El Viejo Bloc

Francisco José Morón Sosa

La oferta de trabajo me llegó en el peor momento de mi vida. Parecía mentira, pero en la carta lo ponía bien claro. Era el momento de liberar el alma y de escapar de la prisión sentimental a la que me había sometido tras la marcha de Patricia de mi vera.

Tenía cinco días parta arreglar el pasaporte, meter algo de ropa en una mochila y preparar la máquina fotográfica, las libretas y los bolígrafos. Surgía la oportunidad de regresar a la aventura de mandar noticias del Oriente al Occidente, de liarme la manta a la cabeza y regresar a la aventura de mi trabajo. Sin embargo, en aquella ocasión todo era diferente. La noticia de tener que escapar a Irak de manera urgente no despertó en mi corazón la ilusión que despertaba cualquier viaje antes, cuando las cartas las abría cogido de la mano de Patricia y a la hora de partir compartía mi terror a volar con la existencia de mi amada. En aquella ocasión sólo tenía que sacar un billete y bastarme con mis fotos, pues la mejor fotógrafa de guerra del país ya no era capaz de soportarme.

Mi primera reacción fue romper la carta, llamar al periódico y decir que estaba enfermo, y que no podía asegurar que estuviera recuperado para la fecha en la que el avión partía. Así, con el alma destrozada y con la soledad como única compañía, resistí dos días metido en la cama. Con la cabeza escondida debajo de las mantas, en algunas ocasiones, y en otras, con los ojos clavados en el techo.

Cuando el dolor de cabeza me resultaba insoportable, y mi cintura desistía de la idea de acostumbrarse a vivir empotrado en un camastro, el teléfono rompió mi idilio con el silencio y me obligó a deslizar mis desnudos pies por el frío piso de mi apartamento.

-Quiero que te dejes de estupideces y me demuestres que eres una persona adulta. No voy a permitir que tus problemas de amores jodan mi periódico. Así, que prepara la maleta y ese viejo bloc de notas, que mañana te marchas, hemos adelantado el viaje. No quiero excusas, ya te he dado dos mese de descanso. Olvídate de Patricia, que seguramente está follando con otro, mientras tú dejas pasar la oportunidad de regresar al campo de batalla.

Luego, regresó el silencio. Sus palabras fueron duras, pero al cabo de unos minutos de meditación, comprendí que no podía seguir escondiéndome de la realidad. Me di cuenta de que aunque Patricia había destrozado mi corazón antes de marcharse, tenía que demostrarle que ella no era lo más importante de mi vida y que era capaz de regresar a mi trabajo con más fuerzas que nunca.

Sin darme cuenta me encontré en el avión. Allí sentado, en una butaca de primera clase y con mi viejo bloc y la pluma, que Patricia me había regalado en mi último cumpleaños, entre mis manos.

Por primera vez había roto mis costumbres, y en vez de tomarme un café sólo, me rendí al gusto de Patricia, con la idea de mantener viva su compañía.

Luego, y aún sabiendo que mis ojos comenzaban a ahogarse en el recuerdo, decidí escribirle una última carta a mi amada. Me costó comenzar, sin embargo, una vez encontrado el hilo que me iba deshilvanando el pasado fui capaz de plasmar en aquellas hojas todos mis sentimientos.

Nada más aterrizar en el aeropuerto, lo primero que hice fue escapar a la oficina de información y preguntar por la manera más rápida de poder hacer llegar una carta a Madrid. Pero a la chica que me atendía no le dio tiempo ni ha explicarse, pues para sorpresa mía el perfume de Patricia me acarició el olfato, violó mi presente y me obligó a darme la vuelta con la esperanza de que ella estuviera allí.

Pero no era ella. Detrás mía había una explosiva morena, con el pelo rizado y con unos ojos verdes inmenso.

Y todo se volvió a iluminar. Sus ojos verdes me destrozaron, rompieron con el pasado y me condujeron a la cafetería del aeropuerto, donde decidimos instalarnos en el mismo hotel y dejar que el tiempo hiciera lo demás.

Ahora, que sólo pienso en lo bello que es ver atardecer en Babilonia, y que mi viejo bloc está repleto de notas, y que estas líneas no han entrado en el texto del pasado, me doy cuenta de lo importante que es en la vida querer y que te quieran; y no me arrepiento de haber dejado pasar el tren de esa morena y seguir aquí, sentado esperando a que llegue el día en el que Patricia aparezca con su sonrisa y me diga que me aún me quiere.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/Nov/00