Malasombra, Pepe

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               De ese fantasma, de ese misterio, de esa quimera, se dicen, se piensan muchas cosas:

               ...que si nació en una cueva rupestre a la línea de un hombre que cazaba al Bos primigenius, que si compuso los cantos de cuando el Cid alanceó toros, que si en una noche rondeña se miró cara a cara con Pedro Romero y luego, borrachos en una taberna, discutieron cual gamberros, que si le ayudó a Pepe Hillo a escribir su Tauromaquia...

               Sí, la gente habla: hay quien lo hace guerrero moro, o aristócrata español, o plebeyo de aldea, o carnicero del rey, o del virrey, o matador con alternativa, o no, o simplemente un espectador, el público, la razón del espectáculo.

               En efecto, en su sino se puede inventar lo que sea, que conoció y aconsejó a Cúchares y Chiclanero, a Tato y Gordito, a Lagartijo y Frascuelo, a Guerrita y Espartero, a Bombita y Machaquito, al bigotón Ponciano, a José El Gallo, El Divino Calvo, al revolucionario Belmonte, a Rodolfo Gaona, de quien Manuel Capetillo dice "el hombre más hermoso del mundo", al trágico Manolete, a Juan sin miedo, al tormento Silverio...

               Lo cierto es que su efigie, su tufo a cognac y habano, sus razones apasionadas, pasiones razonadas, sus sombrías ideas ancestrales me persiguen, sí, a mí, que detesto la fiesta de los toros.

               Se me presentó una noche en la redacción de un periódico. Y me obligó a escribir una crónica taurina a su nombre. Después, como una sombra persecutoria no me quiso abandonar, de ahí lo de Malasombra, mientras que lo de Pepe, tal vez tenga origen en el José de sangre y letras de oro, Bergamín el poeta, Alameda el ensayista.

               Sé también que mucho debe a Juan Sol, otro espíritu taurino, éste de efímera existencia, con quien compartió sus primeras páginas; a Leo Speckman, un cronista que emanaba magia en cada palabra; a Merimeé, al Tío Carlos, a Lorca y Papini, a Valle Inclán, éstos como sueño, como el propio sueño que el fuego táurico ilumina.

               Así, con tales asechanzas me ha obligado a intentar entender los secretos taurinos de Huerta, de Manolo el grande, de Manzanares el artista, de Joselito, melancólico, el torero más hondo de la historia, y de Ponce el esteta.

               Con Malasombra, pues, una vez vi el mar en tres verónicas de Curro Romero, ello en la Real Maestranza de Sevilla; en otra ocasión, en Las Ventas de Madrid, escuchamos el quietismo y silencio de Paco Ojeda frente a una luna astifina que clamaba violencia; asimismo, en el Coliseo Romano de Arles, admiramos el taurinismo de Mejía ante bureles de Miura; pero las más de las veces nuestro escenario ha sido la Plaza México, lugar en donde una vez lloramos con el toreo de David Silveti, con el de Pedro El Capea, y en otros momentos nos embriagamos hasta la gula con la noble sensibilidad de Mario del Olmo y de Jerónimo Aguilar.

               A la tinta, Malasombra se me ha revelado como "el catador de belleza, que termina por encontrarla en todas partes", estigma de Yourcenar. Y para ese fantasma, ese misterio, esa quimera, el arte efímero y milagroso que la tauromaquia supone es equiparable a las bebidas espirituosas.

               De esta manera, el buen bebedor sabe que igual se disfrutan la cerveza a la orilla del Nilo que el whisky al frío de un bosque canadiense, el ron en algún tugurio habanero que el champaña en ese restaurante catalán, que el corpóreo vino de tierras españolas...

               Sólo que el toreo, hace sentir Pepe Malasombra, como los elíxires de Dionisos hay que saberlo beber poco a poco, según el poema, el cuento o la novela de la que se trate...

               Pepe Malasombra ha publicado los libros:

 

 Sus cuentos en Ficticia:
  San Antonio Gris Cadáver
Estadio/Plaza de Toros

 


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Publica por primera vez en Ficticia el: 06/Oct/99