordas y tenebrosas que te piden un billete y un huevo, y ponen el billete en una taza, le rompen el huevo encima y te leen la suerte.

Mamá dice que no hay que creer en esas cosas ni en dios, que son todas supersticiones de gente ignorante (menos san Cristóbal), pero a la señora del almacén le leyeron la suerte y dicen que todo se le cumplió como le habían dicho, que se le iba a morir el hijo más grande y así pasó, nos lo contó el Lolo que es el más chico, y que dice que a su hermano no le quisieron decir nada de eso, para no asustarlo, claro, pero igual se murió y lo encontraron en la barranca, todo hecho puré, y además le dijeron, al Lolo no, a su mamá, que quién sabe qué cosa de las gallinas y las gallinas también desaparecieron, y todo porque la señora le reclamó a la gitana que ustedes son unos ladrones, llegan y con el cuento de la suerte se llevan el billete y el huevo porque quién va a querer que le devuelvan el billete todo lleno de huevo y el huevo todo lleno de billete, puaj, y entonces la gitana se enojó y le echó el mal de ojo, que es como una maldición que hacen mirándote y uno tiene que hacer cuernos con los dedos de la mano para que no se te quede.

La señora del almacén no debía saber eso, la pobre. No vaya a ser que el rey no se cure y nos echen el mal de ojo a nosotros, pero bueno, nosotros sí sabemos cómo hacer cuernos con los dedos de la mano, eso es lo que nos salva.

Viven en una caravana, como las de los vaqueros en las películas de indios pero diferente, en lugar de una lona blanca arriba tienen unos carros todos de madera, con ventanas con cortinas y todo, y unos son de caballo y otros los arrastran con autos, y cantan todo el día pero cuando nosotros llegamos se callan y nos miran; da miedo cómo nos miran, como si te leyeran la suerte en la cara y si alguno me llega a decir que me voy a morir juro que corro aunque me digan que soy un cagón, más vale un cagón vivo que un valiente hecho puré en el barranco; pero casi todos miran al doctor, a mí me mira uno como de mi tamaño, igual de serio pero como de mi tamaño, y me sigue mirando cuando el doctor entra al carro que es el del rey, así que mejor me quedo quieto quieto al lado del carro, que no es el mejor lugar, todos miran para acá y ya nadie canta ni hace nada más que mirar para acá aunque por suerte no a mí, no sé si los cuernos con los dedos de la mano sirvan si son tantos y me echan el mal de ojo todos juntos, la puta, son un montón, pero el único que me sigue viendo es el que es como de mi tamaño.

Bueno, mejor me veo los pies y me quedo quieto, quisiera irme a otro lado pero seguro que si me muevo todos me van a mirar.

Nos quedamos así mucho rato, el sol está fuerte y me quema la cabeza, sobre todo en el cuello abajo del pelo porque me lo acaban de cortar, pero igual me aguanto y para aguantarme más fácil veo las piedritas en el suelo y me imagino que son gente y que yo voy volando muy arriba y por eso veo todo pequeñito, y si muevo un poco el pie es como si hubiera un terremoto y todo tiembla y se caen casas enteras y se hace una como ola pero de tierra que va tapando todo donde antes había calles y gente. Esa piedrita de ahí soy yo, que voy corriendo delante de la ola de tierra, corro y corro y mejor no voy a mirar para atrás porque si veo esa ola gigante de tierra no voy a poder correr más del susto.

