El Barbero

Óscar Cossío

(Al centro de la escena un elegante sillón de peluquero o algo que pueda hacer sus veces, y una mesa para poner instrumental. Entra el Barbero impecablemente vestido, lo visualizo de bombín, bastón y guante blanco. Lleva un maletín del que saca y acomoda meticulosamente los instrumentos de su oficio en la mesa. Se pone una almidonada bata blanca y, después de hacer una escrupulosa revisión de los preparativos, -¡es orgulloso de su profesión!- hace mutis para regresar pronto, escoltando, cortésmente, a un maniquí de tamaño natural y lo sienta en el sillón.)

BARBERO: (Haciendo los preparativos precisos.) ... no es necesario que se preocupe por eso, Sr. Presidente. Comprendo perfectamente. Una persona de sus responsabilidades tiene, por necesidad, que considerar las repercusiones, los ecos, por decirlo de alguna manera, de sus actos. (A empezado a cortarle el pelo.) Una decisión suya, un simple gesto, puede tener consecuencias importantes en las vidas de innumerables gentes. Por ello es fácilmente comprensible que sea usted precavido. ¡Qué digo! En realidad su verdadera responsabilidad reside en ser precavido, de lo contrario, los resultados de sus actos, de sus palabras, y aún de sus pensamientos, podrían ser tremendos para aquellos que, como yo, nos acogemos a su benevolencia y buen juicio. No importa qué juicio se vea usted forzado a tomar, todos sabemos de la magnanimidad de sus sentimientos y de sus buenas $ intenciones para con todos nosotros. Por eso no debe preocuparse por el sencillo hecho de haber negado un puesto, un pequeño trabajo, un seguro contra las inclemencias de la vida, a mi pariente. Usted debe mantenerse siempre vigilante para no darle armas a sus enemigos, los cuales podrían usar, y en realidad siempre están en acecho para hacerlo, cualquier resbalón suyo, cualquier error, por pequeño que éste sea, para atacarlo. Yo lo comprendo, Sr. Presidente. Hay un panorama que desde su puesto, desde sus alturas, se puede contemplar, al cual yo no tengo acceso, así que debo aceptar sus decisiones, y le aseguro que lo hago de buena gana, sin resentimientos mezquinos. Desde muy temprana edad, me di cuenta de que es mejor no oponerse al destino, y de que muchas veces el destino está encarnado en personas como usted, que llegan a tener poder sobre aquello que nos afecta profundamente.D ¿Le recorto un poco de arriba, Sr. Presidente? Muy bien, por supuesto que lo haré como usted diga. Quizás usted se pregunte cómo es que he llegado a tener éstos pensamientos, ésta filosofía de la vida. Viéndome en el estadio de existencia en el que me encuentro es difícil para cualquier persona imaginar que yo haya visto tiempos mejores. Y, sin embargo, puedo asegurarle que épocas hubo en que las estrellas más me consentían, en las que parecía que no habla limites a las posibilidades, épocas en las que podía fijar alto las miras de la ambición, porque yo nací, si no es indiscreción u ofensa decirlo,# en pañales de seda. Por supuesto que estoy hablando en sentido figurado. Mi familia ocupaba puestos de importancia pública, desde los que controlaban brillantemente, dicho sea sin agraviar lo presente, las vidas de sus subordinados. En educación recibí, 'sine dubio', lo mejor que las mejores escuelas podían ofrecer, como se notará, también ‘sine dubio', por la forma en la que uso el lenguaje, giros de expresión que están fuera de las posibilidades de personas que no hayan tenido la fortuna de adentrarse en las sutilezas de la palabra. ¡Qué digo! ¡Aún llegué a estudiar y destacar en hermenéutica! & Mi buena educación me proporcionó también la oportunidad de codearme con personas de alto rango, de la 'elite'. Esto me abrió muchas puertas en la vida, pero también me cerró muchas otras. Desdichadamente es una ley de la vida que para todo signo positivo haya uno negativo, y desde hace un tiempo en mi caso han predominado los negativos. Pero también ésto me da esperanzas para seguir adelante, pues significa que no debe estar lejano el giro para lo mejor, que necesariamente me acerco a la luz al final del túnel. (Mostrándole un espejo.) ¿Así quedó a su entera satisfacción, Sr. Presidente? . Me alegro mucho, Sr. Ya sabe que siempre pondré mis mejores conocimientos y esfuerzos en servirle. Y ahora, si le parece