El Triángulo de las Piernudas

Si eres la callejera, si eres una cualquiera
nada me importa, yo así te quiero, y qué más da...

César Benítez

"Hola, me llamó María, tengo dieciséis años, cobró 150 más el cuarto, doy chupaditas y estoy casi nuevita ¿te animas?", me dijo, a través de la malla ciclónica, aquella joven mujer de pelo castaño y no malas carnes tolendas una tarde que caminaba pelando los ojos por Anillo de Circunvalación. ¿Te animas? fue la frase que retumbaba en mi inconsciencia recamada de aromas de mujer, y fue como si una voz multánime me llamara desde las gigantescas bocinas del estadio Azteca: "Atención, atención, se busca al señor fulano de tal en la puerta número 20, ahí lo espera María y sus humedades, favor de apersonarse urgentemente en la salida". Sentí que todo el mundo me miraba y la escuchaba ¿te animas?

Un tumulto de imágenes me vino de pronto: las oferentes públicas en tiempos de los aztecas que se pintaban en el cuerpo figuras zoomorfas, se coloreaban los dientes y las chapitas y se perfumaban con esencias de flores y jugos suculentos de hormigas voraces. ¿Vas al catre? Las célebres indígenas que desataron las pasiones de los conquistadores conquistados; las cortesanas novohispanas que ocultaban el fruto de sus pecados en los altos adobes de los conventos; las Margaritas del siglo XIX que tantos servicios prestaron a la Patria (eran espías y se sabe que, con engaños, se llevaban a los gringos y franchutes a lo oscurito para masacrarlos) ¿Ton´s qué, vamos güerito? Las dulces suripantitas de oro de principios de siglo quienes se amanecían recargadas en los postes y las bardas de La calle Chueca y Salsipuedes ( hay veces que no se puede). ¿Ruges o no ruges, corazón?

¿La prostitución es una enfermedad o un servicio social? Servicio sexual pues. Ha estado en todas las civilizaciones y sociedades viejas y nuevas. Las hetairas daban valor y descanso a los guerreros; eran las únicas capaces de conocer los secretos de los hombres poderosos (como las Geishas), compartieron el lecho de héroes y villanos; fueron sacrificadas a los dioses, gobernaron pueblos, restañaron heridas de siglos. Han sido perseguidas eternamente pero eternamente han permanecido, ¿por qué? ¿Porque las necesitamos? ¿Porque la naturaleza humana recama en las pasiones sus virtudes? ¿Por qué Dios, con su infinita sabiduría, nos las puso ahí, de pechito y pechugonas para proclamar el reino de los cielos? ¡Ah, Magdalenas! ¿Qué sería de la historia sin las divinas meretrices? Te quiero, aunque te llamen...pervertida.

Se les conoce de mil maneras: totolcas, asoleadas, minifalderas, picos pardos, cariñosas, chirriositas, consentidas, queridas, puchachas, marucas, pirus, nocheras, mariposas, catreras, muñecas, lolillas, --¡apachurro!-- ¡Qué jais! Si no vas a pasar no mosquees, hijo, se te van a salir los ojos por el full. Mamazotas, peludas, ponchadoras, lewinskas y hasta sexoservidoras y, por supuesto: piernudas.

Sí, señoras y señores, en El triángulo de las piernudas los hombres desaparecen misteriosamente tras el bastidor de una puerta sin dejar rastro, se tornan invisibles al susurro encantado de una damisela a deshoras; escombran el polvo del tiempo y, después de un rato, vuelven a aparecer transformados, transfigurados, oliendo a Jardines de California y toallas con harto clarasol, convertidos en gigantes o en piltrafas (según el tino y la calidad del caliche porque hay unos que ¡gacha su calaca!: uno no podrá cumplirle a la mujer, es hasta natural y necesario ¡pero no cumplirle a una golfa!) y después de esa experiencia carnal, los invisibles regresan azules o verdes, o morados o rojos, lilos unos, fiushas otros, blancos todos y azorados, el azoro del placer como retornan los héroes después de una lucha a muerte con la muerte ¡qué muerte esa tan chirriosa! No, pues llegué tarde porque me ractó un ocni, vieja. Te juro mi amor que no sé como desapareció el dinero de la quincena...han de haber sido los extraterrestres. ¡Tu madre! Quíubolex.

