Cadena, Agustín

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               La mayoría de las veces y para la mayoría de las personas que conozco, soy nada más Agustín. Ésta es la identificación con la cual me siento mejor. Es la cara que doy a mis amigos y a las mujeres que amo.

               Con relativa frecuencia, para ciertos funcionarios y para algunos lectores de mis libros que no me conocen personalmente, agrego a mi nombre un apellido cuya función es doble: distinguirme de otros cuantos miles de Agustines que deben de andar por ahí, y recordar que pertenezco a un grupo de personas con un antepasado común y desconocido: un primer Cadena que no sabemos de dónde ni cuándo vino.

               Cuando considero necesario recordar que también tengo madre, soy Agustín Cadena Rubio.

               Con menos frecuencia, me escucho llamar solamente Cadena. Algunos colegas y maestros me llaman así. No conozco bien a este personaje; me resulta ambiguo. Creo que es alguien un poco más familiar que Agustín Cadena y un poco más lejano que Agustín.

               Para algunos de mis alumnos de la Universidad, soy el maestro Agustín o el maestro Cadena. Se trata de alguien tan ajeno a mí y al mismo tiempo tan cotidiano, después de ocho años de dar clases, que no me preocupo por él. Ni me molesta ni me entusiasma. Es un tipo más solitario que los otros. Habla poco fuera de sus clases y, sea por timidez o por diferencias generacionales, casi no se acerca a sus alumnos, al grado de que hay quienes todavía le hablan de usted. En cambio, cada semestre se enamora platónicamente de alguna de sus alumnas.

               Una gran distancia separa al "Oiga, maestro" del "Oye, maestro". El primero es el personaje arriba descrito y debe su título a la burocracia académica; el segundo es un cuate que asiste algunos viernes a un bar del centro y debe su título a ese estilo de camaradería sesentera que convirtió el "maestro" en apelativo universal.

               En el mismo contexto, y casi como hermanos del anterior, se mueven en el mundo otros dos personajes: Güey y Pinche Agustín. Ambos tienen amigas y amigos que observan y comentan su vida: "Pinche Agustín, ¿por qué hiciste eso?", "Güey, ¿cómo crees?". No sé hasta qué grado me caen bien estos personajes, pero ellos disfrutan su identidad: les produce una sensación más cálida de integración fraternal.

               Para mis dos sobrinas reservo el más breve de mis nombres: tío. Para otras personas, no menos queridas, soy hermano, y todos mis hermanos me reconocen como tal.

               Al margen de estas personalidades, admito la existencia de otras, demasiado efímeras y volátiles como para saber algo de ellas. Para algunos meseros o meseras soy "señor"; para otros, "joven". Para algunos desconocidos soy "amigo"; para alguna mujer, en algún momento, fui convencional y cursimente "amor". Y he sabido de alguna persona para quien soy "ese pendejo". Sus motivos tendrá.

               Por supuesto, cada uno de mis egos tiene y defiende su propia personalidad y a veces sus diferencias llegan a ser inconciliables.

               A Agustín Cadena le gustan el café sin azúcar y la cerveza clara; Agustín prefiere el chocolate de Oaxaca con agua, el agua de pitaya de Campeche y el pastel de blueberries.. A Agustín Cadena le gustan las películas de Visconti y las de Wim Wenders; a Agustín, las de Juan Orol, las de ficheras y las italianas con Gloria Guida o Edwige Fenech, que se cansó de ver en su adolescencia setentera; al pinche Agustín y a Güey, las caricaturas de Don Gato y la películas modernas de Batman.

               Cada uno tiene sus manías o ha adoptado a su modo las ajenas. Agustín, por ejemplo, tiene en su casa (ésta es manía de su madre) dos relojes: uno siempre está adelantado y el otro siempre está atrasado. Así, según la actividad o el humor o la conveniencia del momento o las ganas de reprochar algo, uno escoge el tiempo con el cual desea vivir.

               Agustín Cadena y el maestro Agustín se esfuerzan por ser objetivos en sus juicios literarios; Agustín, en cambio, lee con gusto los libros de sus amigos y no se pregunta si tienen cualidades o defectos; no cree, como Agustín Cadena, en la utilidad de los cánones.

               El maestro Agustín habla de libros; Agustín Cadena de escritores; y Agustín de pornografía, hechos truculentos y chistes ojetes. Al maestro Agustín le hubiera gustado escribir Ulises; a Agustín Cadena El Señor de los Anillos; a Agustín, las Memorias de Casanova. El maestro Agustín habría amado a Christina Rossetti; Agustín Cadena a Mata Hari, y Agustín a Lara Croft. Los tres se visten más o menos igual, que es todos los días con la misma ropa y los mismos zapatos, pero aquí la diferencia la hacen los otros personajes: el tío Agustín, por ejemplo, tiene unas pantuflas de garras de tigre.

               Creo que éstos, más o menos, son mis egos más resistentes. Los conozco y a veces tengo con ellos una relación de buenos vecinos. Pero yo, ¿quién soy?

 

 Sus cuentos en Ficticia:
  El Coco
Cementerio/Presencias
  Geometría de la Soledad
Botica/Casa de los Espejos
  Historia de Kaadim
Mar y Playa/Tesoros
  Los Tiquiliches
Valle y Montaña/Bosque Encantado
  Natalia
Hotel/El Cuarto de Junto

 


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Publica por primera vez en Ficticia el: 06/Ene/00