Marcial Fernández
La humanidad nunca convivió con los dinosaurios; sin embargo, es común imaginar a los hombres de las cavernas imprimiendo su cacería en la piedra, o bien, la reunión tribal alrededor del fuego en donde, una vez saciada el hambre, alguien colmaba esa otra necesidad de contar historias y el resto, de oírlas. Y es que es más placentero para el pensamiento la caza de un Tyrannosaurus rex extinto millones de años atrás, por ejemplo, que la de ese bisonte que todavía pasta en el bosque.
Desde siempre la humanidad ha gustado de los cuentos, pues tras sus ficciones, estos relatos dicen todo lo que somos y lo que no somos. Y así como al principio los cuentos eran simples trazos rupestres, al transcurrir de los años se convirtieron en Biblias escritas en catedrales, lugar en que los nuevos artistas hablaban de Dios o dioses que nunca conocieron, pero que ahí estaban, a trasluz del vitral para contarnos de sus mundos.
Aparecieron los libros y hay quien se quejó que con el nuevo invento los hombres olvidarían leer las catedrales; e igual sucedió cuando apareció el cine, ya nadie leería en los libros; e igual con la televisión, ya nadie vería cine; e igual con el video, el cable, las parabólicas...
Sin embargo, todos estos cambios, la nueva tecnología, apuntan a las formas, no al concepto. Lo que varía es el medio, no el contenido. Y las endorfinas cerebrales son las mismas en el hombre primitivo que en aquel que en lugar de reunirse alrededor del fuego se coloca frente a una computadora y mediante internet disfruta de un cuento, de ese relato del dinosaurio, de Dios, el demonio y todos los santos, la trágica historia de amor y muerte, el detective serial, el video porno o el acontecimiento deportivo que sucede al mismo instante de verlo mediatizado por el satélite en el polo opuesto del planeta.
La aldea global, asimismo, no es más que una aldea de provincianos. Un sitio dividido en muchos sitios según los intereses. Y el Homero de la leyenda, el aeda, el ciego visionario que nos trae las buenas nuevas o las malas añejas ya no llega al ágora del pueblo, sino a la pantalla de la computadora, abre el sitio imaginario que desea e invita a todos los navegantes a participar de su historia, decenas de historias divididas en muchos sitos según los intereses.
Así, un grupo de escritores, dibujantes, fotógrafos y computólogos acaban de fundar Ficticia, una ciudad virtual de cuentos e historias en internet, comunidad literaria que, valiéndose artesanalmente de la nueva tecnología, han creado una alternativa para conocer otros mundos, no como una traición a los libros, sino como una manera de hacer más asequible la literatura para los catadores historias, para los provincianos como ellos que comparten el mismo placer por los cuentos.
Llegar a dicha ciudad, que algunos creen que es Barcelona, otros Alejandría y los más en la que desearían vivir no sólo como una realidad virtual, es muy fácil, su dirección es ficticia.com, y ahí, trasponiendo el portal se explica el por qué de la región:
"Ficticia, según diccionarios y enciclopedias, es un ave que, en ciertas regiones de México, emite un canto parecido a la eternidad. Son muchos los aventureros y naturalistas, desde Quetzalcóatl hasta Alexander von Humboldt, que han intentado atraparla, pues la leyenda señala que de lograr enjaular su música, el captor logra su propia inmortalidad.
Casi extinta a principios del siglo XX por un fenómeno no del todo explicado, todavía en regiones apartadas, en la selva lacandona, en la sierra tarahumara o en la zona del silencio, hay indígenas que dicen haber soñado con tan melodiosa voz, y al despertar son capaces de contar las más extrañas y fabulosas historias.
Son muchos los anecdotistas que le dan a la rara avis la cualidad de dios, pues entre los aztecas, invocar su plumaje, cegador de tan espléndido, era punto de partida para la conversación alrededor del fuego. Por lo que su imagen fue tanto o más importante que las deidades de la agricultura, de la fertilidad o de la guerra, ya que, suponían, era igualmente valioso comer, reproducirse o ir a la batalla, como el tener de qué hablar.
De esta manera, en Ficticia se puede descubrir la primera alianza entre los antiguos y sus cuentos, reales o imaginarios, sus relatos, sus narraciones, sus informes, sus explicaciones, sus embustes...
Por todo ello, por seguir siendo lo que fuimos, por ser desde siempre lo que somos, le damos a esta nueva ciudad tal nombre, porque sin importarnos que los mitos sean verdaderos, son verdaderos en tanto los recordamos, en tanto, cual sinfonía de esta ave, evocan un trozo de eternidad.
Ficticia, asimismo, no busca otro afán que volver al primigenio afán de la literatura: contar historias interesantes por el simple placer de contarlas, como los vitivinicultores que gustan tener a su mesa a una horda de mágicos y sedientos bebedores.
De tal suerte, nuestra Ficticia, etérea y mágica, se encuentra en cada palabra que aquí se edita; toca a los internautas oír su canto... Y ahora que vamos despacio, como dijera aquel viejo estribillo de la infancia, vamos a contar..."
La ciudad, asimismo, cuenta con un mapa por el que se puede desembarcar al Mar, Playa, Zona Espacial, Metrópoli, Estadio, Teatro, Hospital, Hotel, Bar, Cementerio, Iglesia, Botica y, por supuesto, a la Cárcel, sitios todos que conforman una Antología de Cuentos y Autores contemporáneos que han escritos historias en torno al arte de volar, aventuras marinas, portuarias y naufragios, leyendas urbanas, suspenso, horror, misterio, mitos deportivos y taurinos, lecturas dramáticas, humor negro, ciencia ficción, fábulas de locura, vida y muerte, erotismo y fantasías de vivir y beber...
Y en todos esto no hay afanes de lucro ni prohibiciones, sólo una: la entrada a los poetas. Hacerse ficticiano y participar de la comunidad es un juego, el ludismo que ofrece las nuevas formas que se seguirán desarrollando en el próximo milenio.
unomasuno 19/Nov/99
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