bien, la afeitada. No hay nada que haga sentirse mejor a uno para enfrentar los problemas del mundo, que una buena rasurada. (Empieza a hacerlo.) Espero que mis pláticas no lleguen a aburrirle. Por el contrario desearía que, a más de distraerle un poco, le ilustraran sobre vicisitudes, los altibajos y giros de la fortuna del común de los mortales. No pienso que mi caso es común, y mucho menos corriente. Muy lejos de eso, estoy convencido de que la mía es una situación mas que singular. ¡Como si no explicarse el que yo haya nacido para altos designios y que en cambio las circunstancias me tengan en posición tan servil como en la que me encuentro! Hay personas, señor, y yo soy una de ellas, nacidos para más altos destinos. Sin embargo las circunstancias me tienen acogotado, por así decir. Cada uno de mis actos, de los intentos por mejorar mi vida y la de aquellos que me rodean, tiene que realizarse venciendo miles de dificultades. Y aquí deseo aclarar firmemente que no estoy hablando de beneficios propios, o de actitudes egoístas. Siempre mis miras han sido las de ayudar a los demás, aunque para ello antes tenga que ayudarme a mí mismo. ¡Cómo si no podría ayudar a otros! Por eso, si intento obtener un 'modicus' de riqueza y poder, no es con miras egoístas. Tome el caso ‘exempli gratia’ de mí pariente; aquel a quien usted no pudo, o no quiso ayudar. Yo no estaba pidiendo nada para mí ¿verdad? Mis intenciones eran totalmente puras y desinteresadas. Sólo pensando en servir a mis semejantes es que me atreví a solicitar su ayuda y apoyo, Sr. Presidente. Que desde luego me fueron negados en miras y sacrificios de intereses más altos que los de mí insignificante persona, ya que desde su exaltado punto de vista, ésto no fue conveniente o posible... (Con gesto de sinceridad) no, por supuesto que no es mi intención hacer una crítica implícita, Sr. Presidente. Tal y como decía antes, tengo total confianza en sus motivos y nunca me atrevería a cuestionarlos. Tan sólo estoy explicando mi humilde situación, muy humilde, Sr. Presidente, pero no por ello indigna de ser tomada en cuenta. Estoy seguro de que aún una persona en tan alto puesto como el que usted ocupa, puede encontrar algo interesante para aprender, inclusive en lo más insignificante, tal como el científico que observando con su microscopio el comportamiento de los microbios puede sacar, si es suficientemente inteligente, conclusiones de gran beneficio para toda la humanidad. Seguramente insectos, microbios, debemos parecer la masa de gentes, el grueso del pueblo, a una persona que como usted se encuentra en tan exaltada situación. Pero, al igual que el científico que antes ponía de ejemplo, con un tanto de inteligencia y voluntad, sería posible que usted obtuviese conclusiones que diesen origen a teorías que una vez aplicadas lleguen a cambiar, para mejor, los destinos de la humanidad entera. Se imagina, Sr. Presidente, el lugar que le reservaría la historia. Un lugar privilegiado, sin duda alguna, con tan sólo que usted se digne ver hacia abajo, hacia los insectos y microbios que somos el grueso del pueblo. Por eso yo, en esta charla, aparentemente banal, me pongo bajo el microscopio, por decirlo de alguna manera, para que usted tenga la oportunidad de estudiar un caso iluminador, que le permita obtener ideas, que al aplicarlas, cambien el destino de la humanidad. Y, en ese tenor, quizás la primer consideración que se podría obtener es la de que no importa cuánto nos diga un simple peluquero, o corta pelos si gustáis. Pero alguien en mi humilde condición, viendo hacia arriba, puede darse cuenta de situaciones vedadas, vedadas en el mejor de los sentidos, pues implican una venda, para los héroes vivientes, tal cual su señoría, en la condición de poder. Estará de acuerdo conmigo en que el poder intoxica. Aquél que lo posee puede, en un momento de simple placer, el usarlo, sin necesidad de ninguna otra excusa, simplemente decidirse a cometer un acto que demuestre su preponderancia. ¡Ve usted! Es el caso de un simple barbero teniendo en sus manos la vida de una eminencia. Por el momento, señor presidente, usted está, literalmente, en mis manos. (Coloca su navaja en el cuello del ‘presidente’) (oscuro)


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 10/Jun/00