Ceniza en el espejo
"¿Quién no es juguete del deseo de los otros?
Y, sobre todo, ¿quién no goza siéndolo?"
Ana ClavelArturo Guzmán Martínez
Laura termina el discurso lacónico que había preparado y se calla. Jorge ha escuchado en silencio.
Llueve. Las cortinas no están cerradas por completo y una estría de luz mísera tiñe de gris la intimidad del cuarto: los contornos del espejo, de la cómoda, de los buroes, de la silla, de la puerta del baño y de sus cuerpos, apenas referidos por las sombras. La ropa revuelta, ilegible sobre la moqueta y entre las sábanas.
Laura se echa boca abajo sobre la cama: su cabello un acertijo, los brazos hundidos en la almohada y los ojos cerrados, respira despacio. Suspira.
Jorge, todavía incrédulo, la sigue y trata de aparentar calma. Le roza la espalda con los labios y se evade cautivado por el gusto agridulce, por las ínfimas gotas de sudor y el aroma a vigilia en la piel. Sin embargo, al seguir el trazo de un lunar coralino con la yema del dedo, sobreviene la duda: ¿Y ahora qué? La caricia inconclusa, la mirada vacante. Una sensación lóbrega. Derrotado, Jorge apoya la cabeza en el colchón.
El humo de cigarro navega todavía cerca del techo pajizo. El tabaco no logra imponerse al aire rancio, a la humedad que enferma los muros, a las venas pestíferas que se desplazan entre los ladrillos debajo del yeso. El baño huele a orines, la cama a semen y sudor. Jorge y Laura regresan porque en este hotel se citaron la primera vez y se hizo costumbre. Ninguno pensó en otra cosa.
Jorge se levanta de la cama buscando a tientas algo sobre el buró. Otro cigarro. Después del chasquido, la brasa irradia como un pequeño sol intermitente en la penumbra e ilumina la imagen de su cara en el espejo que le devuelve un demonio. Fuma inmóvil al lado de la cómoda. Le gustaría encontrarse en otra parte. Quizá mirando a la gente mojada, desde un edificio muy alto o caminar por Cinco de Mayo sintiendo las fachadas de piedra fría, húmeda. En alguna otra parte, cualquier parte. Imagina y posterga la reflexión.
¿Y ahora qué? Es todo lo que se atreve a pensar.
Con los párpados entrecerrados intenta circunscribir el cuerpo de Laura confundido entre las sábanas.
-¿Qué tanto me ves?
-No sé. Nada. Me gustas.
La echa de menos. Aunque está aquí, ya ha empezado a extrañarla.
-A veces te extraño.
-No te creo... tú no eres así.
-Bueno... estos días te he extrañado. Es como si de repente me hicieras falta. Pero... no sé... no sé
-Estás loco. ¡Tonto! No me confundas... Este no es el momento y además... además... ¡Tú no eres así! ¡Nunca has sido así!
-Sí, tienes razón. Olvídalo. Lo siento.
Jorge aplasta el cigarro contra el espejo y una lluvia fulgurante se desprende de la colilla. El alud de un pequeño universo.
Vuelve a la cama. Ella lo abraza con ansia, olisquea su cuello como si tratara de conciliar, como si también lo extrañara. Él disfruta sintiendo el aliento cálido en la piel.
Se quedan callados en medio de un silencio de rumores vagos. Al fondo una mujer tararea acompañada del zumbido monótono de la aspiradora, bocinazos que delatan el enfado de una ciudad que no se despereza nunca y voces que hablan un idioma de subtítulos.
Comienzan a besarse de nuevo. La confusión y los odios se esconden. Las sábanas caen. Los minutos sin palabras.
Dientes atrapando un pezón disminuido que de inmediato se yergue y responde. La mano se ha cerrado sobre el miembro, recorre morosa y dispone el torrente con que la sangre lo colma.
Laura, encima, mece las caderas, un movimiento amplio, un arrullo que sustituye el canto con gemidos, contrae los dedos y los extiende mientras Jorge le ciñe la cintura. El placer exige celeridad, todo es desgarrarse, romperse, dejar sobre la cama y en el aire los arrestos...
Laura y Jorge se apartan sudorosos, satisfechos.
Fuman otra vez en silencio. Laura respira lentamente. A Jorge una burbuja incómoda le crece en el vientre. Los minutos sin palabras.
-¿A qué hora tienes que irte?
Ella acerca su muñeca izquierda al rostro y enseguida la aleja tratando de enfocar las manecillas fosforescentes. Se incorpora intempestiva haciendo chillar las vísceras del colchón.
-¡Ya es tardísimo! ¡Vístete! ¡Vámonos! -Se pone de pie, enciende el foco y comienza a revolver entre las sábanas para encontrar su ropa, luego entra al baño. Jorge, desde la cama, angustiado, escucha el repique de la orina cayendo en el retrete.
Laura vuelve y él la contempla un minuto más fijándose en los detalles, angustiado mientras va perdiendo su piel: cada prenda es una vuelta al vacío, el filo que desolla la intimidad. Finalmente está vestida y él debe levantarse.
Laura en el espejo aplicando maquillaje a sus párpados turgentes: la imagen cerúlea bajo el halo obsceno del foco.
Jorge abre las cortinas. La noche es inminente.
Al fin Laura se le acerca con el color fresco en los labios y la mirada indescifrable. Lo besa varias veces en silencio. Desconfiada se toca los lóbulos, el cuello, las muñecas y palpa su bolsa asegurándose de no estar olvidando algo. Él no puede evitar que sus ojos regresen a la cama.
Bajan las escaleras. Jorge pone la llave sobre el mostrador y salen del hotel.
Juntos pero sin tocarse caminan hacia la estación del Metro. Hay algo triste y sucio en sus siluetas. Ella evita los charcos, él no, distraído, buscando qué decir sin decir nada.
Las nubes, deshonestas, se desploman otra vez. La llovizna comienza a ensoparles el cabello y humedece su ropa. Laura se detiene bajo un portal.
-Aquí está bien. Ya ha de estar en el metro esperándome. No nos vaya a ver... -Una gota menuda pende de sus pestañas. Vuelve la mirada hacia la estación constantemente, nerviosa. -...Adiós.
-¿Adiós?... pero...
-Adiós Jorge.
Jorge se queda ahí un momento viéndola alejarse y esquivar los charcos. Un dolor, algo triste y sucio. Echa a andar hacia otro lado. De pronto, se vuelve apremiado y regresa sobre sus pasos buscándola pero ella se ha perdido en la maraña de paraguas.
La pregunta inútil languidece en sus labios: ¿Y cuándo es tu boda?
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/Oct/01