Los gobiernos han estado a favor o en contra del comercio carnal: quienes afirman que la prostitución debe ser tolerada y aun protegida porque las mujeres y los hombres (hay que decirlo, ni modo, hay muchos a los que les gusta el tasajo invertido) son personas que ofrecen un servicio y merecen la protección de las leyes, defienden un estado lenón, padrotito, cinturita, soflamador. Otros, en cambio, aseguran que la prostitución es un riesgo, denigra a quienes lo ejercen, inhibe la libertad de elegir con quien y a qué horas, abarata el amor, retuerce el destino de los débiles y propaga enfermedades, ellos están a favor de un estado de mano dura, moralista, ciego a la realidad, puritano y mentidor. ¿Quién tiene razón? Arrabalera, que vives en el fango como una flor de loto...

Pero no todo el rameraje es del mismo nopal, me explico: siendo yo autoridad jurisdiccional en la Delegación Benito Juárez conocí una casa de asignación (como el de La Bandida) en donde retozaban correctísimas amas de casa: No me perjudique, licenciado, mire, es para pagar las colegiaturas de mis hijos, la tarjeta de crédito, el abono de mi carro, no sea así piense en su mujer, en su madre. Charros, charros. Jóvenes estudiantes de buena familia; damas de alta educación capaces de hablar de la epistemología prospectiva estratégica o de política nacional. Pero también conocía a La encadenada de Tlalpan quien, para evitar ser remitida a la delegación, se encadenaba a un poste de luz con una cadena cuya llavecita tenía su precio; a Marthita que pirujea en silla de ruedas; a Lupe La Chimuela que talonea a sus 84 de edad, a Giovanna que ganó su esquina gracias a un pleito que tuvo con La China: Si me volteas, cabrona, te dejó mi lugar ¿juega el pollín? A Rocío La Güera quien aprendió a leer a los 24 con un libro de Carlos Pellicer que le regalé, a la siempre dulce y hermosa Lorena que tanto me amó porque le obsequié un caleidoscopio azulverde a través del cual se miraban maravillas y a Teresa y a Raquel que tenía cinco hijos y un cuerpo muy bonito y a Rosa, Marisol, Pamela y a muchas mujeres más sin nombre verdadero, con la máscara del juego puesta a trasluz porque eso sí En la esquina soy piruja, cabrones, pero en mi casa soy la dueña y ahí me respetan o me respetan hijosdelése. "Fue en un cabaret, donde te encontré bailando..."

Habré sucumbido al llamado de las sirenas en El Triángulo de las piernudas pero siempre las he admirado sin compadecimientos. Ellas están ahí a pesar de nosotros y nuestras crónicas, bajo un cielo que las mira perderse por una lana que bien valiera si no valiera tan poco. Ellas sanan al lunático, curan a los enfermos, reaniman al occiso, socorren a los desvalidos del alma, blanden el corazón por una espuma, por un rato de falsas ilusiones: ¿qué otra cosa es la vida? Vendo placer a los hombres que vienen del mal...

Y una voz me llama por las bocinas del estadio: "Se llama al señor Fulano de tal, pase a la humedad por la puerta 20 a canonizar a las putas" Y ahí vamos todos, tras el suculento frenesí o la pesadumbre del miedo. Dios bendiga a las putas socorredoras porque cuando ellas sueñan Él sueña, cuando ellas hablan Él se calla y cuando ellas cantan Él las ama. ¿Quién no se ha perdido en los fragores de los dulces filtros del placer en El Triángulo de las piernudas?


Otro cuento de: Hotel    Otro cuento de: Zona Roja  
Otro cuento del Mismo Autor   
 Sobre César Benítez    Envíale e-mail
 Índice de temasÍndice por autoresEl PortalLo Nuevo
 MapaÍndices AntologíaComunidadParticipa

 

 

* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 07/Nov/99