Roto

Antonio Ramos

Chuy llegó a la biblioteca con la jalada de que había amanecido roto por dentro; como si en la noche, con el sueño, en algún movimiento brusco sobre la cama se hubiera zafado los huesos.

-Estoy roto -dijo apenas entró a los casilleros.

Lo escuché sin ánimo mientras me abrochaba el cinto y metía la macana en la argolla.

-¿A dio? -le dije pensando en Sandra, su esposa.

El calor ya andaba por los pasillos de la biblioteca cuando entramos. Se sentía pastoso el aire a esa hora. Mientras cruzamos la sala general con sus mesas aún vacías, las sillas de respaldos azules sobre ellas, maldije estar ahí. No me gusta andar cerca de tanto libro. Prefiero cuando nos mandan a rondar la Expo Guadalupe o el parque del Alamey. A mí me late el parque porque ya sólo es un tiradero de esculturas que hace mucho tiempo dejaron de pasarle a la gente. Los juegos picados por el óxido ya no reciben niños. La hierba ya entró al estacionamiento. Me gusta porque además, cada que puedo, me tiro una pestaña debajo de un árbol. Pero hoy no. Hoy nos mandaron otra vez aquí. La biblioteca es un edificio alto y feo con un mural al centro donde un Hidalgo que parece estar hecho de vidrio quiere irse a la guerra con la ayuda de los pinches indios.

No me gusta venir porque me recuerda cuando me robé un libro de una biblioteca en la colonia. Trataba sobre mecánica. Si hubiera querido saber cómo jalaban los motores o el chiste de las bujías, ese era un buen libro. En unas hojas tenía un dibujo bien machín de las partes de un auto; decía cómo funcionan los embragues, las balatas, y el carburador. Casi al final había muchas fotos de autos: un Valiant, un Oldsmobile, un Vocho. Al final venía un Jaguar verde, fino, recién desempacadito.

Recuerdo esa sensación de salir con el libro bajo el brazo y luego empezar a correr. La señora que los cuidaba era algo vieja y siempre me había tratado bien. Y yo tenía ahora uno de sus libros. Me sentí excelente. Era como sentirse libre. Si podía robar eso podía hacer lo que me diera la gana. Seguía bien contento cuando llegué a casa. Lo escondí bajo el colchón y era feliz cuando lo veía. Se lo presumí a los otros niños de la cuadra y todo se quedaban boquiabiertos cuando veían las fotos. Una tarde mi padre lo encontró. A él nunca le han importado los libros y a mí ya me empezaban a gustar. Me hizo regresarlo.

-¿Y esto de dónde salió? -me preguntó con el libro en las manos.

Aún no sé por qué le dije: "me lo robé."

Me llevó hasta la biblioteca. Aún me dolía el trasero por los cintarazos cuando lo entregué. Nunca estudié mecánica. Ahora cuido libros.

-Me siento roto por dentro -repitió Chuy-. Algo se me rompió.

-No chingues huey -le contesté, nada más por decir algo, para no aburrirme.

-Cala -me dijo y se llevó la mano hacia el vientre.

-No chingues.

-Como si fueras doctor.

Tenía una hinchazón bien loca a un lado.

-¿Te diste un madrazo o qué?

Llegamos hasta la puerta y saludamos de lejos a la licenciada Moreno que subía a su oficina.

Chuy se quedó callado por un rato que se hizo larguísimo. Cada cinco o más minutos entraba o salía alguien de la biblioteca y sonaba una campanilla. Al rato me mandaron llamar. Habían cachado a un meco rayando una mesa con una pluma.

-¿Para qué me arruinas el día? -le dije cuando lo llevaba a la dirección-. Chingao con ustedes.