Ahora el que es como de mi tamaño medio sonríe aunque no estoy muy seguro porque lo veo de reojo a través del flequillo que se me cae sobre la frente cuando miro para abajo, pero igual me da un poco de vergüenza, a ver si no se ríe porque adivina lo que estoy pensando, con estos gitanos nunca se sabe. Nos dijo el Lolo que las gallinas de su casa no estaban pero que todo el gallinero estaba cerrado y José María, que es mi primo, dijo que algunos gitanos se vuelven murciélagos y pueden entrar por cualquier lado, por el techo, que seguro el papá del Lolo no buscó si había un hueco en el techo por donde pudiera entrar el murciélago a llevarse las gallinas, y yo le dije que no podía ser porque los murciélagos eran muy chicos para levantar una gallina, pero José María me miró como diciendo éste es imbécil, se convierten en un murciélago grande, así que los gitanos son muy raros y nunca se sabe; pero igual cuando llegan los gitanos acá todo el mundo guarda las cosas y a los chicos nos dicen que no dejemos la bicicleta tirada en la calle y que no andemos solos hasta tarde; bueno, casi todos, la Ita, que es nuestra abuela y le decimos Ita por abuelita, nomás se ríe y dice que si los gitanos robaran todo lo que la gente dice no les alcanzaría un tren para llevárselo, y que hay más de un vivo que aprovecha para robarse las cosas y echarles la culpa, y el doctor es amigo del rey y dice lo mismo.

Cuando el doctor sale del carro se acerca a otro que debe ser como el segundo más importante después del rey y le dice que acá no se puede hacer nada, que hay que internarlo en la clínica para poder cuidarlo, así que seguro es como lepra o tuberculosis lo que tiene, y nadie quiere llevar al rey a la clínica, que no, dicen, cúrelo acá. Yo ya sé lo que pasa con estas cosas, todos van a decir que si esto que si lo otro pero al final le van a hacer caso al doctor, ya conozco que a la clínica primero nadie quiere ir y después ya dicen bueno, está bien. Pero éstos discuten entre ellos un rato, y parece que no se deciden, le dicen al doctor cosas bajito y todo el mundo mirando; total que al final no sé qué cosa dice el doctor mientras se encoge de hombros, que es un gesto que él hace mucho, y todos se ponen de acuerdo y es de no creerlo, salimos casi todos y acá se quedan unos pocos. Vamos a la clínica, nosotros en el auto y atrás como una procesión de gitanos y el carro del rey que va arrastrado por un caballo y nosotros despacito adelante como si fuéramos el caballo de la procesión y los arrastráramos a todos, hasta al carro del rey, y justo atrás de nosotros viene el que debe ser el segundo más importante, me imagino que debe ser como el visir de los cuentos, que siempre le dice al sultán lo que tiene que hacer, y a veces es bueno y otras veces no.

A lo mejor éste no es bueno y por eso aceptó que al rey lo lleven a la clínica, a ver si ahí se muere y entonces él se puede casar con la hija del rey, porque las mujeres de los gitanos después son gordas y así como tenebrosas, y huelen a chivo y hacen esas porquerías de leer la suerte con el billete y el huevo que ya conté, pero hay otras que son lindas, con la piel olivácea que quiere decir que es de color de aceituna y hay unas que sí son así, como aceitunas apretadas y brillantes, y tienen el pelo negro con unas trenzas enormes que se enredan en la cabeza, aunque otras veces las llevan sueltas y se ve lo grandes que son, que les llegan hasta donde la espalda deja de llamarse así y se llama culo.

Después la clínica ya parece que fuera la caravana de los gitanos; hay gitanos por todas partes, en los pasillos y en los sillones, y otros se sientan en el suelo y adonde mires hay gitanos y gitanas callados o haciendo cosas, y no hablan en voz baja sino como si estuvieran en cualquier otro lado, cosa que a las enfermeras ya sé que no les gusta y ponen cara de que no les gusta; pero qué van a hacer, el doctor dijo que los gitanos podían quedarse y que si no se iban a llevar al rey.

