La Vida y sus Razones

Para Augusto Monterroso

Roberto Gutiérrez Alcalá

-¿Qué te dijo? -le preguntaron a quien regresaba de hablar por teléfono.

-Que el otro día iba por Insurgentes cuando a la altura del Hotel de México le tocó el alto y que como toda la gente a la que le toca un alto en ésta y en todas las ciudades del universo donde existen semáforos y coches después de frenar volteó a ver al de junto pero que lo que vio fue una beldad así dijo que se le quedó mirando fijamente a los ojos antes de sonreírle toda coqueta y que entonces él primero no supo qué hacer y que luego cuando reaccionó se dio cuenta de que ya le habían puesto el siga y de que aquella beldad ya le sacaba buenos treinta o cincuenta metros pero que la alcanzó en un dos por tres y le preguntó con señas de coche a coche que a dónde iba y que la beldad risa y risa así hasta que por fin le dijo también con señas que muy lejos y que él contraatacó entonces bajando la ventanilla y jurándole que estaba dispuesto a seguirla hasta el otro lado del mundo y mientras tanto los coches de atrás les pitaban como locos porque impedían la circulación y que por eso él le sugirió a ella orillarse y platicar un ratito a lo cual ella accedió sorpresivamente y que se detuvieron y platicaron un ratito y más porque aunque ella aseguraba tener prisa se le podía ver a leguas que estaba muy a gusto platicando ahí con él y que en un momento dado luego de averiguar todo lo que se averigua en tales casos él le dijo a ella que por qué no le daba su teléfono a lo cual ella respondió que claro que cómo no y que mientras ella escribía su número telefónico en un papelito que sacó de su bolsa él la contempló detenidamente y se dijo para sus adentros que qué bruto que ahora sí se había sacado la lotería con semejante beldad y que lo único que me podía decir de ella era que se parecía a la muchacha que hace tiempo salió en la tele en un anuncio de Johnnie Walker pero ya saben lo exagerado que es y que al terminar de garabatear el papelito se lo entregó y le dijo que había sido un placer conocerlo pero que ya se tenía que ir a lo cual él respondió que igualmente y que qué lástima porque había pensado que no era mala idea ir a tomar un café o un refresco pero que le hablaría en el transcurso de la semana próxima para ponerse de acuerdo cuándo se veían otra vez y que durante los días siguientes sólo pensó en ella y que ya se veía primero en un bar o en un café riéndose con ella de cualquier cosa y después en una discoteca bailando muy juntos y a continuación yendo al cine y finalmente declarándole su amor a la puerta de su casa y sellándolo con un beso y que esas maravillosas visiones lo mantenían de muy buen humor y que hasta le dio por saludar a sus vecinos todo por culpa de las ganas que tenía de enamorarse de aquella beldad y que ayer como a las nueve empezó a marcar su teléfono pero que cuando sólo le faltaba un número colgó porque se le hizo que ya era muy noche para llamar a ninguna parte y que incluso soñó que se la encontraba en una exposición de arte africano del siglo dieciocho y que hoy al despertar se dijo que hoy sí y que ahí lo tenemos como a las tres todo nervioso marcando muy despacito para no equivocarse y que primero ocupado ocupado así hasta que después de intentarle mucho se oyó que entraba la llamada y que cuando una voz aguardentosa le contestó sí carnicería La Española no supo qué decir y colgó pero que volvió a llamar a los pocos minutos porque pensó que a lo mejor se había equivocado pero que no pues la misma aguardentosa voz de antes le salió de nuevo con que carnicería La Española y con que qué deseaba y que entonces él ya no tuvo más remedio que preguntar por Mónica Quiensabequé y oír que ahí no conocían a ninguna Mónica Quiensabequé y que por no dejar también preguntó si ahí era el cinco catorce veinte treinta y siete por decir algo a lo cual le respondieron que sí y que al principio le dio coraje porque pensó que la tal Mónica Quiensabequé le había tomado el pelo pero que luego ya más calmado había llegado a la conclusión de que ella bien pudo confundirse y escribir un número por otro en el papelito que sacó de su bolsa la tarde en que se dejó conocer aunque de todas maneras eso no altera su convicción de que la vida tiene razones que la razón y el corazón desconocen y que lo disculpemos pero que ya yo me podría imaginar que no está en condiciones como para venir a cotorrear el punto con nosotros y que mejor él nos habla otro día porque lo que es hoy se va a poner a oír la novena de Mahler y a llorar cuando empiece el cuarto y último movimiento Adagio.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/Ene/00