Me quedé un rato al fondo de la biblioteca vigilando que nadie se pasara de lanza. Cuando regresé Chuy seguía en la puerta. El sol ya ardía un chingo. A las dos andaba por el piso. Nos hicimos un poco para atrás, nada más tantito porque tampoco podemos irnos a la sombra. Después de comer el sol nos pegaba en los zapatos y media hora después ya nos daba en la cara. Entraba y salía gente pero la biblioteca seguía sumida en un silencio raro. Oía la platicadera de los estudiantes, el ir y venir de las plumas. En realidad no oía eso pero casi podía escucharlos. Me acordé del libro de mecánica. Era un buen libro y yo me sentía muy bien con él bajo el brazo mientras corría lejos de la biblioteca de la colonia. Voy a estudiar mecánica, pensaba. Pero no estudié. En segundo me salí de la secundaria y me fui a ayudarle a papá a vender frutas. Un día me harté de él y lo dejé. Un compa me metió a una seguridad privada. Otro falsificó mi diploma de la secundaria y el jale se hizo.

-Se me antoja una chela -dijo Chuy y parecía ya no dolerle nada.

-Llegando a la casa me chupo una -le dije.

-¿Tienes en el refri?

- Un six.

-Yo no tengo. Sandra dice que no es bueno que los niños lo vean.

No me gusta estar bajo el sol. No me gusta cuando Chuy habla de Sandra con un aire de que ella lo está cambiando. Si supiera que su Sandra me gusta, otra cosa sería pero para qué decirle. Su Sandra está bien buena. Hace que me hierva la sangre.

Desde aquí la fuente de Neptuno se antoja fresca. Estaría con madre meterme debajo de las sirenas que escupen agua, arroparme en los chorros de gotas frías. Pero no, estoy de pie, me duelen los talones. Ya debo de cambiar de botas, los periódicos que meto de plantillas se acaban luego luego. Pinche trabajo, apenas da para lo básico. Si tuviera más dinero... ¡qué haría! Conseguiría una morra como Sandra, un carro... de perdido un Vocho. Ya estoy de jodido otra vez. Por eso no me gusta venir aquí. Me hace sacar mis peores lástimas. Soy policía auxiliar. Me dan mi uniforme, hago mis reportes. De nueve a seis de la tarde estoy aquí. Todos los días son parecidos: ponerle las plantillas de periódico a las botas, comer los tacos; salir, llegar a la casa, tomarme el six, ver las noticias. A veces es como sentir que te desmoronas poco a poco pero de más adentro, por las vísceras. Por eso me gusta el Alamey. En los caminos se respira una tranquilidad que nada me recuerda a Chuy junto a una columna y abanicándose el sudor con la gorra. Si al menos me gustara leer ahí andaría viendo los libros. A veces agarro unos, los que traen fotos de la segunda Guerra Mundial y me quedo ahí viendo los cadáveres, los tanques y los kamikazes. Que loco eso de los judíos. Pero hoy ni eso. Ni nada. Sólo está Chuy con su nombre tonto. ¿Cómo le dirá Sandra? Chuyito. Chuyito para acá. Chuyín. Chuchín.

A las seis terminó el turno. Ya cuando nos íbamos tomé un periódico y le dije a Chuy:

-Ahí nos vemos afuera -y me metí a dar una última ojeada a los estantes.

Fui a un anaquel y tomé un libro. Lo guardé en el periódico y fui a cambiarme. Salí antes que Chuy y mientras lo esperaba apareció la licenciada Moreno. Se veía cansada.

-Oiga, Mingo -me dijo-, ¿puede llamarme un taxi?

Asentí y fui hasta la calle. Cuando detuve un auto, la directora salió de la sombra y se encaminó hasta mí.

-Oiga, dire, quiero pedirle algo. Quería ver si es posible que me pasen al parque del Alamey.

La licenciada Moreno dio un suspiro de alivio.

-Le gusta este parque. Ya me lo había dicho. Voy a ver qué puedo hacer, pero no le prometo nada.

Cuando el taxi se fue apareció Chuy. Salió bien pipo. Nos fuimos caminando hasta Galeana donde cada quien tomó su camino. No me preguntó qué llevaba bajo el brazo aunque de vez en cuando quiso decir algo pero a última hora se calló. Me habló de Sandra y de los niños. Se me antoja Sandra como nadie.