Así lo recuerdo con nuestras palabras, parte de la historia que nos tocó conocer de cerca; la tribu montaraz y fiera paseando por los pasillos inmaculados arrastrando consigo el aire turbio y al mismo tiempo festivo, llenando el hospital de sudor y ceños fruncidos y rostros impávidos, con sus azules y rojos y verdes, con sus rombos y sus cuadros y sus círculos fluyendo entre las togas blancas de las enfermeras y los médicos; así lo recuerdo, así te recuerdo ardiendo y te adivino, así te anticipo recordándome, viendo con nuestros ojos esa implacable danza con la muerte que formaban juntos el hospital y la caravana, escapándonos juntos esa tarde después de la comida para ver de nuevo a los gitanos, para entender un poco si era posible por qué nadie los quería, por qué nadie se acercaba a las mujeres ligeras y altas, por qué cruzaban la calle cuando se acercaba Manu caminando con paso largo y mirando directo al frente como nos mira ahora, cada vez que vengo se me queda mirando y a veces se ríe un poquito y le dice algo en secreto a la señora que está con él, bueno, no es una señora sino una chica pero más grande que yo, y cuando él le dice algo en secreto ella también me mira, y ahora le dice algo haciendo que sí con la cabeza y él entonces viene para acá y me saluda, me dice hola payo ¿quieres jugar conmigo?, y yo le digo que sí y nos vamos afuera, y todos se nos quedan mirando.

Bajábamos casi todos los días al arroyo a jugar guerritas de musgo, uno a cada lado del agua haciendo unas bombas enormes de musgo húmedo que nos tirábamos furiosamente hasta quedar completamente mojados, manchados de verde y barro, y después era tan hermoso tirarse sobre el pasto, al sol, y hablar con los ojos cerrados, yo muerto de envidia porque Manu no iba a la escuela y podía pasarse todos los días así, y él, creo ahora, muerto de envidia porque yo iba a la escuela que era un lugar misterioso donde los chicos pasaban toda la mañana sentados leyendo y jugando. ¿Te acordarás, Manu? ¿Te estarás acordando de mí ahora, Manu, mientras yo me acuerdo? ¿Le estarás contando a alguien y preguntándote si yo me acuerdo y le cuento a alguien? ¿Estaré viviendo ahora en alguien que conozco a tu través? Que no se te olvide esto.

-No te olvides de esto, payo.

-No. ¿Por qué me dices payo, Manu?

-Tonto, porque no eres romaní.

-¿Y eso qué es?

-Qué tonto eres, payo, ¿no te enseñan nada de la vida en la escuela? Romaní soy yo, que viajo; tú eres rubio y te quedas quieto.

Yo no soy rubio; mamá dice que tengo el pelo castaño y no me va a mentir, ¿no? Lo que pasa es que Manu es negro, bueno, negro negro no, aunque la Tota siempre dice ahí vienen esos negros ladrones cuando llegan los gitanos, pero a mí me parece que no es cierto que sean ladrones. Manu no, porque es mi amigo, creo, pero mejor le pregunto y si me dice que sí la próxima vez le digo a la Tota que no sabe de lo que habla, que es lo que siempre dice el doctor cuando quiere callar a alguien y siempre le resulta muy bien.

-¿Vamos a ser amigos, Manu?

-Bueno.

Voy a seguir leyendo con Manu pero no se lo voy a decir a nadie. Bueno, a la Ita sí se lo dije y ella seguro se lo va a contar a san Cristóbal y al doctor porque en casa todos le cuentan cualquier cosa al doctor, pero a la Tota no se lo voy a decir. La Tota dice que los gitanos son ladrones, pero yo creo que dice eso porque los gitanos no le hacen caso y la miran como si fuera una gorda. Y en realidad sí es una gorda.

Primero no me gustaba mucho leer con Manu porque tuve que empezar de nuevo el libro desde el principio. Ahora ya está mejor, ya llegamos de nuevo a donde Edmundo Dantés se escapa de la cárcel y no sé cómo sigue el cuento. Manu quiere ser Edmundo, y yo le dije que Edmundo me tocaba a mí porque empecé el libro primero, pero como somos amigos, los dos vamos a ser Edmundo Dantés. Después, cuando llegamos a la parte en que Edmundo se hace pasar por Simbad el Marino le tuve que explicar quién era Simbad el Marino, le conté la historia, bueno, resumida porque es muy larga y Manu dijo que yo podía ser Edmundo Dantés, que él prefería ser Simbad. Está bien, le dije.

