Origen y evolución de la risa

Alejandro Ruiz

Uno de los primeros vicios que acusó la especie humana fue la risa. Perdido en los albores de nuestra evolución quedó el instante en que un homínido, por vez primera emitió -y disfrutó íntimamente- el agreste sonido de la risa. En lo sucesivo, este primitivo precursor buscaría la soledad de algún gran árbol para regalarse con sendas carcajadas que luego, por temor a lo desconocido, reprimiría cauteloso.

En otro instante veremos grupos de primates reuniéndose en secreto, formando tal vez las primeras cofradías. Sus rituales debieron ser muy sencillos. Se hacían con diversos objetos chuscos (un fruto deforme, una piedra semejante a una cara) y los colocaban en el centro del grupo. Alguien iniciaba una tímida irrupción; alguien más, vacilante, lo secundaba hasta que la risa cundía irrefrenable como un incendio.

Luego vinieron rudimentarias representaciones de situaciones diversas ocurridas en la comunidad: pleitos y zacapelas, rencillas y venganzas; así se exhibieron vicios y torpezas, ingenuidades y descuidos, prepotencia y falsas pretensiones, encarnados en personajes obtusos. Sí, había nacido la comedia.

En el seno de estas congregaciones surgirían los primeros cómicos, individuos dotados de capacidad histriónica, muchas veces enriquecida por alguna peculiaridad (una pierna renga, una nariz chata) que hacían brotar el espontáneo caudal de la risa. Surgieron así los primeros brotes de la insigne estirpe de bufones, saltimbanquis, payasos y mimos, consagrados a producir la risa prosaica y glotona.

Como moneda corriente comenzó a circular por las calles, se vendía barata en los mercados de las primitivas aldeas, serpeaba por callejuelas retorcidas y estallaba en cada boca como una epidemia. Leyendas ancestrales recuerdan a pueblos enteros enloquecidos por la risa, sangrientos sacrificios perpetrados en mitad de delirantes carcajadas, cruentas guerras de risa y furor sin bandos ni vencedores.

Siglos después, en los arrabales de las grandes ciudades de la antigüedad se levantaron las primeras carpas a donde el vulgo acudía a celebrar la risa. Mientras las obras de Sófocles honraban los grandes foros de la Grecia clásica y todas las exquisiteces del arte alcanzaban sus notas más elevadas, la risa ardía en las periferias y se oficiaba en tabernas y pocilgas; como pasto de las muchedumbres, encarnaba en procaces celebraciones donde toda era irreverencia y transgresión, donde todo apuntaba hacia la anarquía.

En algún momento las fuerzas del orden actuaron y la risa sufrió medievales persecuciones que culminaban al atardecer, en grandes piras resplandeciendo sobre las plazas. Categóricas interdicciones se impusieron así con crueles censuras. Algunos filósofos afirman que la crueldad proviene del miedo y, cosa muy curiosa, el miedo algunas veces conduce a la risa. En estos laberintos se perdieron los inquisidores y para la risa se abrió, poco a poco, un amplio horizonte primero de tolerancia, después, nuevamente, de libertinaje.

La era moderna ha conocido elaborados convencionalismos en los que la risa juega un papel de comparsa: se ríe por compromiso, respondiendo a un oscuro mecanismo de defensa o para llenar los vacíos del espíritu. Además ha crecido una poderosa industria que explota la necesidad humana de reír, vistiéndola de oropeles y reproduciéndola en serie a través de eficaces mecanismos, poniéndole precio, usufructuándola.

Lejos ha quedado el momento, y hemos de añorarlo, en que el ser humano se reunía espontáneamente a celebrar la risa.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 07/Mar/05
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