Llegué a la casa con la noche. En la cuadra unos chamacos jugaban al futbol y en la puerta el aroma del chorizo con huevo que alguna vecina había hecho para cenar me vino de golpe. Adentro no me esperaba nadie. Me metí a bañar y ya fresco, con las chanclas puestas, fui al refrigerador y tomé una cerveza. Me senté en la mecedora frente a la televisión donde pasaban puras novelas. Tomé el periódico y por momentos las manos me temblaron. Casi pude sentir otra vez los cintarazos que papá me dio cuando halló el libro bajo la cama; casi pude ver cómo le brillaron los ojos cuando él también vio esos mapas de los carro; la forma como la barra de cardan sujeta y le daba dirección al volante. El jefe le dio la vuelta al libro y encontró la foto del Jaguar verde. Se estuvo un rato viendo el auto. Yo pensaba que ya la había librado. Me iba a quedar con el libro; pero no. Poco a poco los ojos de papá se nublaron como si recordará algo que yo no sabía. Arrancó la hoja con coraje, la hizo bolita y la tiró. Cerró el libro de golpe. Se quitó el cinto y se me quedó viendo profundo, con odio. Luego me cintareó. Corrí al fondo de la casa, me subí a unos bloques pero de ahí me bajó. Un cintarazo me alcanzó en los tobillos y la hebilla me sacó sangre.

Abrí el periódico y el libro salió de la envoltura. Las manos me seguían temblando. Un culebrón de miedo me recorrió la espalda. El libro había esperado envuelto en el papel y cuando quedó libre sentí que las tapas respiraban. Lo levanté y lo sostuve. Pesaba un poco más que el de mecánica. Lo examiné bien. Las hojas tenían buen tacto y olían a viejo. En la portada un árbol gigante parecía moverse y salir huyendo.

-Otra vez no -dije y rogué que no me mandaran de nuevo a esa biblioteca, que nunca más volviera a escuchar el aire afilado cuando papá me pegaba.

Me levanté y lo metí en las cajas con los demás que he robado. Pensé en Chuy en su casa con Sandra preparándole unos frijolitos con huevo. Sus hijos andarán jugando en la calle. De seguro cenarán en familia. Tal vez por la noche, Chuy y ella hagan el amor y Sandra se reirá cuando él le diga que está roto.

En la televisión pasaban lo de siempre. Hace mucho que papá murió y mis hermanas se fueron. Hace mucho que miro a Sandra con deseo pero ella no me quiere. Me ha dicho que un día le dirá a Chuy que la acoso. Pensaba eso cuando me descubrí solo en casa, fresco por el baño y con la misma pregunta de siempre en mi cabeza. Cuando cerré los ojos recordé esa sensación que nunca se ha ido, de sentirme atado cuando devolví el libro. No había caminos, sólo uno, estar jodido siempre, seguir con las reglas.

-Eres un jodido ladrón -me dijo papá cuando regresábamos.

Y la palabra se me quedó bastante tiempo, me sigue, jodido ladrón pienso cuando veo a Sandra, cuando le pago a una prostituta por pasar una hora con ella. A veces pienso cómo funcionarán los carros pero hasta ahí llego. Y cada que veo un libro siento que comienzo a romperme por dentro, desmorándome lentamente más dentro de las vísceras, en un lugar donde nadie podrá alcanzar jamás ni podrá volver a unir mis piezas.


Otro cuento de: Botica    Otro cuento de: Atril  
Otro cuento del Mismo Autor   
 Sobre Antonio Ramos    Envíale e-mail
 Índice de temasÍndice por autoresEl PortalLo Nuevo
 MapaÍndices AntologíaComunidadParticipa

 

 

* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 07/Mar/05
Renovación Antológica de Ficticia
Realizado con el apoyo del FONCA Programa de Fomento a Proyectos y Coinversiones Culturales - Letras