¿Te acuerdas? Dos semanas estuvimos leyendo en voz alta El Conde de Montecristo. En la barranca, sentados en el suelo durante horas, o en la caravana, observados de cerca por la hermosa hermana de Manu, cuyo nombre nunca supimos, u olvidamos. Dejamos de ser payo para ser amigo. El amigo de Manu. Cuando se enteró de que queríamos hacernos un agujero en la oreja para ponernos un arete, el doctor casi nos mata, y se quedó con el arete que Manu nos regaló y que nunca volvimos a ver, y la Ita no sabía si reírse o ponerle otra vela a la imagen de san Cristóbal que estaba sobre la cómoda pero era muy milagrosa. Dos semanas de salir de la escuela corriendo, llegar a casa a picotear apenas y salir corriendo de nuevo para comer en serio en la caravana de Manu, sentados en piedras y troncos. Guisos espesos y picantes empujados con pedazos de pan de maíz, entre toda esa gente que se movía como si cantara.

Yo no quería ir de visita a la casa de la tía, pero el doctor dijo no sabes lo que dices y cuando el doctor dice eso uno se queda callado, así que fuimos a la casa de la tía y nos quedamos dos días y tuve que jugar con mis primas segundas que son unas insoportables, en su vida han leído un libro y creen que una macromolécula es un instrumento musical y que Edmundo Dantés es un actor de radionovelas, qué tontas que son. El doctor no me quiso decir nada del rey de los gitanos, me parece, pero cuando volvíamos me dijo. Bueno, le dijo a la Ita, pero me parece que la Ita ya sabía y que en realidad el doctor dijo que el rey había muerto para que me enterara yo.

Cuando el doctor estacionó en casa yo ya sabía que los gitanos no estaban más, porque todo el mundo había dejado las bicicletas en el jardín. La gorda de la Tota no se aguantaba las ganas de joderme y salí afuera para no tener que soportarla. Es una gorda y una estúpida y dice que los gitanos son ladrones, y no es cierto.

Igual fui a la caravana, aunque no estén. Debe ser un visir malo, Manu, que ahora seguro es rey, y quiere casarse con tu hermana y alejarlos de mí para que no le echemos a perder los planes. Le dije al doctor voy a ver a Manu y él me miró muy raro pero dijo bueno, y me fui. Me faltan diez páginas de El Conde de Montecristo que voy a leer al lado de donde estaba la fogata y no me importa lo que diga la Tota que estoy medio loco y no sé qué. Voy a decir que Manu está conmigo y leemos juntos, yo sentado en mi piedra y él en la suya. Todo está raro, como si además de la caravana faltara otra cosa, pero no falta nada. Bueno, cómo va a faltar algo si lo único que había acá son los árboles y las piedras.

En la piedra de Manu hay unas rayas hechas como con navaja. No se entiende muy bien lo que es, si me acerco mucho hago bizco y si me alejo no alcanzo a leer bien, tengo que ponerme justo a medio camino. Debe ser un mensaje de Manu, seguro es de Manu. La piedra es lisita y las rayas son como de navaja; con un papel y un pedazo de carbón puedo copiar el mensaje como hace Mike Hammer en las novelas policíacas, pero hay que tener mucho cuidado porque si aprieto el carbón no sale nada, hay que pasar el carbón por la hoja despacio despacio y las letras van apareciendo como si fuera un truco de magia, van quedando las letras blancas mientras todo lo demás se pone negro. Cuando sea grande voy a ser detective, y voy a conservar para siempre esta piedra que ahora está sobre mi escritorio, ya tengo la hoja toda negra con las tres palabras que perfecto se ven blancas. Y sí es un mensaje de Manu. ¿Quién más va a escribir eso en una piedra: Simbad el Marino?


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 03/Jul/04