Oi no ay barbacoa

Enrique Vallejo

Como cada domingo, amaneciendo, fue quitando las pencas mientras el calorcito se hacía a ratos sofocante cuando el viento le llevaba a la cara el pegajoso vapor. Jalaba las últimas cuando llegó Roci, la más pequeña de las hijas, con su paliacate en el hombro izquierdo como había visto hacer al bisabuelo, la mas dispuesta de los siete hermanos a continuar la tradición familiar.

Se quitó el delantal ahulado, con la mano que le quedaba libre levantó el lienzo dejando escapar una espesa nube cargada con aromas de almizcle, de tierra húmeda, de ácido y colorido jugo de naranjas agrias, del encino quemado, aspiró y a pesar de los años en el oficio se le volvió a hacer agua la boca.

Pancho tenía su puesto en el camino a Huimilpan y desde tiempos de su abuelo había heredado las recetas que lo hacían famoso en la región.

-Que necesita ¡toooda! la barbacoa, y también ¡tooodo! el consomé.

Escuchó a sus espaldas, aumentando su enojo, la aflautada vocecita cuando cruzaba de dos zancadas la pieza que hacia las veces de comedor y sala; muebles forrados en plástico trasparente, paredes adornadas con pieles curtidas de sus chivitos preferidos.

Cuando llegó al frente de la casa, donde Roci había acomodado ya mesa, báscula y cuchillos, pudo imaginar lo que pasaría. No era la primera ocasión que le ocurría y el recuerdo le retorció el hígado y apenas pudo sofocar el disgusto con una fingida sonrisa.

El "Pitufo", como conocían todos en el pueblo al panzón que hacía las veces de policía en el Ayuntamiento, recargado en la camioneta escarbándose la oreja con un cerillo, le explicó que venía de "...parte del Presidente Municipal porque desde anoche anda de festejo y porque ya les anda pegando la cruda a sus invitados..." Que había que subirla a la camioneta con todo y tortillas, salsas, consomé y cucharas "...porque el Licenciado no está preparado, porque la señora no está en la casa..." Y que del pago hay luego pasara a la oficina en la semana.

Por la tarde Pancho, tomándose unas cervezas con su compadre Odilón, le comentaba su deseo de cambiar de giro, dejarse de problemas y abrir un puesto de verdura en el mercado del pueblo. Bebiendo y haciendo cortaron el pedazo de madera, le pusieron el mecate y pintaron, entre los dos, el letrero que desde entonces cada semana cuelga Roci en la fachada de la casa: "Oi no ay barbacoa".


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 10/May/00