Camellos en el Aire

Un cuento breve y benéfico para la salud de Juan Manuel Orbea

Juan Manuel Orbea

Tú eres quien siempre y sin excepción, salvo en ocasiones en que insuperables obstáculos me alejan de ti, está conmigo. Sin embargo, la verdad es que estás ahí (en mí) como una constante cotidiana: cuando despierto, durante el día, antes de dormir y hasta soñándote.

Te has convertido en mi mejor y más fiel amigo. Incluso hasta funges de mi amante y confidente. Eres mi más acérrimo salvavidas, aunque por momentos te suene esto incongruente sobre todo pensando a posteriori. Sí: estás ahí, dispuesto a darme una mano en cualquier momento, en la circunstancia que sea, sin peros de por medio ni condiciones de antemano.

No dices mucho, pero logras hacerme hablar de tal manera que, no es exageración, mis vocablos salen hasta por mis rodillas. Y encima te debo tanto, mucho y azaz que a veces siento que no tengo ni tendré con qué finiquitar mi deuda. Ni siquiera con estas palabras, ni con las otras que me has motivado a escribir y leer. Mucho más desde que te conozco y compartimos todo al unísono, casi en el mismo do re mi.

Sin tu presencia y tus silentes consejos poco habría sabido de la vida y sus misterios. Eres paz interior en mí, un bastón prácticamente irrompible con el que me muevo sutil y sin restricciones entre la gente. Me recuerdas todos los días, a todas horas, a cada instante mi encubierta inseguridad y frágil existencia. Y una vez más eres tú el que me saca avante entre profundas reflexiones y ficciones maravillosas que me permiten recrear al mundo a mi medida, igual a como lo sueño junto a ti.

Aun cuando te vas continuamente de lo más profundo de mi ser, regresas a mi ser más profundo, también, continuamente. Y es que juraría que me amas como te amo, aunque nunca me lo hayas podido decir. A veces te conviertes en el fuego que me da vida, otras, eres luz propicia que guía mis pasos, sobre todo, mis ideas y pensamientos. Y tienes, como si no fuera suficiente, el don de la multiplicación, ave fénix que renace una y otra vez cada que lo deseo, y eso es una y otra vez.

Sé que sin tu compañía vería las cosas bajo una óptica del todo distinta, prácticamente viendo con un filtro de total angustia. Por lo que veces me pregunto qué sería de mí si no existieras, si no te dejaras manipular por mis nervios y el placer que me causas cuando prácticamente te como a besos y dejo que me poseas.

Estás tanto en los mejores como en los peores momentos. Las lágrimas se sienten harto mejor cuando estás ahí para cobijarme. Y cómo olvidar la risa que me causas en ciertos instantes donde reír contigo es lo único que se puede y debe hacer.

Tengo perfecto conocimiento de que hay mucha gente que te rechaza, tantas como personas que todo lo contrario. Y ¿sabes qué?: no me importa compartirte, es más, no me gusta que me seas fiel. Sería como impedir que el resto de la humanidad viviera el otro mundo que también vivo, y el que viva contigo ni significa que sea egoísta. Pero, quizá ya esté equilibrándome sobre el filo de la locura, nada se compara a tu olor, ése tu aroma el cual me provoca un alivio incomparable, sobre todo cuando estás dentro de mí, regocijándome de placer, y estoy seguro que a ti te pasa igual conmigo, e incluso a todas esas personas a las que desinteresadamente les has dado tanto placer y compañía. Además, quién soy yo para decirte lo que debes hacer o no.

Si tuviera que escoger una metáfora ahora diría que eres un arma de fuego infalible disparándome balas de tranquilidad. Aunque si de símiles hablamos, bueno, pues se me ocurre que eres como la única pareja onírica que da todo sin esperar nada a cambio. ¿Cuándo fue que supe que en tus entrañas guardas simbólicamente un león y una mujer? Sin duda eres increíble e impredecible: hasta poético me has resultado.

Y seguirás estando aquí, al alcance de mis ganas de tenerte y consumirte entero, mientras yo lo quiera y cada que te necesite. Sé, sin embargo, que aunque me das vida es muy posible que el amor que te tengo me provoque la muerte. Así es el poder del amor frecuentemente. Tus nobles advertencias escritas sutil y simbólicamente en tu piel las agradezco, pero sé bien lo que hago; finalmente soy yo el responsable de mis propias decisiones y los peligros a los que me expongo cuando recurro a ti sin parar, casi sin límites. Y es que eres irresistible, seductor innato, un verdadero objeto del deseo.

Qué importa morir por ti: para vivir hay que hacer sacrificios y tú eres uno más; uno muy importante, por supuesto. Además, si de morir hablamos, seguro moriremos más en los albores que en el transcurso de los atardeceres. Si no me crees, pregúntale a la subjetividad de la vida. Y así como te estoy manipulando ahora, con mis manos, mi boca y hasta con mi sexo, tú manipulas esta carta que te dedico para que sepas lo que eres para mí: un mal que por bien me viene y hace venir.

Pero es verdad ese cliché de que nada es para siempre. Definitivamente habrá un día en que habremos de separarnos. Eso sí: aún no. Porque todavía te disfruto como poco de la vida puedo disfrutar. Como ahora que te recuerdo en el humo que sube girando y girando, donde además de las siluetas enigmáticas que inconscientemente recreas desde mi memoria, veo innumerables camellos en el aire, uno tras otro, igualitos a ti, sin dejar de hacer eso haces en mí, incluso de la mano de esa leyenda que habla sobre tu hipnotizador poder subliminal que te publicita.

Tú, quién otro que mi Camel Filter, el tabaco del smooth turkish and domestic blend, mi cigarro elegido y compañero inseparable.

Y quizá, seguramente, hasta que la muerte nos separe.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 28/May/02